Un presunto depredador sexual de menores, oculto en una congregación religiosa del Camp de Morvedre donde captaba a sus víctimas ofreciendo su ayuda como educador, se enfrenta a penas que ascienden a 111 años de prisión por abusar y violar presuntamente de forma continuada de al menos siete niños de entre ocho y quince años. En el juicio que comenzó ayer en la Sección Tercera de la Audiencia de València el acusado, de 32 años y nacionalidad española, negó haber tenido cualquier tipo de contacto sexual con los menores, a quienes consideraba sus «colegas».

Con esta supuesta relación de «colegueo» con niños, algunos de apenas 8 años y uno de ellos con problemas de autismo, el procesado trató de justificar los encuentros con los menores, a quienes también se llevaba a viajes, excursiones y acampadas, donde dormía a solas con alguno de ellos, según llegó a admitir ayer él mismo ante el insistente interrogatorio de la fiscal.

La Fiscalía solicita para el acusado, estudiante de Magisterio y miembro de una congregación religiosa que omite este periódico para proteger a las víctimas, hasta 111 años de cárcel por cuatro delitos de agresión sexual (tres de ellos continuados) y siete delitos de abusos sexuales (también tres de forma continuada), cometidos entre 2009 y 2016. Los abusos y violaciones se produjeron tanto en el domicilio del acusado como en los viajes, acampadas y encuentros religiosos a los que se llevaba a los menores con permiso de sus padres. Así como aprovechando que iba a darles clases particulares «gratuitas», según él mismo admitió, para ayudarles en los estudios.

Eso sí, el procesado negó una y otra vez cualquier tocamiento a los menores, así como las felaciones y agresiones sexuales, en las que llegaba a ponerse agresivo si no accedían a sus deseos.

Así lo relató ayer uno de los menores, que lo acompañó en varias de estas escapadas a Teruel, Huesca, Benidorm o al domicilio de un familiar del acusado en Sevilla. «Cuando le decía que no, dejaba de ser amable y se ponía muy agresivo», afirmó esta víctima, que ahora tiene 19 años, quien explicó que era el propio acusado quien le pedía que le acompañara en estos viajes. «Al principio era una relación de profesor y alumno», explicó, pero poco a poco, y una vez ganada su confianza, comenzaron los abusos. Posteriormente, los tocamientos y felaciones dieron paso a agresiones sexuales en las que el menor se sentía atemorizado si le llevaba la contraria, hasta el punto de llegar a «llorar o suplicar» para que parara, según recordó el agredido.

Tras aguantar en silencio durante años, este menor decidió contar su pesadilla a una pedagoga del centro en el que estaba interno al sospechar que este mismo le podía estar pasando a otros niños. «Lo mío ya no lo puedo arreglar, pero cuando veo en la mirada de un niño de ocho años lo mismo que me pasó a mí, no podía consentirlo», argumentó.