nLos agentes encargados de la investigación de este sobrecogedor crimen desconfiaron desde el primer momento de la versión ofrecida por Alejandra G. P. De hecho, desde el principio sospecharon de ella pero necesitaban recabar las pruebas suficientes para poder incriminarla. Las dos peticiones de ayuda que la víctima realizó a su madre con su teléfono móvil a través de sendas videollamadas, con las que pudo alertarla de lo que estaba ocurriendo, fue uno de los detalles en el que los investigadores más incidieron dado que la mujer padece problemas de audición (hipoacusia) pero puede mantener una conversación con normalidad leyendo los labios de sus interlocutores. El hecho de que al despertar, tras desmayarse por los golpes y abusos de los asaltantes, pudiera coger su teléfono móvil para llamar a su madre a pesar de estar maniatada y tener la cabeza dentro de una bolsa suscitó, entre los investigadores, muchas dudas sobre la veracidad de su testimonio. Pero no fue lo único. También despertó entre ellos las sospechas que indicara que hizo una segunda llamada a pesar de que los asaltantes le habían roto el móvil al arrojarlo contra el suelo antes de huir.

El pequeño, que sentía adoración por su padre y necesitaba una dedicación especial porque sufría epilepsia y un pequeño grado de autismo. Los psicólogos consultados por este diario creen que ese grado de afinidad pudo haber desencadenado un lastre emocional por un deseo extremo de posesión y por los celos enfermizos en Alejandra, que en ese momento estaba embarazada de cuatro meses y que tenía a su cargo a un pequeño de cinco años de una relación tormentosa que acabó en divorcio. Cuando el padre acudió al piso en la noche del crimen y fue informado por los agentes de lo ocurrido perdió el control. Presa de un ataque de nervios e ira comenzó a gritar y llorar, propinando puñetazos en las paredes hasta tener que ser reducido.