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Cultura para tiempos oscuros

El mundo del arte vive un periodo de retroceso de sus libertades a causa de las presiones externas para ponerle límites a la expresión creativa.

Darío Adanti y Edu Galán son los actores de Mongolia sobre hielo, obra que ha sido desprogramada en algunas ciudades tras recibir amenazas.

El sentimiento general se podría resumir en una palabra: retroceso. El mundo de la cultura se enfrenta a un periodo especialmente complicado de su historia, que lo obliga a mantener un constante pulso contra los intentos externos de ponerle límites a la libertad de expresión. Conceptos como autocensura vuelven al vocabulario común de los artistas españoles y frases como «hace veinte años hacía cosas que ahora generarían un escándalo de grandes proporciones y que acabarían en un juzgado» aparecen en las conversaciones de forma insistente cada vez que se aborda el hecho creativo. No estamos hablando de una mera sensación, la existencia de graves riesgos para la libertad de creación artística en España ha sido puesta de relieve por informes emitidos por testigos tan independientes y rigurosos como Amnistía Internacional o el mismísimo New York Times.

La libertad de expresión artística está atrapada por una pinza formada por dos elementos que están teniendo efectos muy negativos sobre el paisaje cultural del país. Por una parte, hay que hablar de un fenómeno de ámbito estrictamente nacional: el endurecimiento de la legislación para los delitos en materia de opinión y la aprobación de la «ley mordaza», que en su conjunto han supuesto un cambio sustancial de las relaciones entre el artista y el espectador y que han acabado por judicializar numerosos eventos culturales, actuando como una advertencia disuasoria para cualquier iniciativa marcada por los tonos críticos. La segunda parte de esta combinación es una plaga de carácter internacional, que ha convertido la corrección política en un insoportable corsé creativo, que cada vez limita más los terrenos por los que puede transitar el arte.

Las páginas de cultura de los periódicos españoles llevan diez años contándonos historias en las que los partidarios de ponerle límites a la creación se imponen sobre la libertad total, que siempre se ha considerado imprescindible en el mundo del arte. Libros secuestrados, grupos de teatro encarcelados, humoristas denunciados ante un juez, raperos condenados a penas de cárcel, exposiciones retiradas o autores linchados en las redes sociales porque su obra le ha pisado algún callo a un determinado colectivo o grupo de presión. La acumulación de casos ha acabado por tener un efecto general sobre el mundo de la cultura, haciendo que muchos artistas se contengan y eliminen determinadas visiones de su obra antes de entrar en un conflicto de consecuencias muy negativas para sus perspectivas profesionales.

«No me corto, es parte de mi trabajo y sé que al final alguien acabará ofendiéndose»

Xavi Castillo Actor

«Lo políticamente correcto es la forma más sutil de censura que hay»

Enrique Pérez Dibujante

«La autocensura de los creadores es más peligrosa que las leyes coercitivas»

Román de la Calle Crítico y ensayista

Este estado de cosas se ve confirmado por personas que mantienen una profunda relación con el mundo de la creación artística en la Comunitat Valenciana. Román de la Calle, catedrático de Estética y Teoría del Arte, crítico y ensayista, llegó a las primeras páginas de la actualidad periodística por su sonada dimisión de la dirección del MUVIM de València después de que dirigentes del PP en la Diputación decidieran retirar de una exposición varias fotografías periodísticas sobre el Caso Gürtel. Tras aquella experiencia, ha llegado a la conclusión de que la censura «es una combinación de ignorancia y de prepotencia. De un sentido patrimonial por parte de los políticos, convencidos de que esto es mío y puedo hacer lo que quiera».

Como buen conocedor del universo de las artes plásticas, Román de la Calle considera que en España se está produciendo un preocupante retroceso de la libertad de expresión. «Ha habido épocas de mayor elasticidad y manga ancha; ahora se produce una especie de contención entre los autores por temor a tocar temas políticamente incorrectos o a recibir denuncias». En este sentido, este catedrático alcoyano se muestra contundente al afirmar que «más peligrosa que las leyes coercitivas es una cierta autocensura que se están aplicando los creadores, la gente se lo piensa antes de tener que enfrentarse al conflicto».

Román de la Calle aporta un singular punto de vista a la hora a la hora de explicar cómo estos problemas están afectando al sector de las artes plásticas. Afirma que la implantación de criterios de participación y de transparencia en la elaboración de los programas de exposiciones de los centros públicos ha tenido una consecuencia muy negativa. El papel de los comisarios se ha reducido y las decisiones finales quedan en manos de comités de expertos. Esta situación ha hecho que muchos autores se autorregulen en sus propuestas con el fin de adaptarlas a los perfiles personales o a los gustos de las personas que tiene en sus manos la decisión final.

Considera este catedrático de Estética y de Teoría del arte que «la transgresión y la crítica forman parte imprescindible de cualquier manifestación artística». Como única solución a esta situación plantea la necesidad de utilizar la Educación como instrumento para dejar muy claro que «la cultura es un espacio de libertad abierto a la crítica»; cree que si los políticos no hacen un esfuerzo en ese sentido, las futuras generaciones se encontraran con una situación muy difícil de resolver.

Xavi Castillo ha sido, sin ningún género de dudas, el artista valenciano que más ha sufrido en sus carnes la persecución política. Sus espectáculos humorísticos altamente irreverentes le han supuesto numerosos vetos en Ayuntamientos del PP y el verse ignorado por la antigua televisión autonómica Canal 9. El actor alcoyano subraya un dato curioso, a pesar de las numerosas polémicas en las que se ha visto envuelto «por extraño que parezca en estos tiempos, no he tenido ninguna denuncia en los juzgados».

Castillo ha vuelto a los canales oficiales de exhibición pero sigue manteniendo una línea crítica, que considera que es la base fundamental de su propuesta teatral. El actor, sin embargo, muestra su preocupación por la deriva que está tomando la cultura al verse inmersa en un progresivo proceso de judicialización. «Me parecen muy graves casos como los que está viviendo Willy Toledo». A este respecto, subraya la existencia de asociaciones integristas que están recortando la libertad creativa a base de presentar denuncias sistemáticas contra los artistas que les resultan incómodos. Subraya la necesidad de modificar una legislación que crea un estado de indefensión y que coarta la libertad, afirmando que «si se va a ver un espectáculo de humor, el 90% de las cosas son denunciables; es un código penal de la inquisición». El actor alcoyano considera que no se pueden poner límites al humor y afirma que su proceso creativo no se ve afectado por esta nueva situación. «No me corto, es parte de mi trabajo y sé que al final alguien acabará ofendiéndose. El humor toda la vida ha ofendido y sino, pierde todo su sentido».

El dibujante Enrique Pérez Penedo, Premio Libertad de Expresión 2018 de la Asociación de la Prensa de Alicante, ha llevado el humor a las páginas del diario INFORMACIÓN durante cincuenta años. Sus viñetas siguen siendo un elemento imprescindible para analizar la actualidad alicantina. Respecto a la nueva situación, se muestra pesimista «el retroceso es muy evidente. Lo políticamente correcto es la forma más sutil de censura que hay. En la actualidad no serían concebibles personajes de historieta como Zipi y Zape, en los que aparece un padre estricto que propina castigos físicos a sus hijos». Enrique Pérez afronta esta nueva situación con grandes dosis de realismo: «Soy muy duro y no hago ninguna concesión cuando creo que un tema lo merece por su importancia, por ejemplo en la violencia de género. En otros asuntos se acepta el juego. Recuerdo que hice un chiste para una revista de empresa en el que aparecía una mujer gorda, me dijeron que no podía salir y les propuse cambiar el personaje por un hombre gordo y así, sí lo aceptaron». Considera que estamos viviendo un peligroso neopuritanismo y afirma que «autores de la talla de Gila, Chumy Chúmez o Summers serían hoy imposibles, a pesar de que son auténticos clásicos del humor español».

Como única salida a este bloqueo, Perez plantea la necesidad de un cambio de mentalidades. «Creo que hay que hacer un esfuerzo y que todos hemos de colaborar en aceptar el humor como lo que es. Cada uno tiene sus gustos y un chiste le puede parecer bueno o malo, pero no hay que entrar en la descalificación».

La cultura española en general y la valenciana en particular se enfrentan a una compleja encrucijada. Las presiones para poner obstáculos a la creación artística son muy potentes y para superarlas es necesario un cambio radical de planteamientos, un esfuerzo considerable para explicarle a la sociedad que la existencia de una atmósfera de libertad en el arte es uno de los pilares básicos de una democracia.

Actuando en un polígono industrial

Las políticas de veto, establecidas durante la etapa del PP en la Comunitat Valenciana contra algunos artistas incómodos, se han vuelto en muchos casos contra sus propios impulsores, multiplicando la repercusión artística del personaje al que se quería castigar. El caso más paradigmático de este efecto boomerang ha tenido a Xavi Castillo como protagonista principal. El propio actor expresa su sorpresa por este fenómeno: «Cada vez que me prohibían en un ayuntamiento del PP, como el de Xàtiva, surgían colectivos sociales o festeros de la localidad que montaban por su cuenta mis actuaciones, que al final se llenaban de público. Se creó una especie de circuito alternativo. He presentado mis montajes en casals falleros, en asociaciones vecinales y hasta en naves de polígonos industriales».

La persecución del PP a Castillo es un claro ejemplo de la falta de efectividad de los métodos más toscos de censura. Durante muchos años, los espectáculos de este actor han acabado convirtiéndose en auténticos actos de reafirmación cívica para aquellos sectores de la ciudadanía más críticos con la gestión de la Generalitat y de los ayuntamientos populares. A través de su figura se canalizaba un malestar general, convirtiendo sus actuaciones en un singular ritual en el que se mezclaba el humor y deseo de un cambio político en la Comunitat Valenciana.

Tras esta etapa de «resistencia» y con la llegada de un gobierno de izquierdas a la Generalitat, Castillo ha regresado a los circuitos oficiales, actuando en los grandes teatros públicos de Valencia y Alicante y abriendo colaboraciones con la radio y la televisión autonómicas recién resucitadas tras el cierre de Canal 9. En este nuevo panorama, el artista mantiene su potente espíritu crítico, consciente de que es su seña de identidad, la marca de la casa de un teatro potente y provocador.

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