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Pompa y circunstancia

Pompa y circunstancia

Confieso, de entrada, que soy un anglófilo contumaz desde los tiempos en que escoceses como Walter Scott o Robert Stevenson se colaron en mis lecturas juveniles. Una inclinación que ha ido creciendo con el tiempo gracias a Dickens, Wodehouse, Evelyn Waugh y E.M. Forster, entre otros, o metido ya en la piel del aprendiz de historiador que siempre fui, deleitándome con los Diarios de Pepys o la Vida de Samuel Johnson de J. Boswell. Ni que decir tiene, que el cine y las series televisivas, algunos viajes a la Isla, han acentuado esa simpatía y admiración, en ocasiones exagerada, hacia todo lo británico, aunque sin llegar a los extremos de aquel personaje de Clarín que, sin saber una palabra de inglés, como es mi caso, fingía leer en el casino The Times. Convengamos que si don Alonso Quijano por el mucho leer libros de caballería, se coló en la vida deshaciendo entuertos y viviendo todo tipo de tribulaciones, mi anglofilia es cosa disculpable y no ha llegado al extremo de creerme jamás ser Mr. Pickwick o Sherlock Holmes.

Hecha esta confesión, que es un homenaje al poder que la literatura ejerce sobre nosotros, no debe extrañar al lector de esta columnilla mi entusiasmo ante la obra de Ignacio Peyró Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola Ediciones, 2019, 5ª ed.), un voluminoso compendio de 1.062 páginas que, a través de unas 350 entradas o voces, recoge cuanto considera propio o indispensable para entender las claves del espíritu británico. Una legítima elección de conceptos, ideas y nombres propios que el autor justifica con la coartada de su sentimentalidad y que, para quien esto escribe, resulta un total acierto por aquello de que «abarcar mucho hubiese sido apretar menos».

El hilo conductor del diccionario viene dado por una relación de los rasgos de la alta y antañona cultura que aparece en el mundo originario de las country house, se expande por el ideario del gentleman, rastrea su cuna en las publics schools -Eton, Winchester y Harrows- y analiza su desarrollo en Oxford y Cambridge, para encontrar su eclosión lúdica durante la social season tras dejar su impronta en el arte, la literatura o la política. Los nombres propios -imposible reseñar en este espacio- desde Shakespeare a Harold Acton, pasando por Edmund Burke, Lord Byron, la reina Victoria, Wellington, Churchill y Margaret Tatcher, Lady Di o Lawrence de Arabia, colorean y dan sentido a la imagen global que se pretende ofrecer sobre la Isla y su Imperio, habida cuenta que Peyró no se limita a la mera exposición de los hechos biográficos, sino que los amplía con la meritoria voluntad ensayística de completar el puzle de la esencia británica. Una selección nominal que se completa con los términos que aluden a la vida cotidiana y que abarcan desde la exclusividad de las citas en Balmoral hasta la visita ritual a los pubs, sin olvidar cuanto atañe a los iconos de la cultura material, el comercio y el consumo: las cabinas de teléfono, el roast beef, la salsa Worcestershire, la elaboración de la ale, el amor al «jerez y el madeira», la costumbre del té y el «sandwich de pepino», los secretos del «cricket y del croquet» o las excelencias del jabón Pear, la elegancia de las prendas de Burberry y otras exquisiteces de la moda y el paladar que pueden adquirirse en el área de My Fair.

Un libro delicioso para consulta o para devorarlo de un tirón como ha hecho un servidor. Ahora bien, que nadie intente buscar determinados espacios: los relativos, por ejemplo, a la vida de la clase obrera y a los personajes que aparecen en las películas de Ken Loach o en aquellas novelas sesenteras de los «jóvenes airados». La pretensión de Ignacio Peyró no ha sido esa. El borrachín cascarrabias de Andy Capp, el héroe incorrectamente político del cómic de R. Smythe y su universo cockney, no tiene cabida en este diccionario selectivo y sentimental. Peyró ha preferido indagar más en el mundo del castillo de Blandings y en el barrio londinense donde habitaron -y continúan haciéndolo- Bertie Wooster y su exquisito y sabio mayordomo Jeeves. Y uno no sabe como agradecerle este detalle. Lo que falta ya le vendrá dado a través de otras lecturas.

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