El villenense Dámaso Cuchillo, su mujer y su hijo de 15 años tardarán en olvidar sus vacaciones. Residentes en Madrid, decidieron viajar hasta Barcelona y la zona de costa de Cambrils y alquilaron una casita en una pedanía, La Pineda, a 20 kilómetros del lugar donde fueron abatidos cuatro de los terroristas que sembraron el pánico y el caos en Cataluña el pasado jueves.

Esa noche fueron a cenar a un restaurante en el Paseo Marítimo de Cambrils y cuando acabaron, cerca de la una de la madrugada, fueron dando un paseo hasta el Club Náutico para recoger su coche. «Cuando llegamos a la altura del Náutico escuche música en directo y me asomé. Precisamente el cantante anunció que iba a tocar la última canción y aprovechó para mostrar su apoyo a Barcelona tras el atentado en las Ramblas. Fue acabar y sonó un ruido metálico muy fuerte y lo que pensábamos que eran petardos», cuenta Dámaso. «Acababa de ver a dos mossos d' esquadra con fusiles que luego resultaron ser los que abatieron a los terroristas y ya empecé a pensar que eran tiros», añade este villenense, que fue capaz de mantener la calma aquella noche y que tiene muy claro que «esta gente no nos puede quitar la libertad ni nuestra forma de vida. No se puede vivir con miedo».

«Nos quedamos mirándonos sin saber muy bien qué hacer hasta que llegó un chico corriendo diciendo que nos fuéramos todos rápido», relata. «Alejándonos de donde sonaban los disparos llegamos a la playa y nos juntamos en un chiringuito en la arena unas cuarenta personas, pero ví a una señora de unos 75 años que iba con su perrito y estaba como desorientada aún en el paseo y decidí ir a buscarla, la cogí del brazo y la bajé a la playa», explica este informático. «Allí nos quedamos en silencio, atentos a los ruidos para ver si nos enterábamos de qué pasaba cuando empezamos a oír ráfagas de disparos del otro lado de donde veníamos. La sensación era de estar sin salida. Llegó un momento en el que se escuchaban perfectamente los silbidos de las balas, estábamos a unos 20 metros, y hubo varias ráfagas», dice sin perder el aplomo.

A los cinco minutos, continúa, «llegó una mujer gritando con las manos ensangrentadas pidiendo ayuda para su marido. Me acerqué con otro chico a mirar y efectivamente había un hombre tendido en el paseo. Subimos a por él y conseguimos bajarlo a la playa, donde le taponamos las heridas de arma blanca de la cara y el cuello con toallas que había por allí. Vi que salía mucha sangre y me acerqué donde estaban los mossos a avisarles. Se les notaba muy tensos. Nos mandaron a los bomberos a los veinte minutos y la verdad es que en la espera me agobié», reconoce. Poco después los agentes les informaron de que había dos terroristas huidos y les pidieron que se quedaran en la arena. «Cerca de las tres de la mañana los mossos hicieron un cordón y nos sacaron de allí. A todo esto lo poco que decían era en catalán y tuve que traducir lo que decían al inglés porque había bastantes holandeses y británicos», recuerda. «Nos dejaron entrar en un hotel y llamamos a un taxi para volver a La Pineda, que consiguió llegar a las seis de la mañana porque Cambrils estaba totalmente bloqueado», indica. «Fue todo horrible, una experiencia muy dura pero gracias a Dios los tres podemos contarlo y hay que mirar hacia delante. Hubo gente que entró en pánico y otros mantuvimos el temple. Mi hijo se portó como un campeón», afirma orgulloso Dámaso, que hoy regresará a Madrid tal como tenía previsto.