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Cosas gramaticales

Me gusta la prosa de Julien Gracq, tan francesa y, por ello mismo, tan alejada de ese tono liviano que han adoptado últimamente tantos de nuestros jóvenes novelistas. Leo Leyendo, escribiendo, donde el escritor hilvana sus reflexiones sobre los libros y los autores que estima. En un momento dado, al referirse a las caídas con que a veces nos sorprende un escritor, Gracq anota, «la corrección absoluta sólo evidencia un sentimiento banalizador, anónimo, de la lengua.» Es difícil no estar de acuerdo con la afirmación; sin embargo, en el castellano, como en el francés, la corrección absoluta siempre se ha considerado un mérito literario.

En nuestro ambiente, nada prestigia más la tarea de un crítico literario que su pericia para descubrir las faltas gramaticales de un escritor. Por muy altos que sean los méritos de una obra, siempre quedarán empañados si el crítico advierte en ella errores de lenguaje. Pocas cosas distraen tanto a los profesores de Literatura jubilados, como el dar lecciones de lengua desde las páginas de los diarios. El vicio no es de ahora: Alfonso Reyes ya lo advirtió durante los años que estuvo entre nosotros, y se hizo eco de ello en sus publicaciones: «Que si carnecería, que si rosaleda, que si balompié, que si "notas para andar por casa..." ¡Daba tristeza ver que los diarios trataran de cosas gramaticales! Era esta una manía española que hacía pensar en la Inquisición.»

Y algo de Inquisición hay, sí, en la costumbre, tan arraigada entre nosotros. Cuando de niños aprendíamos a redactar, el profesor nos exhortaba a no repetir las palabras. Repetir la palabra revelaba un pobre conocimiento de la lengua. Y nosotros, que por nada del mundo queríamos tener un pobre conocimiento de la lengua, corríamos a buscar sinónimos en nuestro pequeño diccionario, cuando no inundamos el texto de perífrasis. ¿Actuaríamos del mismo modo de haber leído a los clásicos griegos? En cualquier caso, uno siempre estará del lado de Gracq en esta discusión: «¿Usted quiere decir «Llueve»?, diga «Llueve». Incluso si es para usted un segundo chaparrón.»

Una actitud crítica

En las entrevistas que le han hecho a Emilio Lledó, con motivo de la publicación de su libro Sobre la educación, insiste una y otra vez en su defensa de la filosofía. La filosofía -dice Lledó- está cuestionada en los planes de estudios «porque no quieren que pensemos. La filosofía no es una cosa extraña; siempre fue una actitud crítica frente a la vida, frente a la realidad. Y todos los filósofos, desde los presocráticos a los más modernos, han tenido una actitud crítica para entender lo que es el mundo, lo que es el bien, lo que es la justicia, lo que es la sociabilidad, lo que es la lucha por la igualdad, lo que es la educación...». Es esta actitud crítica de la filosofía la que preocupa al gobernante, que busca la docilidad del gobernado, y cuando no la obtiene de grado, amenaza, intimida, condena, como sucede ahora mismo en nuestro país, donde la libertad de expresión se coacciona cada día.

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