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Bailar en un ladrillo

La propuesta de Josep M. Rodríguez invita a 73 poetas que nunca habían escrito un haiku a afilar el lápiz y ponerse «manos a la obra»

Bailar en un ladrillo

No cabe duda de que Josep M. Rodríguez (Súria, 1976) es uno de nuestros mejores conocedores de la tradición lírica oriental: dos pruebas periciales serían la antología de haikus Alfileres, que coordinó en 2004, y el ensayo Hana o la flor del cerezo (2007), por el que obtuvo el premio Amado Alonso. Bajo la provocativa invitación que contiene su título, ¿Y si escribes un haiku? se arriesga al «más difícil todavía» propio del eslogan circense: el reto consiste ahora en reunir a setenta y tres poetas que nunca habían escrito un haiku convencional -algunos sí habían flirteado con la heterodoxia de la forma breve, como demuestra «F1 haiku» de Jorge Gimeno- y encerrarlos en una cárcel métrica cuyas dimensiones se reducen a 5, 7 y 5 sílabas. El volumen se abre con un sugerente prólogo en el que el antólogo repasa la fortuna del haiku en las letras hispánicas y da carta de naturaleza a la resemantización de un género caracterizado por la condensación discursiva y la compulsión visual: «Porque escribir un haiku equivale a bailar encima de un ladrillo. [...] A disparar una Polaroid».

Aunque, como en toda selección, el resultado es desigual, la mayoría de los convocados superan con nota el examen. Muchos agitan los ingredientes de la escenografía nipona -la pincelada cromática, la cadencia estacional, la omnipresencia de la flora y la atención hacia la fauna mínima- para añadirlos a la receta de los tópicos grecolatinos, desde el tempus fugit hasta el memento mori: «Cuida el ciprés / la tarde de noviembre. / Lluvia de luto», escribe Antonio Jiménez Millán. En otros casos, el haiku dialoga con parientes estróficos más o menos lejanos, como la canción de amigo («Luna de abril, / si es mi amante que vuelve / dile el camino», Ángeles Mora), la jarcha («no entiendo y amo / ay tu bokella hamrâ / y lo que calla», Berta García Faet) o el proverbio sapiencial de cuño machadiano («En el camino / todos los pensamientos / son peregrinos», Javier Rodríguez Marcos). El haiku sirve también para defender una manera personal de entender la poesía, ya sea tamizada por la bruma simbolista («Rosa sin reino / Es un aura de sueño: / No tiene llave», Javier Lostalé) o filtrada por el código hiperrealista del dirty realism («Melancolía: / Cintas de cine porno / de los 80», Pablo García Casado). En cuanto al abanico temático, los motivos acotados se abren al horizonte global del siglo XXI, donde tienen cabida la protesta social («Uno de mayo / Nieve capitalista / Y sol aprisa», Jorge Gimeno), la reflexión metapoética («Palabra sola: / silencio alrededor / de su corola», José Ramón Ripoll), el bodegón lírico («Perdona, flor, / te corté para el vaso / y el agua clara», Vicente Gallego), la estampa maternal («Entre sus madres / El bebé duerme cauce / Agua tan fresca», Julieta Valero) y la reivindicación del amor pasajero («Nunca tu casa. / Yo seré, en todo caso / tu aeropuerto», Martha Asunción Alonso). ¿Y si escribes un haiku? se cierra con una plantilla en blanco que extiende la propuesta del rótulo al avisado lector. El juego cómplice que sustenta la apuesta de Josep M. Rodríguez nos entrega un puñado de poemas memorables y nos recuerda la eterna novedad de la literatura. Ahí es nada.

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