No es la primera vez que la tragedia azota a los hermanos de esta familia. En el año 1985, José Antonio M. D. fallecía abatido a tiros en la calle del Cid junto con otros dos jóvenes del barrio Virgen del Remedio en un crimen que conmocionó a la sociedad alicantina. Esta víctima contaba con 21 años de edad. Cuando ayer los vecinos del Virgen del Remedio conocían quiénes eran los implicados en esta reyerta mortal, sus recuerdos retrocedieron a hace casi treinta años, donde los miembros de esta familia de cinco hermanos perdieron a otro de ellos. Por los hechos ocurridos en al año 85, fue detenido un joven de 15 años que había cogido la pistola de su padre y que después la volvió a dejar en su sitio como si no hubiera ocurrido nada. El suceso fue además uno de los que abrió el debate en España sobre la necesidad de reformar la Ley del Menor en los casos de delitos graves.

Los disparos ocurrieron en pleno sábado por la noche en una de las zonas de moda para el ocio nocturno de los jóvenes. Algunos pensaban que estaban tirando petardos y las propias víctimas llegaron a creer que el arma con la que les encañonaban era de juguete.

Los periódicos de aquellos días relataban cómo el joven pistola en mano la emprendía a tiros a sangre fría y acababa con la vida de otros tres. Un cuarto amigo sobrevivió a la masacre. Cuentan las crónicas que el agresor le dijo "A ti no te mato porque ya no me quedan balas". Asesino y víctimas se encontraban en grupos diferentes en la zona de ocio nocturno y cuando empezaron a insultarse y a discutir, los jóvenes de Virgen del Remedio se encontraron con que uno de la otra pandilla sacaba una pistola y empezaba a abrir fuego contra ellos.

El autor de los disparos se entregó días después a la Policía, después de que confesara a sus padres los hechos. El suceso provocó una gran tensión en la ciudad, dado que los familiares de los fallecidos convocaron una manifestación para exigir justicia por las víctimas. El hecho de que el asesino fuera hijo de un inspector de Hacienda y las víctimas eran de clases humildes, levantó conflictividad social. Los padres del asesino fueron quienes le convencieron para que se entregara, aunque el padre hizo desaparecer el arma homicida, según declaró éste en su día ante el juez, destrozándola y abandonándola en la montaña. El calibre poco usual que usaba la pistola, un 7,65, fue lo que hizo sospechar a los padres que el asesino podría ser su hijo cuando empezaron a publicarse las primeras noticias sobre el triple crimen en los medios de comunicación.

El hermano fallecido en aquel tiroteo no perdió la vida en la calle, como las otras víctimas. Pudo ser trasladado al Hospital General de Alicante donde se le sometió a una operación quirúrgica de hora y media pero no superó el postoperatorio y pereció cuando se encontraba en la Unidad de Cuidados Intensivos.