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Un gusto propio

No me gusta Rimbaud y tampoco me agrada Stendhal. Debo de ser una especie de bárbaro de las letras. Pero admiro demasiado a Flaubert para apreciar de veras a Stendhal. ¿Cómo leer o releer El rojo y el negro cuando se ha leído La educación sentimental? ¿Cómo escapar a la comparación de dos novelistas a los que separa una generación?», escribe Michel Pastoureau en su delicioso libro Los colores de nuestros recuerdos.

¿Un bárbaro de las letras? No, ¿por qué iba a ser este ameno historiador de los colores un bárbaro de las letras? ¿Por no agradarle Stendhal? ¿Acaso Paul Valéry no consideraba a Restif de La Bretonne superior al propio Beyle? Pietro Citati, uno de los grandes críticos vivos italianos, declaraba semanas atrás en una entrevista: «Eco no era un buen escritor. Tuvo mucho éxito con El nombre de la rosa en todo el mundo, pero no es bueno. De hecho, ninguno de sus libros lo es. Él era un ensayista inteligente, pero como escritor, no... El nombre de la rosa era un libro malo, nunca conseguí terminarlo."

Pocas discusiones tan apasionantes y, al tiempo, tan ociosas como las que tratan de fijar un canon para la literatura. Tiene razón Citati como la tiene, a su manera, Pastoureau -dejemos a Valéry, siempre un caso aparte-. Las novelas las escriben sus autores, sí, pero las completan más tarde los lectores. Al mundo del autor se suma el del lector, y las circunstancias en que se produce la lectura. De ese magma inabarcable se formará, a la larga, un consenso que utilizaremos como guía. Sus indicaciones suelen ser valiosas y pueden ayudarnos a la hora de elegir, pero no estamos obligados a seguir sus mandamientos. Como todo amor, el de los libros también exige exclusividades (y traiciones).

EL PLACER DE LA CRÍTICA

¿Qué debería pretender una buena crítica de libros? Ante todo, dialogar con el lector; despertarnos la curiosidad por la obra que comenta, llamar nuestra atención hacia ella. Debería mostrarnos sus cualidades de tal modo que sintiésemos de inmediato la necesidad de leerla. En algunos casos, aquellos donde el crítico fuera un hombre excepcional, nos descubriría cuanto somos incapaces de ver por nosotros mismos.

Pocas veces he visto satisfecho este deseo en los suplementos de la prensa diaria. Por lo general, el crítico suele estar más interesado en otras cuestiones. Por ejemplo, en decirle al autor todo aquello que no le ha gustado de su obra, o dónde fallan los personajes, cuando no en señalarle algún defecto gramatical, error de fechas, o cuestiones por el estilo. Nada de esto, sin embargo, es lo que le pedimos a una buena crítica, y tal vez sea este el motivo por el que tan pocas me satisfacen.

No es sencillo escribir una buena crítica, como no lo es lograr una buena traducción literaria. Son tareas que exigen tiempo y están mal pagadas en la actualidad. Se precisa, además, un conocimiento del mundo que sólo puede adquirirse con la edad y tras un cúmulo importante de lecturas y reflexiones. Cuando se tiene todo eso, todavía queda por superar el escollo más difícil: volar por encima del gusto de la época y sostener un criterio propio, algo que está al alcance de muy pocos.

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