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Esculpir en el tiempo

En Cronología de Tarkovski, Joaquín Juan Penalva se acerca a la filmografía del cineasta ruso para ofrecer un testimonio admirativo y un autorretrato fragmentario

C ronología de Tarkovski supone la cuarta salida en solitario de Joaquín Juan Penalva tras La tristeza de los sabios (2007), Hiberna, hibernorum (2013) y Anfitriones de una derrota infinita (2015, Premio de la Crítica Valenciana). Antes publicó, en colaboración con quien esto suscribe, el poemario cinéfilo Babilonia, mon amour (2005) y la plaquette Día del espectador (2009). Aunque el cine ha sido una presencia constante y ha ejercido un poderoso influjo en los versos del autor, sus entregas más recientes nos habían acostumbrado a un discurso de cariz intimista, en el que el embrujo de la gran pantalla se mezclaba con una visión entrañada de la vida cotidiana o se abría a una indagación en la realidad doméstica del sujeto. Desde este planteamiento, su último libro podría interpretarse precipitadamente como una vuelta temática a las raíces y como un retorno a la figura esquiva del poeta-espectador. Sin embargo, bajo su superficie icónica y su urdimbre unitaria, en Cronología de Tarkovski se aprecia una perspectiva de madurez que se aproxima más a la introspección elegiaca que a la rutilante épica del cinematógrafo. No en vano, la oda admirativa al magnetismo del celuloide deja paso a una alegoría sobre el que me atrevería a decir que constituye el gran tema de Joaquín Juan Penalva: el fracaso al que nos conduce irremediablemente la existencia; una derrota de la que solo nos redimen puntualmente algunas lecturas, ciertas películas o determinadas imágenes que se han quedado grabadas para siempre en nuestras retinas.

Cronología de Tarkovski se acoge a esa variante posmoderna de la écfrasis que algunos críticos han denominado transposición intermedial, ya que la descripción estática de obras pictóricas se sustituye por la percepción dinámica que favorecen los medios calientes. En efecto, los textos del volumen ilustran en orden cronológico todos los largometrajes de Tarkovski, desde La infancia de Iván (1962) hasta Sacrificio (1986). A modo de licencias poéticas hallamos dos versiones de Solaris ( El viejo mimoide y Doctor Kelvin) y dos poemas testamentarios ( Testamento de Andrei y Epitafio) que certifican, con rotundidad lapidaria, la pervivencia del legado del cineasta: «Esto he sido yo / y me resume. / Cuidad de ellas, / mis esquirlas, / y estaréis / cuidando de mí». Para no incurrir en la crítica aguafiestas ni cometer un delito de leso spoiler, no me detendré en las interconexiones entre los versos del escritor y los fotogramas de las películas en las que se inspiran. Con todo, basta con apuntar que la enumeración acumulativa de diversas secuencias importa menos que la interiorización subjetiva de los filmes, a diferencia de lo que ocurría en un poemario como El color de la granada, de Carla Badillo, que proponía un remake plástico y sensitivo del Sayat Nova de Sergei Paradjanov. Frente a esta opción, el libro que nos ocupa se abisma en la filmografía del director de Sacrificio para ofrecernos un retrato parcial y un autorretrato fragmentario. Aquí no está Tarkovski, sino el Tarkovski de Joaquín Juan Penalva: «Bajo esta tumba, / bajo este nombre, / un espejo; / sobre el espejo / la sombra / de tu paso / y mi pasado». Esa transfusión recíproca de identidades se hace evidente en la medida en que las composiciones no solo se reflejan en el espejo autorreferencial del séptimo arte, sino que manifiestan preocupaciones universales propias del género lírico: la pérdida de la inocencia ( Los cuatro sueños de Iván), la meditación sobre el sentido del arte ( Transfiguración de Rublev), la trascendencia religiosa ( El viejo mimoide y Doctor Kelvin), la memoria familiar ( La madre), la intemperie vital ( La Zona prohibida), la fuerza catártica de la nostalgia ( Balneario de Bagno Vignoni) o la lección del memento mori ( La guerra del fin del mundo).

En definitiva, gracias a las piezas de este caleidoscopio llamado Cronología de Tarkovski, Joaquín Juan Penalva alcanza quizá su mayor logro hasta la fecha. Parafraseando el título del célebre ensayo de Tarkovski, he aquí una poesía capaz de esculpir en el tiempo.

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