Sesenta y un años, viuda desde hace cinco, madre de tres hijos, siete nietos y dos biznietos, Maruja Cuenca era ayer la imagen viva de la tristeza. Acudió con buena parte de su familia al Ayuntamiento para asistir al minuto de silencio en recuerdo de Yolanda. No tenía nada más que hacer. A esa hora, se practicaba la autopsia en el Tanatorio de la Siempreviva, en Alicante.

Ayer recordaba a Yolanda como «una luchadora. La pilló dormida, de otra forma es imposible que la matara. Era muy nerviosa y siempre sabía lo que hacía», explicó a este diario. Maruja habló ayer con Mari Carmen, la hermana del detenido, quien aún tiene a su nieta (de la que ésta es su madrina) y aseguró ahora que su único objetivo es que «no se la devuelvan nunca (al padre), que no la vuelva a ver. Cuando sea mayor de edad, que decida, pero tiene que saber qué ha pasado antes». La madre aseguro que ésta estaba tan afectada como ella por todo lo ocurrido y le explicó cómo su hermano le había llamado desde un teléfono extraño para decirle, muy nervioso, que había hecho «lo que tenía que hacer». Esta frase despertó sus sospechas y desencadenó el hallazgo del cuerpo.

La madre, que trabaja como limpiadora, no recordaba episodio alguno de violencia en la pareja. Se conocieron hace cuatro o cinco años. Tuvieron una niña y ahora vivían en la casa de su hijo. Ella estaba cobrando el paro, aunque habitualmente se ganaba la vida limpiando, «lo hacía muy bien». De él es incapaz de recordar un trabajo estable. Pero nunca pensó que aquello fuese a acabar así. «Los dos venían a comer a casa una vez cada dos días y a bañarse. El sábado vino ella a recoger el casco (de la moto); después se marchó. Nunca lo pude imaginar». Nunca más volvió a ver a Yolanda con vida. De la relación de ambos recuerda que él tenía problemas mentales y que se medicaba para superarlo. «Era una medicación que tenía que recibir siempre, que no se podía dejar. Una vez mi hija le amenazó con dejarlo y enviarlo a Alquerías si no volvía a tomarse las pastillas y él lo hizo».