La Policía Nacional investiga si el hombre a quien busca como sospechoso de los asesinatos de Juan Carlos y Araceli Oliva Bellido, los dos hermanos estrangulados en su vivienda de la calle Císcar de Valencia, dejó un dispositivo en la vivienda para detectar la entrada a la casa. Todo apunta a que dejó una alarma volumétrica programada para enviar un aviso a otro dispositivo con el fin de saber en qué momento eran descubiertos los cuerpos sin vida de los dos septuagenarios, a quienes habría asesinado fríamente para hacerse con el dinero que habían ahorrado después de toda una vida de trabajo.

Según ha podido saber INFORMACIÓN de fuentes de toda solvencia, se trata de un detector de movimiento una suerte de alarma volumétrica, que envió una señal en cuanto entró alguien en el piso. Eso ocurrió el domingo por la tarde, cuando la policía y los bomberos accedieron a la vivienda ubicada en la puerta 10 del 54 de la calle Císcar, alertados por el mal olor que emanaba del domicilio de Araceli y de Juan Carlos y por el hecho de que llevaran semanas sin verlos y sin obtener respuesta cuando los llamaban por teléfono o al timbre de casa.

El dispositivo hallado está en manos de la Policía Científica, que trata de averiguar adónde debía ser enviada la señal y si a través de su análisis se pueden obtener datos que permitan llegar al sospechoso.

De momento, todas las miradas recaen sobre el hombre de mediana edad que se presentó a sí mismo como el cuidador de Juan Carlos, de 79 años, que estaba convaleciente de una reciente operación por las secuelas que le dejó un caída sufrida el verano pasado, durante las vacaciones en el pueblo de la madre de ambos, Puebla de Arenoso, una pequeña localidad del interior de Castelló fronteriza con Teruel.

Los dos hermanos pasaban largas temporadas en Puebla, en la casa que habían heredado de sus dos tías maternas, que también murieron solteras y sin descendencia. «Nunca venían menos de cinco días y siempre lo hacían juntos», explica Mari Carmen, una vecina de ese municipio que los conocía muy bien.

«Cada año llegaban en junio y se quedaban hasta septiembre. A veces hasta octubre si el tiempo acompañaba», rememora. «Después, volvían en Fallas, porque no les gustaba el ruido, y en Semana Santa», concluye. Pero este año fue diferente. El pasado verano, Juan Carlos se cayó y se lastimó la pierna derecha. No podía conducir, así que esperaron a que hubiese recuperado parcialmente la movilidad, y a finales de octubre regresaron a Valencia. Su coche lo condujo hasta aquí un vecino del pueblo y el lesionado vino en ambulancia. Ya no volvieron por Puebla. Ni en Navidad, ni en Semana Santa.

Sólo con el cuidador

Por eso les extrañó tanto que apenas una semana después de la pasada Pascua, llegara un sábado al pueblo Juan Carlos solo, con un desconocido a quien el hombre presentó como «el que me está ayudando a volver a caminar», relata Pedro, un vecino. Araceli no estaba con ellos. «Dijeron que se había quedado en Valencia», agrega.

«Era muy callado. Sólo dijo "Buenos días" y nada más». La descripción encaja: se trata del «cuidador» a quien busca la policía y a quien un vecino vio salir de la casa de las víctimas, posiblemente cuando acababa de colocar la arena para gatos y los ambientadores para camuflar el olor que emanaría de los cuerpos en putrefacción. En ese encuentro casual, el sospechoso, que llegó a entrar en la vivienda del vecino, le dijo que no se preocuparan por los hermanos ya que se habían ido a Pamplona «por una larga temporada».

Dos o tres semanas antes de ese incidente „los testigos no recuerdan bien las fechas„ se había producido el viaje a Puebla con el cuidador; un viaje muy corto: «Llegaron el sábado y se fueron el domingo. Fue muy raro. No sé a qué vino...». La respuesta aún está en el aire.