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El asombro de lo cotidiano

Arturo Tendero ha conseguido en El otro ser hallar la esencia de su voz en acontecimientos cotidianos y en mínimos detalles de nuestra vida

El asombro de lo cotidiano

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la provincia de Albacete goza de una buena salud lírica, y la poesía de Arturo Tendero (Albacete, 1961) es, junto a la de otros muchos autores (Javier Lorenzo Candel, Andrés García Cerdán, Rubén Martín, Constantino Molina...), buena prueba de ello. Articulista, autor de relatos e incluso dramaturgo, Arturo Tendero es, además de un estimable poeta, un auténtico activista cultural: en 1996 fundó, junto a Juanjo Jiménez, la revista La siesta del lobo; organiza con Javier Lorenzo Candel el ciclo de lecturas poéticas Poesía viva; y ejerce como crítico de poesía desde las páginas de La Tribuna de Albacete y desde el blog El mundanal ruido.

El otro ser es su séptimo libro de poemas, que ha llegado a las prensas tras Una senda de aldeas cotidianas (1991), Las aves sin dueño (2000), Adelántate a toda despedida (2005, Premio Gerardo Diego), La memoria del visionario (2006, accésit del Premio Jaime Gil de Biedma), Cosas que apenas pasan (2008 Premio Jaén de Poesía) y Alguien queda (2013). Este nuevo libro no supone una ruptura ni estructural ni temática con respecto a su obra anterior, sino que ofrece una serie de treinta y ocho composiciones de extensión media, todas ellas con título, en las que regresa a algunos de los temas que han configurado buena parte de su poesía. Si en Cosas que apenas pasan Tendero reunía composiciones breves escritas entre 2000 y 2006, en El otro ser aparecen poemas que se remontan hasta 2007.

Arturo Tendero construye en sus poemas una suerte de épica de lo cotidiano, y, en este libro, es capaz de contemplarse a sí mismo como si fuera otro, de ahí el título del volumen, El otro ser. Ya las citas iniciales del volumen (de Séneca, Rimbaud, Pessoa y Juan Ramón) ofrecen una interesante clave de lectura que se confirma a lo largo de las composiciones. Por eso no resulta extraño que el primer poema se titule precisamente «Selfie»: en sus versos encontramos al poeta retratado bajo la inmensidad del universo. Una de las mejores composiciones del libro es, sin duda, «Caldofrán», que debe su título a unas pastillas de caldo concentrado muy populares durante la infancia del autor. «Caldofrán» es un homenaje a lo íntimo, a lo pequeño, a un tiempo ya desaparecido, de ahí que resulte esencial nombrar lo que se ha perdido: «Por eso, cuando ahora / murmuro 'caldofrán', / la vida rebobina».

Todo lo perdido adquiere una gran importancia evocadora en El otro ser. Se puede haber perdido un tiempo, pero también un lugar, una costumbre... En «Sin billete de vuelta», por ejemplo, aparece un tren en el que viajaba un joven estudiante universitario que ya no existe. A veces, lo perdido es un tipo de vida, como aparece en «Crisis», cuyos versos presentan un polígono industrial abandonado, un paisaje casi postapocalíptico. A veces, lo perdido es un vago recuerdo, como ocurre en «Aquí había una casa», o un momento irrepetible, como el que se describe en «Memoria del entorno».

Otras composiciones, en cambio, hablan de costumbres que han ido pasando de generación en generación, como «Partir del pan», el gesto que inaugura todas las reuniones familiares en torno a la mesa. De todas maneras, no se pierdan «El juego de las voces», «Castillo vacío», «Autoconjura», «Lectura», «Sembrador» o «Relatividad», poemas que quintaesencian esa épica de lo cotidiano tan característica de la poesía de Arturo Tendero.

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