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Crónica sentimental de un libro evocador

En Coleccionar los cromos que salían en aquellas chocolatinas rojas con letras doradas de Nestlé, conformaría uno de mis afanes culturales y coleccionistas de aquellos tristes años cincuenta en la Barcelona de la postguerra. Además de los corrillos que formábamos a la salida del colegio de la calle Viladomat para intercambiarnos los cromos de Maravillas del Mundo (la primera vez que uno vio la imagen de Tutankamon), los domingos por la mañana corríamos al mercadillo que rodeaba el mercat de Sant Antoni, en la Ronda de su nombre, para agolparnos ante los puestos que vendían los cromos para completar la colección.

Era curioso que en aquella época de carencias casi totales, el dinero que nos agenciábamos (de todas las formas posibles) lo gastábamos en la chocolatina con leche a la que no hacíamos el menor de los casos, al menos en primera instancia. Lo importante era el cromo, artísticamente dibujado, para pegarlo en el álbum y comenzar el día con la sonrisa puesta. Tal cual hacía una niña rubia y suiza en una película de Ladislao Vajda, El cebo, en la que un malvado Gert Froebe regalaba chocolatinas y cromos de Nestlé a sus víctimas.

Aquellos álbumes se quedaron en la casa de Barcelona cuando mis padres emprendieron una aventura profesional que nos llevaría a Alicante. En esta nueva residencia, en la que vivíamos y donde la ciudad ya casi perdía su nombre a espaldas del Club Atlético Montemar donde paraban los marines de la flota americana para jugar al beisbol y aprovechábamos para pedirles chicle, recuerdo que para comprar un yogurt, el Danone de envase de vidrio era el que tomaba en Barcelona, había que desplazarse al centro de la ciudad («bajar a Alicante» decíamos), y visitar una farmacia cercana al Teatro Principal donde encargábamos el yogurt, artesano, para pasar a recogerlo al día siguiente. Tiempo de colecciones de tebeos que, estos sí, todavía conservo: desde Pantera Negra hasta el Capitán Trueno, primer español en emparejarse con una sueca, Sigrid de Thule; pasando por la sayaka terrorífica de El Puma; las banderas piratas de Batán, fiel compañero de El Cachorro; los renegados Guerrero del Antifaz o Apache; y los viajes espaciales de Red Dixon o de Diego Valor con su amada Beatriz, claro.

Bueno pues todo eso y mucho más en un libro entrañable en el que los autores aportan, además, su saber publicista para mostrarnos como un boticario alemán afincado en Suiza, Henri Nestlé, fundó un imperio alimenticio con su invento de la harina lacteada y su nombre se convirtió en la fábrica chocolatera más importante del mundo cuando se asoció con François Callier, creador de la primera fábrica de chocolate; con Charles-André Kohler, inventor del chocolate con avellana; y con Daniel Peter, inventor del chocolate con leche. ¡Mmmm!

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