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Vicios solitarios

Aquienes no sabemos hacer mucho más en la vida aparte de leer y de estar rodeados de libros, la reacción natural ante un título así es «¡tengo que leerlo!». Evidentemente, el hecho de que alguien escriba un libro avisando de los peligros de la lectura ya nos indica que nos vamos a encontrar con una buena dosis de ironía y sentido del humor. Más aún si prestamos atención al título original, El vicio solitario, y a ese prólogo en el que hace un paralelismo entre la lectura y esa otra actividad que también se realiza normalmente a solas, en la cama y que también suele conllevar un uso de la imaginación y la fantasía...

Mikita Brottman, profesora y psicoanalista, hace un recorrido más ameno que profundo -y lo digo sin ningún matiz peyorativo- por el mito de que leer es bueno per se. A través de una serie de ejemplos y experiencias que le dan la vuelta a esta idealización de la letra impresa va dejando caer reflexiones y exponiendo casos de lo más curiosos. La autora, nos cuenta, pasó su infancia y adolescencia encerrada en su cuarto, sustituyendo la vida «real» por esa otra vida que encontraba en las novelas, hasta el punto que dejó casi de relacionarse con los demás, y eso la marcó para siempre... A partir de aquí, y siempre con mucho humor, se nos presenta la parte digamos negativa de la lectura. Advierte, entre otras cosas, del peligro de las lecturas obligatorias de los colegios. El mejor modo de hacer que alguien pierda todo interés por la misma es hacer leer a niños de 12 años a ciertos autores clásicos que difícilmente van a comprender y disfrutar. Clama también contra ese sinsentido consistente en dar preferencia a los autores locales... (yo, por ejemplo, creo haber dedicado muchas más horas de escuela a aprender quiénes eran Eduard Escalante o Àngel Guimerà que Shakespeare o Goethe...). Evidentemente, todo tiene sus matices, y la autora por suerte no se toma demasiado en serio a sí misma. En el fondo de toda su diatriba se vislumbra un gran amor por los libros y por la lectura, pero también una desmitificación inteligente de los mismos.

Me ha resultado llamativa la parte en la que habla de los hábitos de lectura. Me he sentido un bicho raro (sensación, por cierto, de lo más agradable) al leer acerca de los hábitos normales de la gente. Al parecer, por lo que nos cuenta, la mayoría de personas empieza un libro (por lo general, una novela) y lo termina; después empieza otro y lo termina... y así sucesivamente. No recuerdo cuándo fue la última vez que actué de esa manera. Mis lecturas se acumulan, siempre tengo un buen puñado de libros a medias. Los dejo, los retomo... ensayo, memorias, poesía, tebeos... y sí, alguna que otra novela muy de vez en cuando. Nos habla también, en una de las partes más entrañables del libro, acerca de manías y obsesiones relacionadas con nuestro vicio favorito, y nos presenta a bibliófilos y bibliómanos de lo más peculiares, como por ejemplo -quién lo iba a decir- el músico Art Garfunkel, quien ofrece en su web un listado con todos y cada uno de los libros que ha leído desde 1968. Digna de mención también es la parte en la que habla de las paranoias personales de cada uno... ¿doblamos las páginas por donde dejamos la lectura? ¿Subrayamos los libros? Si es así, ¿con bolígrafo o solo con lápiz...? En fin, cuestiones trascendentalmente banales. Para terminar, y a quien quiera profundizar en el tema, me permito recomendar otros dos estupendos y divertidos títulos relacionados con el que traemos hoy: Enfermos del libro: breviario personal de bibliopatías propias y ajenas, de Miguel Albero (Universidad de Sevilla, 2009) y Bibliofrenia, o la pasión irrefrenable por los libros, de Joaquín Rodríguez (Melusina, 2010). Junto con el que nos ocupa, forman una estupenda tríada sobre los peligros de este vicio del que algunos no sabemos ni queremos escapar.

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