Un club de alterne en el que las chicas no trabajaban sino que iban a tomar copas y se marchaban, donde al dueño no le permitían invitar a nadie y por el que nunca se dejaba ver a ningún político. Afirmaciones así se están escuchando en la sala del jurado de la Audiencia Provincial que desde el lunes acoge el juicio por el asesinato del alcalde de Polop Alejandro Ponsoda. Una vista en la que ayer declaró uno de los propietarios del mítico Mesalina, el encargado del local en el momento en que presuntamente se urdió el plan para acabar con la vida del regidor y un empresario de tiendas de calzado a quien se le atribuye una profunda animadversión con la víctima, pero que ayer dejó escapar alguna lágrima cuando recordó las atenciones que el fallecido había tenido con su hermano tras sufrir un accidente.

Ninguno sabía nada de la preparación de un crimen y, de haberlo sabido, por supuesto que lo primero que habrían hecho hubiera sido denunciarlo, según están declarando todos como una letanía.

En este contexto tuvo ayer su hora Juan Cano, quien fue regidor de Polop tras la muerte de Ponsoda hasta su detención dos años después y en cuya ambición política sitúan investigadores y acusaciones el móvil del asesinato.

Arropado por la solvencia de Javier Boix, que lleva su defensa, Cano dibujó un escenario de total camaradería con su antecesor donde ambos eran poco menos que una piña. Nada de querer quitarle el sillón de la Alcaldía. Tranquilo, el considerado principal acusado de esta trama usó tan buenas palabras para describir su relación con el alcalde asesinado como malas para quienes desmienten ese mundo de Yupi.

De «malas personas» tachó a quienes no pintan la situación tan idílica y de «gentuza» a los guardias civiles de la Unidad Central Operativa que investigaron el caso. En los próximos días unos y otros desfilarán por la sala. Despacito.