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Un recuerdo para H.G. Clouzot

Allá por 1959-60 hablar del más rabioso «cine de suspense» era hablar de Henri-Georges Clouzot (Francia, 1907-1977) y, cómo no, de Alfred Hitchcock, detector de la patente en la modalidad. El éxito de Clouzot en Las diabólicas (1955), sustentado por la tensión de El salario del miedo (1953), inclinaba, coyunturalmente, la balanza a favor del francés que gozaba de un sólido prestigio entre la crítica y los espectadores. Clouzot había sido el primero en poner aquella advertencia en su película sobre las dos inquietantes asesinas -»Por favor no cuente el final a sus amigos»- y se había adelantado a la hora de hacernos temblar ante la puerta de un cuarto de baño con un cadáver sumergido en la tina. Tras el éxito de Hitchcock en Psicosis (1960), con idénticos avisos promocionales y la muerte, ahora, tras las cortinas de la ducha, el realizador inglés, recuperado el aliento, se lanzó a un sprint culminado por el aldabonazo de Los pájaros (1963). Clouzot, ante la resurrección del Mago y amenazado por los jóvenes turcos de la nouvelle vague que intentaban hacer borrón y cuenta nueva en el cine francés, se limitó ya a verlas venir, sin que ni siquiera el recurso a mostrar explícitamente el trasero de Brigitte Bardot en La verdad (1960) pudiese devolverle su bien ganada fama como realizador. Una fama que debía haber regresado a favorecerle cuando sendos remakes de sus películas canónicas ( Carga maldita de William Friedkin -1977- y Diabólicas de J.S. Chechik -1996-) se revelaron dos grandes fracasos poniendo de manifiesto la maestría de las versiones originales que resultaban, francamente, inimitables.

Hoy Henri-Georges Clouzot es recordado por estos dos filmes y su nombre, para algunos jóvenes cinéfilos, se diluye en el panteón de aquellos realizadores - Clair, Duvivier, Carné, Clement- que erigieron los muchachos de Cahiers du Cinema a mayor gloria de sí mismos y del cine experimental y novedoso que debía subvertirlo todo para que, en parte, se cumpliese el famoso dicho de Lampedusa en torno a la pervivencia de lo esencial que contienen los viejos tiempos. Los clásicos españoles lo habían dicho de otra manera: «Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud».

Nada mejor para verificar estas sentencias que volver la mirada atrás en cualquier filmoteca de la red y echar una ojeada a dos películas del gran Clouzot: El cuervo (1943) y En legítima defensa (1947).

El cuervo, filmada en plena ocupación alemana, controlada por las autoridades nazis, cuenta con la leyenda negra -y falsa- de ser un filme colaboracionista que acarreó muchos disgustos a su autor por parte de quienes no quisieron ver que se trataba de un alegato a favor de la libertad individual y un rechazo contundente al clima de terror colectivo, creado por las delaciones anónimas, que imperaba en la sociedad del momento. Revisada en la actualidad resulta una escalofriante parábola sobre la intolerancia y la maldad que anida en la sociedad provinciana, tema que, dicho sea de paso, continuaría denunciando el «cahierista» y rebelde Claude Chabrol.

En legítima defensa es otra cosa: una película imperecedera, redonda e inquietante y, además, entretenida: puro cine. Un thriller ejemplar que resume las esencias del polar francés y las virtudes del mejor Clouzot: su capacidad para crear atmósferas opresivas y transmitir densidad emocional, la cuidada dirección artística y actoral, el recurso a grandes directores de fotografía como Armand Thirard. A través de una investigación criminal Clouzot recrea un mundo desaparecido plagado de imágenes hipnóticas: el de un barrio bohemio del Paris de la postguerra con sus teatros de variedades y ambientes tabernarios donde se mueven los supervivientes del gran naufragio. Un mundo donde la figura del comisario Antoine -magnífico Louis Jouvet, precedente insólito del detective Colombo- sirve de catalizador para mostrar las fronteras turbias y permeables entre la ley y el crimen resumidas en el ambiente de la Comisaria más lóbrega jamás mostrada en el cine. Los toques de erotismo, siempre presentes en las películas de Clouzot, sobre el trasfondo de una Nochebuena triste y proletaria, convierten a En legítima defensa en un clásico del noir. ¡Cómo lamenta este cronista no haberla descubierto en la sala oscura de un cine de barrio de programa doble y sesión continua!

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