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Capitalismo y arte

En la Fundación LOEWE, Gran Vía, 8, Madrid, puede verse hasta el próximo 26 de agosto una muestra de fotografías de Peter Hujar y David Wojnarowiwicz. Como ha señalado la prensa al publicar la noticia, Hujar y Wojnarowiwicz son los dos grandes fotógrafos de la homosexualidad en el Nueva York de Andy Warhol. Mientras leo la noticia, pienso que, tan solo una década atrás, esas fotografías no se habrían exhibido en una de las tiendas de moda más exclusivas del país. A nadie se le hubiera pasado por la cabeza ligar una marca tan exquisita como Loewe con imágenes del mundo homosexual. En la actualidad, esta aparente trasgresión se ha convertido en algo corriente gracias a la mediación del arte.

Quizá haya sido el francés Gilles Lipovetsky quien ha reflexionado sobre el fenómeno con mayor dedicación. En sus obras más recientes, Lipovetsky muestra como el capitalismo ha ampliado su dominio al mundo del arte. «Creo que asistimos a la hibridación del mundo del arte y del mundo económico -decía el ensayista en unas declaraciones al diario ABC-. Cada vez más nos encontramos en entornos donde existen vínculos y mestizajes entre esos dos mundos que antes estaban separados [...] El capitalismo es cada vez más capaz de integrar la dimensión artística. Basta con mirar el desarrollo de las marcas donde hay un trabajo de diseño hasta en los objetos más sencillos. Es evidente en el desarrollo de las tiendas, la investigación estética, la mercadotecnia, los escaparates. Se busca una valoración estética de los productos comerciales que demuestra que el límite entre la economía y la estética es hoy mucho más difuso que antes».

Para confirmar las palabras del pensador francés, encuentro un artículo de Edgar González, El buen diseño es un buen negocio, en la edición española de The Conversation (theconversation.com//es).

González, director del Grado en Diseño de la IE University, es como cabía esperar, un defensor del diseño. Durante muchos años, me he sentido atraído por el trabajo de los grandes diseñadores, que tanto han hecho para hacernos más cómoda y amable la vida diaria. Aunque no sabría decir si González y yo hablamos de la misma clase de diseño. Probablemente, no, porque, tras leer su artículo, tengo la impresión de que mis ideas han quedado un tanto anticuadas.

«La forma en que los diseñadores han pasado de desempeñar un papel más artesanal, especializado y físico a un papel más estratégico u orientado al sistema -escribe González- ha sido encabezada por una nueva generación de diseñadores que tienen desde hace tiempo una perspectiva más contemporánea del diseño».

Que los diseñadores abandonen el objeto y se interesen por el sistema es, no cabe duda, un cambio considerable. Por eso no me extraño cuando, unas líneas más abajo, leo que las grandes ciudades occidentales están contratando diseñadores. Ya lo ha hecho Helsinki, y también Los Ángeles o Londres, donde incluso se ha creado un comité de diseño. Si la estetización ha invadido el mundo del comercio, ¿por qué no habría de llegar a la ciudad?

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