Los periodistas solemos preguntar por lo que no sabemos. Los abogados, por aquello que conocen al detalle no llegue a ser que la respuesta les pille con el pie cambiado y sea peor el remedio que la enfermedad. Por eso, ante la duda, mejor abstenerse. Reglas de oro del modus operandi de ambas profesiones que no siempre se cumplen. Ni los periodistas estamos siempre finos ni los letrados tienen todos sus días buenos.

En el juicio por el asesinato de Alejandro Ponsoda, a preguntar son nueve: la fiscal Lourdes Jiménez-Pericás, el letrado que en nombre de las hijas del regidor ejerce la acusación particular y las defensas de los siete sospechosos de haber perpetrado el crimen. Y así una jornada tras otra en las que reiteraciones e inconcreciones alargan las sesiones y tensan los nervios.

Aunque desde la bancada de las defensas se quejan de un trato desigual, lo cierto es que la presidenta del tribunal está acotando las intervenciones cuando el sentido común así lo pide: introducciones interminales, cuestiones ya respondidas o planteadas a quien no puede contestarlas... «Si es que aún no he llegado a la pregunta», replicaba ayer a la juez un letrado a quien acababa de pedirle que fuera al grano después de un preámbulo que parecía no acabar nunca. «Pues llegue, letrado, llegue», le espetó Cristina Costa. Al mismo abogado, cuando pretendía que el agente al que estaba interrogando supiera todo lo que ocurría en su unidad, le volvió a cortar diciéndole: «Yo pertenezco a este edificio y no sé lo que hace el resto de mis compañeros». ¿Es o no es sentido común?