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Los caminos del verso

Los caminos del verso

Buena parte de la vida de Luis T. Bonmatí (Catral, 1946) ha transcurrido entre libros, entre los muchos que ha editado y los algunos que ha escrito. Conocido fundamentalmente como editor y narrador, obtuvo algunos reconocimientos importantes como el Premio Gabriel Sijé de novela corta en 1978 y un accésit del Premio Gabriel Miró de cuentos en 1979, además del Premio Ignacio Aldecoa de cuentos en 1988. De todas maneras, su primer libro, Suma de barro (1988), fue un poemario, al que siguieron un volumen de relatos ( Cuentos del amor hermoso, 1990), una novela ( Último acorde para la Orquesta Roja, 1990) y una novela de cuentos ( La llanura fantástica, 1997).

Aunque Bonmatí no se haya prodigado demasiado como autor, lo cierto es que, al menos hasta la fecha, había tenido más predicamento como narrador que como poeta, si bien su voz poética tiene una solidez y una profundidad que entronca directamente con la fortaleza, la sobriedad y la verdad de las piedras, convocadas ya en el propio título del volumen que hoy nos ocupa, La edad de las piedras.

En pocos libros recientes de poesía se puede encontrar tanta verdad y reflexión poética como en La edad de las piedras, y esto por diversas razones. Los versos del volumen llegan al lector envueltos en una estructura de muñecas rusas o cajas chinas que protegen el núcleo. El libro se ha concebido como un todo en el que cada una de las partes juega un determinado papel, desde la Presentación (o prólogo) de Antonio Gracia hasta el Reconocimiento de deudas que precede al índice, pasando por las tres partes en verso, la Representación (o epílogo) de Ángel L. Prieto de Paula y las particulares Dedicatorias (tanto este apartado como el último, Reconocimiento de deudas, cuentan mucho más de lo que dicen).

Los textos en prosa de Gracia y Prieto de Paula enmarcan perfectamente el centro del libro y nos predisponen a la lectura. Gracia ensalza los valores de la poesía de Bonmatí por encima de modas y tendencias, pues, según afirma, «la poesía es, con la aquiescencia o no de historiadores y filósofos, el verdadero rostro de la Humanidad: esa que pasa una temporada en el infierno y trata de convertirlo en un pequeño cielo». Prieto de Paula, por su parte, ahonda en la clave de lectura del volumen, que «se asienta en un presente crepuscular desde el que se recuenta el pasado y se avista el breve futuro».

En el centro de todo esto queda La edad de las piedras, libro dedicado a Manuel Gómez Leal y precedido por los dos versos iniciales de Lo fatal. En realidad, este centro poético se divide en tres partes: La entrada, un soneto que hace las veces de pórtico; El laberinto de las piedras, veintiuna composiciones dispuestas como si fueran una escala musical; y Un apéndice vermicular, una prolongación que incluye tres poemas dedicados a las palabras y a la propia poesía, Papiroflexia, Roces y Fugacidad de las golondrinas.

Ahora bien, es en esa parte central, El laberinto de las piedras, donde encontramos la nuez del libro: veintiuna composiciones, todas ellas con título, que van numeradas de 0 a 9, culminan en el 10 y, luego, inician su descenso hasta alcanzar nuevamente el 0. Heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos se dan cita en una serie de poemas que exploran el pasado, se detienen en el presente y avistan un futuro inexorable. La noche joven, El perro y el hombre, La tarde roja y Tabaco y colonia, jazmines y sábanas se encuentran entre los mejores de La edad de las piedras.

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