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José Payá: «Sumé humor, intriga y teatro, y me salió Alfonso Paso»

Una tesis de José Payá revisa la obra del dramaturgo más fecundo de la posguerra española

El escritor José Payá.

Mi amigo biarúa Pepe Payá tiene entre sus muchas obras, de todo tipo y condición, una novela que me parece un hallazgo, C astilla o los veranos, que les aconsejo vivamente. Entre sus relatos más o menos cortos, me quedo con el que da título a un volumen la mar de interesante y variopinto, La segunda vida de Christopher Marlowe, donde juega con la existencia literaria de Shakespeare, o no, como hiciera, también brillantemente, Bill Bryson. No olvido su excelente edición de Beltenebros, de Muñoz Molina, novelista al que rindió homenaje en su tesis de licenciatura.

Pepe Payá, posee un divertimento literario bien fundado y mejor escrito que tiene su origen en las largas noches de invierno pasadas en su semi fortaleza de las afueras de Biar, cuando se oye bajar del castillo medieval un ulular del viento remontando los cipreses del cementerio del lugar y que le permiten crear personajes que contraponer a sus ídolos (y los míos) de novela policiaca, negra o gris, como Ellery Queen, James Hadley Chase o Jim Thompson. Y a veces, a cuatro manos que es lo mismo que dos cerebros la mar de creativos, ¿verdad, Mario?

Y de repente, a Pepe Payá le da por hacer una tesis doctoral (que se llevó un más que merecido sobresaliente cum laude) sobre un autor cuasi maldito tras su enorme éxito popular en aquella España del general de triste recuerdo. Y aquí la tienen editada, calentita: divertida, exhaustiva, culta, muy trabajada y atrevida.

¿Por qué Paso, traicionando a Muñoz Molina que era la idea inicial?

Lo cierto es que yo estaba poco menos que «condenado» a conseguir el doctorado a expensas de las novelas de Antonio Muñoz Molina. Esa había sido, desde hace casi 20 años, la idea primigenia. Después de realizar la tesina sobre el autor jiennense y tras la edición crítica de Beltenebros para la editorial Cátedra, estaba, a la manera calvinista, predestinado. Pero sucedió que Muñoz Molina no hacía más que publicar y publicar, y me di cuenta de que la idea de una tesis «definitiva» era irrealizable. Así que, cuando estaba poco menos que desesperado? me entró la risa y me acordé de viejas películas y las comedias que todos los viernes veía en el espacio televisivo Estudio 1. Sumé humor más intriga policiaca más teatro? y me salió Alfonso Paso. Cuando se lo propuse al profesor Juan Antonio Ríos, estuvo diez minutos riéndose. Una locura, sin duda.

Pero, ¿Paso no es un personaje anticuado y reaccionario, defensor del régimen franquista?

¡Pues por eso mismo! entre otras cosas porque Paso era un autor poco menos que declarado persona non grata. Quizás iba siendo hora ya de revisar viejos tópicos y de cerrar antiguas heridas. Además, tenía la ventaja de que Paso ya estaba muerto, así que era imposible que siguiera creando.

¿Costó mucho resucitar a un autor maldito y con una curiosa leyenda tras él?

El propósito de la tesis, que en un principio iba a centrarse en las comedias policiacas de Paso, creció hasta abarcar toda la producción teatral del autor que, para más inri, tampoco estaba fijada. El apartado en el que me ocupo del corpus teatral de Alfonso Paso puede parecer al lector la parte más árida, pero creo que si mi trabajo aporta alguna contribución a la historia del teatro español del siglo XX es esta.

¿Seguiste los pasos de Lew Archer o de Sam Spade?

Fue una labor casi detectivesca: indagué en la Biblioteca Nacional, recorrí decenas de librerías de lance haciendo acopio de las más de 90 comedias que Paso publicó, pero sobre todo me zambullí con grata sorpresa en el Archivo de la Censura, sito en Alcalá de Henares. Fue esta una experiencia a la que invito a todos aquellos que deseen conocer «en vivo» la realidad de la postguerra cultural española. En dicho archivo se conservan los expedientes de censura de casi todas las obras del teatro español (y de la literatura española, claro) que fueron estrenadas (o lo intentaron) durante los años de la dictadura.

Monleón y Marsillach alaban de Alfonso Paso sus primeras obras como «rebeldes y renovadoras».

Siendo el autor más prolífico de aquellas décadas, no es de extrañar que Paso fuera también el más censurado, aunque siempre llevara el calificativo de autor «afín al régimen».

Pepe Payá es un buen aficionado al cine, ¿satisfecho del happy ending?

He intentado sobre todo acercar a todo el público „no solo al lector especializado„ la figura de un autor tan olvidado como menospreciado, sobre todo por la ignorancia que sobre su obra ha caído (o algunos habían volcado). Y, ya de paso, he procurado también pasar revista a una época de nuestra historia más reciente que, mal que nos pese y de la que quizás podamos sentirnos poco orgullosos, nos ha definido como personas. Más allá de los méritos teatrales de las 167 piezas que consiguió estrenar, las comedias de Alfonso Paso han de ser leídas (o visionadas) como documentos históricos que muestran una España que fue la de nuestros padres y abuelos, y que sería conveniente no olvidar, sobre todo para no volver a caer en muchos de sus defectos.

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