La manera más eficaz que tenemos de saber qué están ocurriendo en los rincones más recónditos del universo es la luz. Esta es la que permite ver más allá de lo que, valga la redundancia, es visible a simple vista. Ahora, de hecho, un nuevo análisis de los cambios cíclicos en el espectro de luz de Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro Sol, sugiere que a su alrededor podría haber un planeta hasta ahora desconocido. La investigación, publicada este mismo miércoles en la revista 'Science Advances', apunta a la emocionante posibilidad de que estemos ante un nuevo mundo templado y, en cierto modo, similar al que nos encontramos. Aunque no se prevé que reúna las condiciones adecuadas para albergar vida.

El planeta en cuestión, de confirmar su existencia, heredaría el nombre de Próxima Centauri c. La letra a seguiría designando al astro anfitrión, situado a unos 4,243 años luz de la Tierra. La b haría referencia al que hasta ahora era el único planeta conocido que deambula por ahí y que, sorprendentemente, también fue descubierto hace relativamente poco, en el 2016. Y la c, finalmente, se quedaría para el recién presentado planeta. "No es un hallazgo inesperado", comenta el astrofísico italiano Mario Damasso, quien, como líder del equipo internacional de investigadores que ha hecho posible este descubrimiento, ya habla de este como "nuestro planeta".

Por ahora, los datos recopilados dibujan una primera panorámica de cómo podría ser este nuevo mundo. En su debut, de hecho, Próxima Centauri c ya se presenta ante su público como una supertierra. Este término, por grandilocuente que pueda sonar para los que estén poco familiarizados con las novedades astronómicas, denota aquellos planetas terrestres con una masa superior a la de nuestro planeta. En este caso, de hecho, todo apunta a que Próxima Centauri c sería un mundo rocoso con una masa seis veces superior a la terrestre pero, aún así, inferior a la que encontraríamos en gigantes del Sistema Solar como Urano o Neptuno. Este gigantesco mundo, no apto para la vida, demoraría más de cinco años en completar su órbita. Un hecho un tanto inusual que, para los investigadores, supondrá una dificultad adicional para corroborar su existencia.

Misterios por resolver

Pero el que quizás es el dato más sorprendente es que se le ha encontrado donde no se le buscaba. Los planetas que se sitúan a esa distancia de su estrella suelen ser gaseosos, como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Este, en cambio, es rocoso, como Mercurio, Venus, Tierra, y Marte. "Teóricamente, según el estándar actual, no debería estar ahí", comenta Cristina Rodríguez-López, investigadora en el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Esto, por lo tanto, obligaría a replantear las teorías sobre la formación de cuerpos celestes. O, mejor aún, abriría la posibilidad de explorar hipótesis tan diversas como la migración de planetas.

"Esperamos que la siguiente generación de instrumentos pueda ayudarnos a despejar todas estas preguntas y, sobre todo, a arrojar datos más convincentes sobre la existencia de este planeta", explica entusiasmado Damasso a este diario. Para ello, explica, tendremos que esperar hasta la puesta en marcha de los nuevos y potentes telescopios que se están construyendo en Chile, en China y en otros lugares del mundo. O a la publicación de los datos de la misión Gaia, que podrían llegar a partir del 2023. "Hasta entonces, para ser correctos, tenemos que hablar de candidato a planeta", matiza. "Esto demuestra que aún queda mucho por descubrir en el universo y que incluso en nuestro vecindario estelar siguen habiendo muchas cosas que desconocemos", concluye Rodríguez-López.