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El niño siempre es víctima

En Antes de los años terribles, Víctor del Árbol aborda la figura del líder religioso ugandés Joseph Kony a través de la mirada de un niño

El niño siempre es víctima

Cuando miro la estantería y me paro a analizar mis lecturas de los últimos años me doy cuenta de que hay nombres, como el de Víctor del Árbol, que ocupan, cada vez más, un merecido espacio.

Hace apenas un mes que llegaba a mis manos por vía preferente Antes de los años terribles. Confieso que, cuando lo cogí, no pude evitar una leve sensación de miedo. Quizá el tema me sobrecogió, no lo sé, pero tanto si usted es lector de Víctor del Árbol como si no, sabrá que hay ciertos asuntos que enseguida ponen en guardia el alma humana.

Isaías Yoweri era un niño feliz hasta que el Ejército de Resistencia del Señor, dirigido por Joseph Kony, lo secuestró junto a su hermano para convertirlos en niños soldado. Isaías consigue, a pesar de las dificultades, escapar de su país y afincarse en Barcelona, donde ahora, de adulto, gestiona una empresa de reparación de bicicletas. Vive con una chica de buena posición y espera su primer hijo. De pronto, un viejo conocido le hace una propuesta que le llevará a volver a Uganda, esta vez junto a su pareja, y enfrentarse a un pasado que todavía le atormenta.

Comprenderá usted ahora el porqué de mi alerta. No se trata solo de dar visibilidad un asunto al que damos constantemente la espalda desde Occidente, sino de hacerlo sin caer en el sentimentalismo o en el exceso de crudeza. Lo difícil es conseguir que el lector empatice con personajes de una realidad tan cercana y tan lejana a la vez de la nuestra, lograr que entre en la historia desde la primera página y decida quedarse hasta la última casi sin respirar.

Jugando entre el pasado y el presente, en capítulos alternos, Víctor del Árbol nos muestra cómo, tras robarles la infancia, convirtieron a las víctimas en verdugos. «El niño nunca tiene la culpa, siempre es la víctima. Los niños solo buscan que les quieran». Decía el autor en su presentación en Barcelona la semana pasada. Y no le faltaba razón, pero, ¿cómo se sobrepone a los recuerdos aquel que consigue escapar y contempla con distancia en lo que lo convirtieron? ¿Cómo puede un ser humano vivir entre el miedo y la culpa? Y lo que resulta más inquietante: ¿cómo se transmite ese desasosiego al lector?

La respuesta a las dos primeras preguntas no la tengo. Sobre la última puedo decir que se logra mediante personajes de carne y letra, verosímiles, creados desde historias reales y apoyados en una sólida documentación. Y todo ello sin narrar desde el odio y siendo fiel a la verdad.

Terminado el libro debo confesar que el corazón se sigue encogiendo cuando lo veo en la estantería, en su aparente indocilidad. Leída su última página solo puedo agradecer a Víctor del Árbol que haya creado a Isaías Yoweri para abrirme los ojos a esta historia que, ojalá, lean quienes tienen en sus manos, aquí y allá, tantas infancias.

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