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La casa de Enric Valor

He leído la carta en la que un lector de INFORMACIÓN se lamenta del estado en que se encuentra la casa del escritor Enric Valor, en el pueblo de Castalla. «Cuando paseábamos por el Carrer Major llegamos hasta la casa natal del escritor, vieja y con puerta y fachada en mal estado», escribe Vicente Brotons. A continuación, nos recuerda que dos placas, una del Centre Cultural Castellut, y otra de Escola Valenciana, «sirven de indicador y reconocimiento del lugar».

Enric Valor es un escritor importante en el ámbito de la Comunidad Valenciana. No podemos decir, ni mucho menos, que sea un autor olvidado como sucede con otros que un día alcanzaron una fugaz fama. Al contrario, a Valor se le recuerda con frecuencia y, sobre todo, con afecto. En Alicante, la Diputación Provincial concede todos los años un premio de novela que lleva su nombre y la Universidad cuenta con la cátedra Enric Valor.

Si reconocemos de ese modo la valía del escritor, ¿cómo es posible que tengamos su casa natal abandonada? La obra de un autor suele ser independiente del lugar donde éste haya nacido; no sucede así en el caso de Valor: la vinculación a un territorio, a un país, a una lengua, son elementos sin los que no sería posible entender la importancia que los valencianos otorgamos a su obra.

Habla Brotons en su carta del desinterés del Gobierno de la Generalidad para convertir la vivienda en la Casa Museu d'Enric Valor. Los políticos, escribe, «cuando se instalan en los centros de poder de Valencia se olvidan de nuestras tierras, igual da que sea Alicante, Elda o Castalla». Me pregunto si la situación sería diferente de estar ubicada la casa de Valor en Valencia. Debo confesar que sabría responder a la pregunta. Existe, desde luego, un centralismo valenciano que los alicantinos sentimos a menudo, un centralismo que nace de conductas fijadas por el tiempo y que no son fáciles de erradicar.

¿Por qué Cultura no tiene interés en reparar la casa natal de Valor? No creo que se trate únicamente de una cuestión de dinero. Los propios presupuestos de la Conselleria, que tantas partidas destinan a bagatelas, podrían darnos la razón. ¿Qué coste tendría convertir la vivienda en un pequeño museo abierto a los visitantes, o donde los estudiosos pudieran trabajar sobre la obra del escritor? No creo que la cantidad fuera muy elevada; en cualquier caso, bastante inferior al de esas aventuras culturales para las que el dinero no suele faltar.

Llegados a este punto, me pregunto si es justo descargar toda la responsabilidad sobre las espaldas de los políticos. Sí, ya sé que es lo habitual, pero ¿no deberíamos admitir alguna culpa por nuestra parte? El político no suele tomar sus decisiones pensando en el bien común, sino en el voto; busca la rentabilidad de su inversión. Si hasta ahora no se ha preocupado por conservar la casa de Valor quizá sea porque no lo ha considerado rentable. Si todos los que dicen estar preocupados por la memoria del escritor lo hubieran exigido con firmeza, es probable que el problema estuviera ya resuelto a estas alturas.

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