Felipe V estuvo 30 años diciendo que iba a morir de forma inminente. Su nuera Luisa Isabel de Orleans mostró los rasgos de un trastorno límite de la personalidad, y Fernando VI acabó en un oscuro castillo comiéndose sus heces: son algunos de los episodios que el periodista y escritor César Cervera relata en su libro Los Borbones

Una crónica histórica que comienza con la llegada de la dinastía de los Borbones a España con Felipe V y acaba con Alfonso XIII. «La historia de la humanidad es la de unos animales que tropiezan una y otra vez en la misma piedra, con el agravante, en el caso de los reyes, de que muchos son obligados a reinar a pesar de sus enfermedades o su incapacidad manifiesta», tiene claro César Cervera.

Felipe V, el primero de los Borbones, llegó a España tras la dinastía de los Habsburgo desde la corte francesa; pero, aparte de su escaso gusto por lo español, sufría un aislamiento y una melancolía crónicos que le llevaron a odiar su destino. Y pronto quedó claro que su abuelo, Luis XIV, «había enviado al país a un Borbón defectuoso», indica Cervera. El mismo Rey Sol había aconsejado a su nieto que, cuando le vinieran los «vapores» familiares a la cabeza, se limitara a ignorarlos. Padecía una enfermedad mental, probablemente un desorden bipolar o una depresión maníaca. Creyó ser una rana y apenas se aseaba. Tras firmar el Tratado de Utrech, y quizá por el susto que le provocaron los términos del acuerdo, Felipe contrajo un sarampión que le dejó calvo.

Luis I fue su sucesor, un monarca que tuvo un reinado muy breve, durante el que contrajo nupcias con Luisa Isabel. Una joven con un transtorno límite de la personalidad a la que le gustaba corretear desnuda por los jardines de palacio. La gota que colmó el vaso fue que se desnudara y empleara su vestido para limpiar los cristales del salón durante una recepción.

Luis enfermó y murió, tras lo que su padre volvió a asumir el trono, pero la salud del monarca se asemejaba a la de una bombilla a punto de fundirse. Luego llegó otro de sus hijos, Fernando VI, quien, tras la muerte de su amada esposa Barbará, golpeaba, escupía y mordía a cualquier ser vivo que se topaba enfrente, lo cual incluía su propio cuerpo. La lista de síntomas de Fernando VI «resulta incluso hoy un rompecabezas para los médicos: ataques epilépticos, fiebres, problemas respiratorios, erecciones constantes que duraron meses... Se ha especulado que pudo haber padecido un alzheimer, lo que es poco probable dada su edad, 45 al inicio del proceso».

Después llegó Carlos III con su despampanante Ilustración: el cuarto de los Borbones españoles, que «solo era feliz entre perros, caballos y escopetas de caza, de las que era un experto coleccionista». Murió «con una lucidez que ni su hermanastro ni su padre habían podido conservar. No morir loco de atar debió de ser un gran alivio personal», deja claro Cervera.

De Carlos IV hace hincapié en que el contraste «entre lo robusto de su constitución física y lo débil de su mente explica mejor que cualquier estudio o biografía cómo un monarca que lo tenía todo acabó sin blanca en pocos años».

Tras guerras napoleónicas y demás, Fernando VII. Sostiene Cervera que se trata del «personaje peor parado en la historiografía española, aunque con bastantes razones para ello». «Cada historiador que ha revisado su biografía con ánimo de rescatar algo positivo ha salido escaldado ante lo indecente de un hombre que vendió a sus padres, traicionó a sus hermanos y legó a su hija una ristra de guerras entre españoles», destaca.