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Séptimo Arte

Hipnosis y arrebato fílmico

Parpadeo es una extraordinaria novela de Theodore Roszak sobre el poder hipnótico que ejerce el cine sobre el espectador

Theodore Roszak. Parpadeo (Flicker). Traductor: José Luis Amores. Pálido Fuego, Málaga, 2017. 781 PÁGINAS. RÚSTICA 26,90 EUROS

«Imágenes que se movían y hablaban y brillaban en la oscuridad. Imágenes que llevaban con nosotros en nuestra infancia, mezclándose con nuestros sueños y fantasías. Nosotros sabíamos hasta qué punto era capaces de conquistar la mirada, de robar el alma. Estas imágenes gobernaban nuestras vidas».

Roszack: Parpadeo.

Partiendo de la biografía y filmografía inventada de Max Castle, un cineasta experimental que desapareció en la década de 1940, el protagonista y narrador del libro, Jonathan Gates, describe la progresiva fascinación que le provocan sus películas de serie B. El cine de Castle arrebata el alma del espectador, transformando la vida de quien lo contempla. La novela apela a la hipótesis de Kracauer en De Caligari a Hitler, según la cual algunas películas alemanas expresionistas fueron precursoras del nazismo al mostrar a dementes que hipnotizan a sus víctimas para cometer crímenes abominables.

Parpadeo (1991) describe en su primera parte la pasión del hallazgo cinematográfico, de modo similar al que harán Paul Auster en El libro de las ilusiones (2002) y David Gilmour en Cineclub (2007), deslizándose la trama en su segunda parte hacia una cinefilia nihilista que recuerda a la de Arrebato (Iván Zulueta, 1979). Jonathan cree que vivir consiste en perseguir vanamente las ilusiones fílmicas proyectadas en la adolescencia hasta que descubrimos que al otro lado de la pantalla no hay más que un «espacio oscuro y desolado». Entonces sólo cabe recordar ilusiones, imágenes de deseo.

Jonathan acude habitualmente al Classic, un «sórdido sótano» de Los Ángeles donde proyectan todo tipo de películas. Allí conoce a Clare, la programadora del Classic, que pronto se convertirá en su amante y educadora cinéfila. Ambos ejercen en esta sala como «custodios de imágenes», rodeados de adictos al cine que acuden clandestinamente a este siniestro templo de la oscuridad fílmica. El Classic es una reinvención de la caverna platónica donde las sombras proyectadas en la caverna «pueden llegar a ser verdaderos raptos mentales». Lo que preserva el cine es la realidad inmutable atrapada en un tiempo embalsamado. Mientras que el tiempo devora el ser fuera de la caverna, en la oscuridad interior las imágenes captan el alma de la vida.

La alta cultura y la cultura popular se fusionan constantemente en esta novela. Su autor, el filósofo y novelista Roszak (1933-2011) publicó en 1968 El nacimiento de una contracultura, siendo Parpadeo la traslación narrativa de algunas de las ideas de ese ensayo. Roszak se mofa en su novela de los «postureros semióticos franceses» que tratan de desvelar el significado de la obra de Castle. Clare posee una visión más intelectual del cine que la de su discípulo: las películas son para ella «literatura para el ojo». Pero los años de aprendizaje junto a Clare y su paso por la Academia acercarán a Jonathan a posiciones cada vez más intelectualistas, que le recuerdan el deber de no atravesar el abismo que separa el «arte elevado» del «vulgar». Y aunque inicialmente aceptó ese objetivo heroico, su encuentro con el cine de Castle lo cambió todo. De igual modo que Warhol transformó en arte un producto de consumo, Jonathan pretende legitimar culturalmente a un cineasta maldito como Castle. Algo similar haría años después Tim Burton al rendir homenaje a uno de los peores cineastas de todos los tiempos: Ed Wood.

En la novela se cuenta que Castle había sido colaborador no acreditado en Ciudadano Kane. También colaboró en el proyecto inacabado de El corazón de las tinieblas. Tal vez uno de los mejores momentos de esta novela sea el delirante encuentro de Clare y Jonathan con Orson Welles.

El cine de Castle, inspirado en el de Edgar G. Ulmer, penetra directamente sobre el inconsciente del espectador, ocultando más de lo que revela. A pesar de las escenas de perversión y obscenidad, el efecto que provoca en los espectadores es paralizador. Las imágenes que vemos no son más que el estrato superficial tras el que subyace el estrato profundo del parpadeo. Ver una película en una sala de cine supone asistir a un enfrentamiento entre la luz proyectada, reflejo divino, y la oscuridad demoníaca que atraviesa en intervalos la cinta de celuloide y que penetra en el inconsciente a través del parpadeo de nuestros ojos. Si la cámara y el proyector son más rápidos que el ojo, entonces es posible esconder otra película en esos intervalos imperceptibles. «Como una linterna encendiéndose y apagándose. Parpadeando». En la novela este mecanismo se remonta a las linternas mágicas de los templarios y los folioscopios maniqueos.

El personaje de Clare, inspirada posiblemente en las críticas Pauline Kael y Susan Sontag, plantea la siguiente paradoja: ¿Por qué escribir sobre cine? ¿Por qué racionalizar una pasión? Escribir y reflexionar sobre el cine que vemos y leemos es una forma de domesticar el deseo. Clare sostiene que las películas poseen «algo extraño, algo hechizante, mágico, demoníaco» que «captan la atención con tal ferocidad, que te comen viva». Para soportar ese descubrimiento angustioso y fascinante, Clare decide sublimar el cine, convirtiéndolo en escritura. Una forma de domesticar el hechizo y encadenarse al mástil cultural para no sucumbir a los cantos embriagadores de las sirenas. Tras leer esta novela dionisiaca, me pregunto si el sentido que proyectamos sobre la escritura no será también un modo de extinguir o debilitar la pulsión cinéfila.

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