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Ignorantes inteligentes

La primavera es, entre nosotros, la estación de los libros: en ninguna otra época del año se habla de ellos tanto como en esta. Las ferias sacan el libro a la calle, de modo que uno acaba por tropezarse con ellos y se le despierta la pulsión por comprarlos. No podríamos entender nuestro mundo sin la presencia de los libros, que ahora se ven amenazados por el teléfono móvil, convertido en el epicentro de nuestras vidas. Para conjugarlo, mi amigo Mario M. propuso escribir una novela con las conversaciones almacenadas en su WhatsApp durante los últimos años. No es una idea descabellada para un hombre de genio que esté dispuesto a trabajar.

Se ha dicho que toda biblioteca personal es, en cierta medida, una biografía, aunque yo la imagino más bien como un diario. En un diario, el autor miente hasta convertirse en el personaje que alguna vez imaginó. ¿No dicen eso los centenares de libros de nuestra biblioteca que aguardan ser leídos, o aquellos de los que apenas ojeamos unas páginas antes de devolverlos a la estantería? Siempre desconfié de los lectores compulsivos, y ahora me encuentro con que yo mismo lo soy. No logro resistirme al canto de las novedades y, como todo me interesa, los libros se acumulan por los rincones de la casa. La empresa es imposible, ¿cuántas vidas necesitaría para leerlos?.

«Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada -escribe Gabriel Zaid en Los demasiados libros-. Decir: Yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero ¿no es quizá eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes».

EN LA EDAD PROVECTA

¿Desaparece nuestra cultura arrasada por las nuevas tecnologías y el predominio de la imagen? Leo, en el suplemento cultural del diario Levante, una extensa entrevista a Guillermo Carnero. «Estamos -dice el poeta-, ante algo más profundo que el corte generacional: el abismo entre tres mil años de cultura occidental, de base grecolatina, y otra cultura audiovisual alternativa, más fácil de asimilar: cultura de analfabetos desde luego, pero con su entidad propia y con el atractivo de ser un territorio de encuentro y comunicación inmediata. No sé si acabara, con los años, por imponerse, pero la tradicional y sabia parece cada vez mas minoritaria».

Yo no sabría decir si existe un abismo entre la cultura occidental y la nueva cultura audiovisual: quizá nos falte perspectiva para poder pronunciarnos. En cultura, los cambios suelen ser lentos, y la aparición de lo audiovisual, aunque haya irrumpido con una fuerza irresistible, es demasiado reciente. Mientras esperamos que el tiempo lo dilucide, podríamos recordar lo que Azorín escribía, allá por 1914: «A todos los hombres de todos los países y de todos los tiempos les ha parecido que los tiempos pasados son mejores que los tiempos actuales. Y en la edad provecta, este sentimiento se agudiza y se hace más sistemático y profundo».

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