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Nazismo y pensamiento

Nancy interpreta los escritos más oscuros de Heidegger en busca de las raíces del antisemitismo europeo

Nazismo y pensamiento

«No hay nada que eliminar de la condena al antisemitismo de Heidegger. Nada. Tampoco hay nada que prohíba el minucioso examen de todo cuanto hizo de él, pese a todo, un pensador (cuando, por el contrario, el nazismo estaba vacío de todo pensamiento)». Estas dos negaciones con las que Jean-Luc Nancy (Burdeos,1940) termina su prólogo a la edición española de La banalidad de Heidegger sintetizan la retórica de cautelas y justificaciones que acompañan a todo intento por explicar los vínculos del autor de Ser y Tiempo con el nazismo. La controversia en torno al tema vivió uno de sus momento más intensos a finales de los años ochenta, con el libro de Víctor Farías Heidegger y el nazismo, y recobró renovadas fuerzas a comienzos de este siglo con el ensayo de Emmanuel Faye sobre la introducción heideggeriana del nazismo en la filosofía. Sin perjuicio de la justificada insistencia en las miserias biográficas del Meister alemán, lo verdaderamente perturbador de la controversia, lo que puso críticamente en juego, atañe a las afinidades electivas entre una de las filosofías más influyentes del siglo XX, y aún del XXI, y la ideología política que condujo al mayor de los genocidios. La reciente publicación, con el título de Cuadernos negros, de las copiosas Reflexiones que Heidegger escribió entre 1931 y 1940, ha puesto a prueba la capacidad de los exégetas para entender cómo una inteligencia excepcional entretejió la metafísica más sutil con el adoctrinamiento más panfletario. O, dicho con palabras de Jean-Luc Nancy, cómo el sabio «puso la más banal de las basuras al servicio de fines superiores». Los lectores de Nancy saben que es un extraordinario filósofo. A sus casi ochenta años, su pensamiento sigue mostrando una tenacidad y una libertad contagiosas a la hora de analizar el presente desde una sutil y brillante relectura de la tradición filosófica. Discípulo predilecto de Jacques Derrida, Nancy conoce muy bien hasta qué punto su maestro y una parte esencial de la filosofía contemporánea, desde la deconstrucción a la teoría infrapolítica, se inspiran en el lenguaje de Heidegger. Por eso subraya que su interés al interpretar esos Cuadernos negros es el análisis filosófico, antes que la refutación moral, de la «basura» antisemita asumida por el autor de Ser y Tiempo. Mientras anunciaba el fin de una tradición occidental supuestamente envilecida por el humanismo, la técnica, la dominación de las masas, el cálculo y la «maquinación», la metafísica fundamentalista de Heidegger, exhibida como refutación de todo fundamento, hacía suyo un vulgar y abyecto antisemitismo. Nancy llama a esta actitud «banalidad», en directa alusión a la célebre tesis de Hannah Arendt sobre la «banalidad del mal» en el nazismo. Desde el inicio hasta la coda y el añadido final de su ensayo, Nancy matiza reiteradamente el sentido de su expresión. No pretende restar valor al discurso de Heidegger más próximo al nacionalsocialismo ni a su silencio cómplice hacia la Shoah, sino entender cómo esa caída filosófica en la normalización jurídica y social del antisemitismo fue compatible con la proeza de un pensamiento que refundó la filosofía. A su juicio, una arcana ceguera intrínsecamente europea, «nuestra», le habría hecho sostener al filósofo clarividente que la autodestrucción de Europa, inscrita en su propio destino desde los griegos, y, con ella la posibilidad de un nuevo comienzo, era inseparable de la destrucción (considerada en el fondo -y esto es lo escandaloso- una autodestrucción) del pueblo judío cuyo rasgo esencial era la «carencia de suelo», su falta de vínculo con nada. Sin menoscabo de su lúcida lectura, el mayor problema del libro de Nancy, lo que resulta en él más necesitado de justificación, es que su cuidadosa escritura, pulcramente traducida al castellano, no quiera o no sepa sustraerse al lenguaje y a las categorías del propio Heidegger, bajo el supuesto implícito de que siguen siendo imprescindibles para combatir el olvido de la filosofía. Por eso, quizás, nuestro autor insista en afirmar desde el inicio que el nazismo estaba vacío de todo pensamiento. Es difícil pensar que Nancy crea realmente esto. Pero seguramente asumir que el nazismo, como toda ideología, por bárbara que sea, contenga pensamiento, entraña asumir que también un pensamiento, por altos que sean sus vuelos, puede en su misma lógica ser cómplice de la barbarie, aunque sea por su ineptitud para identificarla. El elogiable esfuerzo que Nancy se exige y nos exige para «analizar» el pensamiento heideggeriano rescatándolo del propio Heidegger omite, en fin, una cuestión decisiva: por qué insistir en el valor filosófico de un pensamiento, que, obsesionado por el destino historial de Occidente, no fue capaz de analizar la terrible realidad de su tiempo histórico ni de hacerse cargo de su propia responsabilidad en ella.

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