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Amor en corserva

Kaurismäki, una revelación

No me duelen prendas a la hora de afirmar que soy un «recién convertido» al cine de Kia Kaurismäki. La culpa de mi tardanza a caer en sus garras de terciopelo está en una tarde lluviosa y triste en un hotelucho de Londres. Ante la imposibilidad de salir a la calle hice zapping ante el televisor y, tras desdeñar un campeonato de dardos, otro de billar americano y un concurso de productos hortícolas, di con una película, ya comenzada, extrañísima para mis pobre entendederas y escaso conocimiento de la lengua inglesa: una absurda road movie que contaba las andanzas de un grupo musical de descerebrados, tocados con crestas capilares a modo de visera y que, procedentes de algún país del profundo este de Europa, viajaban por Estados Unidos parodiando la música folk y el rock americano. Alucinado ante la pequeña pantalla la vi hasta el final tratando de descubrir quién era el responsable de tamaña atrocidad. Era un tal Kia Kaurismäki. Y la película -ya lo ha adivinado el sagaz lector- era Los vaqueros de Leningrado van a América (1989). Juré no volver a ver nada de ese individuo.

Juramento en vano. Hace un par de meses, ante la insistencia de un grupo de jóvenes cinéfilos, encabezados por mi hijo, accedí a ver La vida bohemia (1992) y, tras superar la sorpresa inicial, comencé a reír y a sentirme fascinado por cuanto ocurría en la pantalla para acabar, profundamente conmovido, ante un final que era un espléndido homenaje a La señora Miniver de William Wyler. Kaurismäki me había ganado para siempre.

Con el cine de Kia Kaurismäki (Finlandia, 1957) ocurre como con el cine de Wess Anderson, Jim Jarsmuch, del primer Tim Burton o de cualquier realizador que habite en un mundo propio, elija con absoluta libertad sus historias y sea capaz de narrarlas sin dejarse ganar por los imperativos y convenciones del cine comercial. Es como una droga fuerte. Golpea primero como un puñetazo para llevar las consecuencias del hematoma epidérmico a las venas y de allí, lenta, suavemente, al cerebro, hasta convertirte en un adicto. La droga está compuesta por una ración de minimalismo y sencillez expresiva, otra de sentido de la elipsis y de dominio del espacio escénico, hasta el punto de llevar la acción fuera de plano para resaltar efectos inesperados de violencia o humor. La fórmula se completa con una porción de compromiso, sin fisuras, con el proletariado y las clases más desfavorecidas. Una suerte de Kean Loach, pero sin las estridencias dramáticas de este autor. Kaurismäki es la suavidad personalizada, capaz de convertir el problema más triste y amargo, más presuntamente irresoluble, en un esperanzador cuento de hadas, en un canto a la solidaridad y la amistad subrayado por la música de un tango, la rabia de un rock o una cínica balada de Boris Vian. Un cine en el que la ternura es siempre el «cameo» de un perro solitario y fiel, cargado de simbolismo, que asoma su hocico húmedo en un rincón de la pantalla y que regresa a la pureza del cine clásico silente.

Al cronista le resulta sumamente difícil recomendar algunas de sus películas. Es una elección muy dolorosa. Pero ahí van algunas de sus preferidas. Al margen de la ya citada La vida bohemia, le encantan Contraté a un asesino a sueldo (1990) -por su vuelta de tuerca al «cine negro»- Nubes pasajeras (1996) y Sombras en el paraíso (1986) -por el cuadro humano y plástico que se traza de la sociedad nórdica, como en un lienzo melancólico y nocturno de Hopper-, El Havre (2011) y El otro lado de la esperanza (2017) -por su compromiso vital con la causa de la inmigración, evitando todo sentimentalismo lacrimógeno- y Ariel (1988) -por resumir toda su poética sobre la amistad y la esperanza que debe alentar el ser humano contra la adversidad, con ese final acompañado por la canción Over the rainbow, de El mago de Oz, con «dos c...», como dicen los castizos. Y esta noche me pondré un programa doble: la de los vaqueros de Leningrado - cuyo humor fui incapaz de entender aquella tarde en Londres- y su segunda parte: Los cowboys de Leningrado van a Méjico (1996).

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