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Adiós, Mr. Donen

Ocurrió en 1958, o tal vez en 1959, cierta tarde en que, al salir del Instituto Jorge Juan, me disponía a entrar en la Academia de «repaso» San Fernando, situada en el edificio del colegio del mismo nombre, que se levantaba en la alicantina calle de Calderón de la Barca. Atravesé el patio del recinto y escuché un alboroto en el salón de actos que ocupaba la planta baja del centro. Abrí la puerta y di de bruces con la oscuridad, iluminada, de pronto, por el León de la MGM. Y, tras el rugido habitual, se desplegó un mundo mágico, en color y cinemascope, por el que caminaba un apuesto Howard Keel, vestido de trampero, muy zarzuelero él, entrando en un pueblo del Oeste mientras cantaba Wonderful, wonderful day. Ni que decir tiene que me fugué la clase y asistí entusiasmado, por primera vez, a la proyección de Siete novias para siete hermanos y, que esa tarde-noche, me llevé la película a casa dentro de la cartera escolar de los sentimientos, donde no había lugar para los libros de latín o matemáticas.

Por aquel entonces, jovenzuelo muy cinéfilo, yo sabía ya quien era Stanley Donen, el director de aquel prodigio romántico que acababa de ver y que alimentaría muchos de mis sueños adolescentes: era el colega de Gene Kelly, el D´Artagnan bailarín de Los tres mosqueteros de George Sidney. Un realizador que, junto a Kelly, me había hecho disfrutar de lo lindo con Cantando bajo la lluvia y Un día en Nueva York; es decir con una de las películas más divertidas de la historia del cine y con el «musical» más perfecto de todos: ese que, con un ritmo endiablado, integraba de un modo cabal los números cantables y la coreografía para contar la historia de tres marinos paletos que se disponían a pasar veinticuatro horas en la Gran Manzana.

La semana pasada, con notable pesar, me enteré de la muerte de Donen y supe, que, a partir de ese momento, comenzaba una nueva etapa de mi grata relación con el director, para dar rienda suelta a los recuerdos, discutir con los amigos amantes del cine y sentirme un poco más viejo al confrontar mis opiniones con los más jóvenes: un periodo para prolongar lo que nunca muere en los artistas: su obra. Así que me preparé para ser tildado de cursi por mi debilidad hacia Siete novias para siete hermanos y resaltar el número acrobático de la «construcción del granero» que no me serviría de nada cuando me llamasen «acaramelado» por seguir emocionándome con canciones como It´s spring, spring, spring o June bride. Me dispuse a estar perfectamente de acuerdo en aplaudir las sofisticadas intrigas hitchockianas que son Charada y Arabesco, a aplaudir la elegancia y el atrevimiento temático de Página en blanco y a prepararme para la batalla final: continuar considerando que, el paso del tiempo, ha sido cruel con Dos en la carretera y su entonces «moderna» construcción mediante la técnica del flash back y su comprometido mensaje en torno a la fragilidad de la pareja; una película a la que le sobra media hora de metraje cuanto menos y no pocos guiños para complacer a un público con fáciles apetencias «intelectuales». Para contrarrestar los argumentos contrarios, recuperé, como siempre, una maldad irritable: que la tesis de esa historia ya la había leído en Corín Tellado y que rechazar el argumento de Siete novias? que siempre se me recuerda como baldón, es una cuestión de miedo a ser considerado un flojeras sentimental o un miserable machista. Sabía, de sobra, que todo esto no me serviría de nada, que continuaría el debate y que con acuerdo o sin él, sería interesante, puesto que la sana polémica, sin remilgos, es la «razón de ser» de los cinéfilos con carácter.

Por último, para reconciliarme con los adversarios, urdí un recurso infalible, sacar a colación un ácido musical del director que me hizo reír y llorar, una película magnifica: Siempre hace buen tiempo, a mayor gloria de la amistad que no se debe quebrar ni por el paso de los años ni por una maldita discusión. Demasiados propósitos para una polémica imaginaria. Todo por no limitarme a decir, «Adiós, Mr. Donen, muchas gracias por habernos hecho soñar y disfrutar tanto con sus películas».

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