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Ilustres bebedores

«El alcohol -es cosa sabida- es un buen criado y un mal amo». Y no me refiero, por supuesto, al alcohol medicinal y desinfectante que se despacha en las farmacias, sino al que, producto de la fermentación o la destilación de uvas y otros vegetales, sirve para alegrarnos la existencia y estimular nuestros sentidos o para conducirnos tristes y cirróticos al otro mundo. El consumo de vinos y licores no es asunto de extremos y, tanto el puritano y aburrido abstemio, como el borracho impúdico y molesto, son puntos opuestos de una línea que no deben frecuentarse si queremos gozar con plenitud de muchos de los placeres que nos ofrece la vida. Valgan estas sensatas perogrulladas para indicar que, en este articulillo, el autor no quiere hacer una apología del «trago» desnortado y dar más tendenciosos argumentos a la nueva oleada de inquisidores que, por sistema, se sienten plenamente realizados adorando toda clase de prohibiciones.

Javier Barreiros, partiendo de estos presupuestos, pero con menos piedad hacia los extremistas de la corrección social, ha escrito un libro sumamente divertido y plagado de erudición sobre la relación que ha existido siempre entre los hombres y mujeres de letras con el hábito de darle al frasco. El libro, titulado escuetamente, Alcohol y Literatura (Ed. Cálamo, 2017) nos introduce, con humor y fino sentido de la Historia, en los orígenes del vino y la cerveza para conducirnos al territorio excitante de los aguardientes que pueblan nuestras botillerías y han conducido al ser humano a entrever las puertas de los paraísos artificiales, abrir el pensamiento o el apetito, y hacer más digeribles las comidas y las apestosas tardes de los domingos. Un buen pórtico para establecer el matrimonio, no siempre bien avenido, entre el alcohol y la creación literaria y dar un repaso a la cuestión a través de épocas y países para despedirse con unas entretenidas reflexiones sobre el mundo apasionante de las taberna.

El listado de autores que empinaron el codo o utilizaron la bebida como fuente de inspiración es, tal y como nos revela Javier Barreiros, interminable; y no se reduce a los tópicos al uso sobre Omar Kayyam y sus rubaiyats del siglo XI, a los delirium tremens de Edgar Allan Poe, a los casos archisabidos de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud dándole a la absenta, o a los plastas como Burroughs o Bukowsky que no solían desdeñar ni un trago de aguarrás. La nómina se extiende a una pléyade de luminarias que, comenzando por prestigiosos galardonados con el Nobel ( K. Hamsum, S. Lewis, E. O´Neill, W. Faulkner, E. Hemingway, S. Steinbeck) alcanza a la erudición y la bohemia española de entre siglos ( Marcelino Menéndez Pelayo, M. Machado, J. Dicenta, Rubén Dario) y no da abasto con nuestra generación de literatos de la postguerra y el desencanto ( I. Aldecoa, J. Benet, G. Hortelano, D. Alonso, A. Grosso, L. Rosales, L. Panero, G. de Biedma, C. Barral, como pequeña muestra). Un repaso, plagado de anécdotas y juicios atinados -o descacharrantes- que se extiende a las dos Américas y a distintos países de Europa y que no olvida a las señoras -en menor escala, es cierto- que se entregaron, con más o menos disimulo, a los brazos del dios Baco: la mosquita muerta de Pearl S. Buck, la desinhibida Dorothy Parker, la atormentada Carson Mc Culler o nuestra desaventurada Ana María Matute.

Un libro, en resumen, que engrosará la discreta sección de «Hedonismo» de mi biblioteca, junto a pequeñas joyas como Galería de borrachos de Eduardo Chamorro (1981), Sobrebeber de Kingsley Amis (2008) El borracho moderno de F. Kelly Rich (2005), Beber de cine de J. L. Garci (1997) o Historia de una taberna de A. Diaz-Cañabate (1945) y que servirá de prueba irrefutable para que los nuevos familiares del Santo Oficio, llegada la ocasión, que será pronto, dado los tiempos censores que corren, me envíen a la hoguera sin necesidad de recurrir a la existencia del Cossío en mis anaqueles. Peor para ellos, quemarán, también, el ilusionante e inútil Tratado sobre la resaca de Juan Bas (2004) y los sepulcros blanqueados, que siempre existen en el gremio de aguafiestas, se quedaran sin alivio para sus ocultos vicios.

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