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Filosofía para un orden venidero

Bajo la forma de una filosofía de la cultura, Byung-Chul Hahn anuncia los modos inciertos de un hombre nuevo

El último de los doce opúsculos del filósofo Byung-Chul Hahn publicados en castellano por Herder vio la luz en Berlín en 2005, bastante antes, pues, que algunos de sus títulos más exitosos como La sociedad del cansancio (2010) o Psicopolítica (2014). No obstante, éste permite apreciar mejor que otros trabajos más programáticos el engranaje de referencias, omisiones y duplicidades que articula su discurso, ya inevitable en los debates sobre la crisis del llamado sujeto neoliberal y otros temas de nuestro tiempo. Presentado como una contribución al desarrollo de un «modelo conceptual que sea capaz de comprender la dinámica cultural de hoy», este libro no cuestiona ni redefine el concepto de cultura, Kultur, ni lo contrasta, aunque se guarde de confundirlo, con el limítrofe de Bildung. La formación filosófica de Chul Hahn es inequívocamente germana y puede decirse que su reflexión sobre el destino del sujeto moderno está apuntalada sobre la filosofía y la literatura alemanas. Aunque los autores citados sean muchos, Heidegger oficia aquí de autoridad, a veces bajo el disfraz de Peter Handke. Fiel al maestro, Chul Hahn nos advierte contra los estériles usos de la cultura como argumento para la crítica política de la globalización. Por eso relee los estudios poscoloniales, encarnados en la figura del profesor indio de Harvard Homi Bhabha, para convencernos de que los conceptos de transculturalidad, multiculturalidad e interculturalidad son inútiles si se quiere entender al nuevo sujeto de la cultura fuera de unas relaciones coloniales de poder cuyos críticos son incapaces de abandonar. Sí que asume el concepto de lo intersticial, el espacio liminal, entre-medio, que Bhabha propone frente a las designaciones de identidad y sus jerarquías. Éste también invocaba la alargadísima sombra de Heidegger para recordarnos que «el límite es aquello en que algo comienza su presentarse». El filósofo de Seúl/Berlín repite la cita, pero para espetarles a los entusiastas defensores de la hibridación un solemne «no es eso». El concepto de «hiperculturalidad» que propone para diagnosticar al mundo globalizado entraña un sujeto desubjetivizado y desterritorializado, aislado en una especie de mónada con ventanas, Windows en las que sólo se ve a sí mismo, dentro de un mundo de pantallas que, en lugar de permitirle mirar, le protegen de la mirada. La metáfora mayor de este sujeto sería la del turista, que cancela las distinciones entre espacios y tiempos, inscrito como está en un constante aquí y ahora. La «hipercultura», encarnación rizomática del hipertexto, vendría a cumplir la promesa turística de tener a disposición una totalidad, exenta de historia(s), de singularidades, de diferencias. Frente a esa figura del turista y su cult-tour, la imagen del peregrino, el caminante, es la del hombre filosófico que busca su lugar o, dicho en términos heideggerianos otra vez, su facticidad. Chul Hahn tiene una notable habilidad para denostar la ironía mientras la ejerce. De un lado el turista que se mueve fuera o dentro de su habitación queda, como la hiperculturalidad que lo acoge, exento de todo horizonte temporal y espacial, fragmentado, expuesto a la desfactifización (sic) del mundo de la vida. Es un hombre libre, aunque espectral. Pero, de otro, nos recuerda que la hiperculturalidad es muy habitual en un «lejano Oriente», que, según el filósofo surcoreano, desconoce todo mito de la interioridad y toda esencialidad. Parecería que la hiperculturalidad del «turista en camisa hawaiana» culminase la visión asiática del mundo (una cultura sin memoria) filtrada por las tonalidades de un incierto existencialismo filosófico y literario. Tejiendo y destejiendo sus argumentos, en un patchwork análogo al de la «hiperculturalidad» que describe, el autor parece reconocerse, como Heidegger y como el viajero Handke, en el estado doloroso del umbral de un hombre nuevo y se pregunta cuál habrá de ser la opción del filósofo: perseverar en el homo doloris, que busca su lugar, o dar la bienvenida al homo liber por venir, el turista alegre, desentendido del espesor de las cosas. No es difícil suponer que su respuesta excede o disuelve esta disyunción exclusiva, desde antes de escribir el ensayo: basta volver a la cita de Carl Schmitt, que, sin nota ni referencia, casi como un oráculo, da inicio al libro. Son las líneas finales de Tierra y mar, un ensayo ficción publicado en plena Segunda Guerra Mundial, donde el influyente pensador y jurista filonazi divaga sobre las nuevas formas de orden mundial, el nuevo nomos de la tierra que se configurará con «la revolución espacial planetaria». Schmitt terminaba citando a Hölderlin para recordar que ese orden tendrá también dioses que lo gobiernen. Aunque no oculte sus dolores, Chul Hahn parece saberse también destinado a medirse con los nuevos dioses y darles su filosófica bienvenida.

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