«No le digas a mi madre que soy periodista, ella piensa que toco el piano en un burdel». Con esta vieja frase atribuida al periodista y escritor norteamericano Tom Wolfe solemos ilustrar los informadores, no sin cierta amargura, la baja consideración social que en algunos momentos tiene nuestra sacrosanta profesión. Y ayer ambos, periodistas y burdeles, fuimos protagonistas involuntarios en la segunda sesión del juicio por el asesinato del alcalde de Polop Alejandro Ponsoda.

El burdel, porque fue en uno donde, según sostienen las acusaciones, se urdió el plan para acabar con la vida del regidor polopino. Los periodistas, por considerarnos desde la bancada de las defensas tan contraindicados para un juicio justo como para reclamar a la magistrada Cristina Costa, presidenta del jurado, que retirara de las actuaciones recortes de Prensa sobre la investigación del asesinato que fueron localizados en el domicilio de Juan Cano, sucesor del fallecido en la Alcaldía y acusado como autor intelectual de su muerte.

«Los periodistas son sensacionalistas, no tienen conocimientos jurídicos y sólo quieren vender periódicos», espetó ante el jurado la letrada de uno de los presuntos sicarios para apoyar su petición de que esos recortes fueran expulsados del proceso como hizo Jesús con los mercaderes del templo sin percatarse, eso sí, que vender periódicos es tarea harto difícil incluso para rotativos que manchan las manos de amarillo.

«¿Desde cuándo los periódicos son una fuente de prueba», soltó la defensa de otro de los acusados para adherirse al planteamiento de su compañera. Una petición que finalmente fue atendida por la magistrada no sin antes incidir en los obvio: que claro que los rotativos no son fuente de prueba. Y aclarar además que aunque no se hubieran sacado del procedimiento tampoco hubiese importado mucho ya que las únicas pruebas válidas para un tribunal popular son las que se practican delante de los jurados.

Buscaban los letrados que la lectura de estas informaciones no condicionaran al tribunal sin darse tampoco cuenta de que ahí también estamos bajo mínimos.