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Escepticismo y melancolía

La reedición del guion de Lacombe Lucien, escrito por Louis Malle y Patrick Modiano, es una ocasión para recuperar la fascinante filmografía del cineasta francés, eclipsada por la Nouvelle Vague

Lacombe Lucien (1974).

"Louis Malle irrumpió en el cine de ficción con la deslumbrante Ascensor para el cadalso (1957), dos años antes del nacimiento simbólico de la nueva ola, con las películas de Truffaut y Godard. Pero él siempre se mantuvo en los márgenes del nuevo cine. Cineasta sin certezas, eterno buscador de un estilo cinematográfico. «Mis películas son muy diferentes unas de otras», confesó el director. En el plano formal, pasamos, por ejemplo, de los largos planos secuencias de Los amantes al alarde de montaje y aceleración visual en Zazie en el metro. Sin embargo, creo que muchas de sus películas comparten una misma tonalidad, pues desprenden una sensación de profunda melancolía: especialmente reconocible en el prematuro abandono de la infancia, motivado por la guerra y la banalidad del mal ( Lacombe Lucien, 1974; Adiós, muchachos, 1987); o por el descubrimiento de la sexualidad incestuosa ( Un soplo en el corazón, 1971). En Zazie en el metro (1960) la niña protagonista confiesa a su madre haber envejecido tras haber descubierto la libertad en Paris.

En otras ocasiones, la mirada melancólica se tiñe de desencanto existencial, como en el último día de vida del protagonista de Fuego fatuo (1963); o en Atlantic City (1980), donde la decadencia de la ciudad discurre paralela al declive de su protagonista, maravillosamente interpretado por Burt Lancaster. En Milou en mayo (1989), el fuera de campo revolucionario se percibe desde una distancia escéptica. La música contribuyó a crear esa atmósfera crepuscular y poética que envuelve muchas de sus películas: Miles Davis en Ascensor para un cadalso; Erik Satie en Fuego fatuo; Django Reinhardt en Lacombe Lucien; el Casta Diva de Bellini en Atlantic City; o Zbigniew Priesner en Herida.

Malle empezó a formarse en una escuela de cine mientras estudiaba también Ciencias Políticas. Sin embargo decidió abandonarlo todo para embarcarse durante tres años en el Calypso junto a Jacques Yves Costeau, donde realmente aprendió el oficio de cineasta. Tras volver de la expedición, ambos presentaron el documental El mundo del silencio (1956), que obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes.

Ese mismo año trabajó como ayudante de Robert Bresson en Un condenado a muerte se ha escapado (1956). Tuvo la ocasión de trabajar con Jacques Tati en Mi tío pero finalmente no llegó a prosperar la colaboración. Respecto a sus referentes, confiesa que fue el cine de Jean Renoir el que le influyó más en su modo de entender el cine. También fue amigo de Luis Buñuel, con el que mantuvo una correspondencia epistolar.

Louis fue enviado como interno a un colegio de carmelitas en Avon. Una fría mañana de invierno, en 1944, recuerda cómo un hombre de la Gestapo entró en su clase preguntando por un chico judío, compañero de su clase. El chico se levantó y se despidió de cada uno de sus compañeros, dándoles la mano mientras les miraba a los ojos: «Adiós Boulangher, adiós Malle?» El director del colegio, al igual que otros cuatros chicos judíos que había ocultado en su escuela, fueron detenidos. Alguien los había delatado. Luego serían asesinados en los campos de concentración nazis. Ese recuerdo indeleble se convertiría en una de las mejores películas del director, Adiós muchachos. El espinoso asunto del colaboracionismo francés, durante la ocupación nazi, fue también abordado por Malle en Lacombe Lucien.

Cineasta de la sensibilidad, recela de la intelectualidad: «El cine es un mediocre vehículo para las ideas», que nada tiene que ver con el pensamiento ni la literatura. Para Malle se trata de una experiencia sensorial y emocional que apela a la vida de un modo intuitivo e irracional, como la música. La reflexión acontece después, tras despertar del sueño cinematográfico. «El espectador, solo en el mundo, sentado en su sillón, es un voyeur. Mira las imágenes, les añade sus propias fantasías, su humor del momento, y las hace suyas. El cine que me gusta no se dirige a la lógica ni a la razón». La experiencia cinematográfica se produce verdaderamente cuando perturba emocionalmente al espectador, cuando arranca de su mirada un destello de asombro, cuando «toca, invade, provoca». Y lo hace de un modo distinto en cada espectador, pues todos vemos una película diferente en la pantalla de nuestro yo, por lo que la unanimidad le resulta sospechosa.

El cine para Malle no proporciona certezas. Ni las tiene el director, que no cesa de buscar, como tampoco el espectador, que sale del cine lleno de dudas. Su cine no trasmite conocimientos sino que enseña a dudar. Tampoco juzga a sus protagonistas. Y es que algunas películas no solo cuestionan las ideas que tenemos sino que, en ocasiones, erosionan las creencias en las que sostenemos la vida. No sé si el cine nos hace mejores pero sí que creo que cambia nuestra mirada sobre el mundo y la vida.

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