Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Retóricas de la Ilustración como actitud

Un arrojado breviario de fórmulas filosóficas y retóricas para actualizar el sentido de la ilustración

La Ilustración es objeto de una discusión filosófica que empezó hace casi tres siglos. Marina Garcés condensa los tópicos de esa discusión en el apasionado opúsculo Nueva ilustración radical. Sus argumentos no son nuevos para quien conozca la filosofía europea de los últimos cincuenta años. Pero sí la naturalidad con que los ahorma a los contornos de una concepción de la filosofía como «apuesta» vital. A pesar de su título, el ensayo no dialoga con el estudio de Jonathan Israel, La ilustración radical, que, hace unos años ofrecía un erudito y excesivo relato del pensamiento ilustrado más insurrecto. Sostenido sobre una épica de la emancipación, el libro de Garcés no ofrece relato alternativo alguno ni, mucho menos, una genealogía de sus conceptos. Tampoco menciona apenas a Spinoza, raíz común de diversas insumisiones filosóficas. De hecho, no dialoga prácticamente con nadie, aunque utilice con soltura conceptos que circulan por la academia desde antes de Foucault y hasta después de Blumenberg. No lo requiere, pues su tarea es urgente: una defensa pública, arrojada y arrojadiza, del programa ilustrado frente a sus adversarios, a los que divide entre quienes malversaron el legado de las Luces en una modernidad productora y colonizadora y quienes impugnan sus promesas emancipadoras confundiéndolas con los crímenes de la modernización. Garcés encadena razones para defender que es posible conservar las Luces sin la modernidad, olvidando, como sugirió un enredado filósofo francés, que probablemente nunca fuimos modernos. Sus argumentos, más que ensayarse, se revelan como la consecuencia inevitable de una experiencia del tiempo, que debemos reconocer como nuestra. Para conceptualizarla reformula la vieja oposición entre un tiempo moderno -el de la fe en el progreso- y otro posmoderno, cuyas razonables impugnaciones del primero habrían degenerado en una nostálgica antimodernidad «retrotópica». Engendro actual de esa escisión sería el «tiempo póstumo»: el de quienes ya nada esperan y contra el que este ensayo dice rebelarse. La lapidaria fórmula conserva mucho, casi todo, del «tiempo que resta» de Agamben. Pero, a diferencia de Garcés, éste la acuñó en una detenida relectura del mesianismo paulino que sustituía el fin del tiempo por el tiempo del fin. No es que la autora piense fuera del esquema teológico, sino que parece ignorarlo. Es difícil negarle la razón cuando nos exhorta a superar la polaridad entre la espera resignada del apocalipsis ciudadano en «el tiempo de la inminencia» y la profecía de un futuro redimido por el «solucionismo» de la técnica. Pero más difícil es aceptar que se confíe, sin saberlo, esa superación a la retórica. Como nos recuerda un ilustrado filósofo español, entre nuestras dificultades con la Ilustración no es la menor ajustarle una buena retórica. Pero ésta ni consiste en administrar consignas ni sustituye a la crítica filosófica. Apelando a un inculpatorio «nosotros», sujetos de «servidumbre cultural», la autora insiste en que «necesitamos herramientas conceptuales», pero nos deja sin saber cómo retorcer filosóficamente los conceptos. Parece como si esa «tarea de tejedoras insumisas» que sería la ilustración se redujese a una reapropiación de venerables términos. La «emancipación» y la «crítica» comparecen como santos lugares comunes de un elogio a la radicalidad cuyos bajos fondos son pulcramente erradicados. No sabemos en qué consistirá entonces esa crítica reflexiva a la que nos anima y cuya invocación, por otra parte, adorna la retórica de nuestros programas de estudio. Acaso la urgencia de experimentar en la filosofía un arrojo similar al de quienes auxilian a los náufragos del mediterráneo exija a los filósofos dejar a un lado los textos y subirse, una vez más, a los barcos. La advertencia es inequívoca: «las humanidades se convierten en conocimientos de textos sobre textos y mueren». De ahí la insistencia en que la «ilustración radical» pase por «educarnos a nosotros mismos». De nuevo el edificante sapere aude: atrévete a dejar de ser «crédulo», a llevar una «vida vivible» y «apostar» por tu emancipación. La «nueva ilustración» actualiza, así, radicalmente, las dialécticas de la vieja cuando sus consignas se cruzan con las del autoemprendimiento, animándonos a «no seguir perdiendo el tiempo» y a entender, en fin, «la ilustración como actitud».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats