Julián Sánchez falleció el pasado 22 de marzo por coronavirus en el Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid) a los 79 años. "No podemos cerrar esta herida que tenemos. No hemos podido despedirnos de él", asegura su hijo.

La familia ha vivido con angustia e impotencia la imposibilidad de darle el último adiós, las dificultades para enterrar el cuerpo en un pueblo de Extremadura y un intento de estafa en nombre de una supuesta aseguradora.

Su hijo menor, también llamado Julián, de 37 años, cuenta a EFE que el lunes 16 de marzo su padre se levantó a las seis de la mañana para ir al baño y sufrió una caída en su casa, que le provocó una fisura en la cadera, por lo que fue trasladado en una ambulancia al hospital más cercano a su domicilio.

El hombre estuvo esperando en Urgencias hospitalario para ser operado lo antes posible, desde las siete de mañana del lunes 16 de marzo hasta las tres de la madrugada del martes 17 de marzo, cuando le asignaron una habitación, en la fase ascendente de la pandemia del coronavirus. Tuvo que esperar a que dejara de hacer efecto una medicación anticoagulante que tomaba para evitar una hemorragia durante la intervención quirúrgica, pero no llegó al quirófano.

El jueves 19 de marzo empezó a presentar síntomas de COVID-19 que reveló que tenía una infección pulmonar. Al día siguiente le hicieron la prueba de coronavirus, que dio positivo.

Julián hijo está convencido de que su padre se contagió mientras esperaba en las Urgencias "saturadas por el tsunami de gente con síntomas de coronavirus". "Los médicos no querían que fuéramos al hospital. Decían que allí no se podía estar y que nos fuéramos a casa. Fue una situación muy fea. La familia estaba confinada en casa por el estado de alarma, mientras él estaba sufriendo en el hospital", explica.

De los tres hermanos, Julián, que tiene un problema oncológico, no acudió al hospital por temor al contagio. "A ellos les avisaron a las dos de la madrugada del sábado al domingo. Les dijeron que si querían ir a verle era la última vez. Mi padre estaba profundamente dormido. Falleció el domingo 22 de marzo", señala.

En la noche del domingo al lunes, su hermano mayor, que se encargó de los trámites, recibió la llamada de una persona que hablaba el castellano con dificultad, se presentó en nombre de su aseguradora y le pidió que le enviara su nombre, su DNI y sus datos bancarios por WhatsApp a un número de teléfono.

Al día siguiente, llamó a la compañía de seguros, que le confirmó que la persona que le había llamado no pertenecía a la empresa y que jamás pedían documentación por WhatsApp, lo que le lleva a pensar que hay gente "hackeando información aprovechando un momento de debilidad para cometer algún tipo de estafa".

Además, sus hermanos denunciaron en la comisaría de Leganés que no sabían dónde estaba el cuerpo para poder enterrarlo en Extremadura, donde su padre tenía preparado un nicho, después de pagar un seguro de defunción durante 54 años. "Nos comunicaron que el cadáver estaba en Móstoles, pero no nos daban la autorización para ir a buscarlo. Nos dijeron que podíamos ir dos personas en coches separados con una serie de medidas, pero no especificaron ni dónde ni cuándo", detalla.

Su padre decía irónicamente que "tenía su casa preparada con vistas a la montaña, a la sierra de Gredos", recuerda Julián, quien lamenta las dificultades que tuvo la familia para cumplir con la voluntad de su progenitor porque todo estaba "bloqueado". El entierro tuvo lugar una semana después del fallecimiento, el 29 de marzo. "No podemos cerrar esta herida que tenemos. No hemos podido despedirnos de él", se queja Julián.

Su madre, de 80 años, está "sola, encerrada y asustada". "Nadie ha podido consolarla por el miedo a que haya podido contagiarse cuando fue al hospital. Le decíamos que no fuera al hospital, pero ella fue un par de veces. Al final, tomaba medidas de protección", apunta.

Los hijos han intentado comunicarse con ella por videollamada porque se maneja con el WhatsApp, pero está "muy nerviosa" para hacer este tipo de cosas, lamenta Julián.