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Los otros de 2018

La cosecha poética del pasado año ha dejado varios libros valiosos del panorama nacional que conviene leer sin prejuicios estéticos

Los otros de 2018

Todos estamos de acuerdo en algo: las listas son una tontería. Y, sin embargo, cuando el año agoniza, los miembros de este dudoso gremio nos lanzamos al corte y confección de inventarios con entusiasmo jacobino. El resultado suele producir una falsa impresión de consenso crítico, como si de la abundante cosecha literaria solo computaran aquellos títulos que aparecen mencionados en diversos recuentos. Además, se da la circunstancia de que ese consenso suele dejar en la cuneta tanto las apuestas experimentales, donde el poeta tensa el arco verbal, como las propuestas que optan por enunciar el mundo en voz baja y román paladino. No es mi intención enmendar la plana a los cronistas de los hits anuales, entre los que me incluyo, pero sí llamar la atención sobre algunos libros que apenas se han asomado a la lista de los diez principales, pero que bien merecen el beneficio de la lectura.

Entre las invitaciones menos convencionales destaca De la supervivencia (Marisma), donde Ana Gorría recopila tres plaquettes publicadas entre 2011 y 2017. La estampa minimalista, la condensación simbólica y la amalgama referencial se dan cita en unos versos que circulan por las ruinas del lenguaje, reflejan el paisaje de una crisis social o existencial y proyectan en bucle los fotogramas de Blade Runner hasta transformarlos en emblema de una identidad generacional. Si el cine es una de las inquietudes recurrentes en la obra de Ana Gorría, lo mismo cabría decir de Sergi de Diego Mas: Cinemascope (Trea) es la segunda entrega de un autor que anteriormente había publicado E-mails para Roland Emmerich (2012). Más cerca del Hollywood babilónico que del Paseo de la Fama, Sergi de Diego pone en pie una instalación donde se ensamblan tráileres imposibles, travellings desesperados y títulos de crédito, a lo largo de una sesión continua que juega a pixelar la imagen y a deconstruir la iconografía del séptimo arte. La calificación de instalación poética también les viene al pelo a dos volúmenes inclasificables: Las caricias del fuego (Amargord), de Alejandro Céspedes, y Cuerpos perdidos en las morgues (Ultramarinos), de Xaime Martínez. Mientras que el primero se concibe como un videolibro que bucea en la genealogía familiar y en la memoria histórica desde la perspectiva de un yo femenino, el segundo mezcla los códigos de la pesquisa detectivesca y de la lírica amorosa para reubicar la receta ovidiana de los remedia amoris en un entorno futurista que recuerda a las delirantes distopías de Rafael Reig. La plantilla sentimental se encuentra asimismo en el origen de La risa loca de los ángeles (Liliputienses), de Paula Giglio, una historia de amor que intenta suturar la distancia entre la megalópolis bonaerense y los rincones de un París vagamente rayuelesco. Si la obra de Giglio difumina las fronteras entre la transitividad confesional y el discurso filosófico, algo similar cabría decir de dos libros escritos a corazón abierto, pero dotados de un afilado rigor expresivo. Todo un temblor (La Isla de Siltolá), de José Gutiérrez Román, recompone el puzle de un sujeto escindido que medita con ironía y con un jirón melancólico sobre el sentido de la escritura, los planes vitales y las derivas de la edad. Mezclando el tono admonitorio con la tersura de un «realismo limpio», Gutiérrez Román revalida los aciertos de Los pies del horizonte (2011, Premio Adonais). Finalmente, Defensa de las excepciones (Visor), de Andrés García Cerdán, combina la mitogénesis del rock con la maceración de una voz cívica y reflexiva, rotunda y escéptica, cargada de electricidad. Leánlos sin prejuicios. No se arrepentirán.

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