Pocos temas de conversación más duros puede tener una hija con su padre que el de la posibilidad de que lo asesinen. Pero de esas cosas se hablaba en muchas familias de San Sebastián en el verano del 2000.

"Se va cerrando el círculo", le dijo José Ramón Recalde a su hija Blanca. De 23 vidas que se llevaría ETA aquel año tremendo, ya se había cobrado las de dos militares, un ertzaina, cuatro políticos, un periodista y un empresario. Tres de aquellos muertos eran del "círculo" de Recalde. En febrero, mayo y julio habían asesinado a sus amigos Fernando Buesa, José Luis López de Lacalle y Juan María Jauregui.

"Mi padre tenía pesadillas", recuerda hoy Blanca desde su casa en Barcelona. Faltaban tres meses para que ETA le disparara en la boca. Le cazaron a la puerta de su casa en el monte Igeldo. Fue no tanto por haber sido consejero socialista de Educación y de Justicia en el Gobierno Vasco como por ser uno de los dueños de Lagun.

De dictadura en dictadura

Termina este diciembre el año del 50 aniversario de una librería mítica de San Sebastián, referencia primero de la izquierda antifranquista y, después, de la resistencia cívica contra ETA. La fundaron María Teresa Castells, su esposo, Recalde, e Ignacio Latierro, amigos de militancia clandestina en el Felipe, (menos coloquialmente, el FLP, Frente de Liberación Popular), movimiento con incrustaciones cristianas y marxistas que en los 60 auspiciaba el socialismo democrático.

Un cuarto amigo del Felipe, Pablo Bordonaba, se separó del proyecto porque se fue a Barcelona, donde fundaría y regentaría la librería Cinc d'Oros, "mas grande, pero con el mismo espíritu que Lagun" recuerda Latierro, y nacida también de la efervescencia cultural del 68.

Lagun (amigo) fue la librería más amenazada de Europa desde que, en el franquismo, le pusieron una bomba los Guerrilleros de Cristo Rey, hasta que, en democracia, ETA les hizo una advertencia que Blanca Recalde no puede olvidar ahora, cuando por Catalunya lee en algún cartel el "Que s'en vagin". En el escaparate de Lagun alguien escribió en 2001, en grandes letras blancas: "Faxistak Kanpora (Fascistas fuera) Que se vayan€ preparando".

Un documental producido por Javier Reyes, dirigido por Belén Verdugo y coguionizado por los periodistas Luis R. Aizpeolea y José María Izquierdo recuerda la lucha de la librería. 'Lagun y la resistencia frente a ETA', se presentó en la Seminci. El próximo día 18 se estrena en Euskal Telebista; pronto lo emitirá TVE. Y en 2020 recorrerá festivales a la espera de presentarse a los Goya.

"La acción policial fue importante, y el diálogo también, pero el fin de ETA habría tardado mucho más sin movilización social que arrebatara la calle a la izquierda abertzale. Hemos querido contar eso", explica Aizpeolea. En el documental, el filósofo Fernando Savater y los literatos Raul Guerra Garrido, Fernando Aramburu y Ramón Saizarbitoria reflexionan sobre si la intelectualidad vasca estuvo a la altura de la sociedad civil.

"Esta película me ha cambiado. Ha sido un regalo", dice Belén Verdugo. Tiene 45 años. No vivió el franquismo. Su primer recuerdo de ETA es el estruendo y el humo de una bomba en la calle Arturo Soria de Madrid, junto al colegio México, al que iba de niña. Recopilando documentación en el archivo de TVE, sentada ante un monitor, ha llorado viendo imágenes de todas las violencias españolas de los 70, 80 y 90, una sucesión de llantos, escombros y muertos en la pantalla. "Cuando mi hijo de 18 años vio la película, no podía creer que en este país se mataba, y que hubo una dictadura", relata.

Voluntad de resistir

En septiembre del 2000, mientras Recalde se recuperaba en el hospital del tiro que le pegó un encapuchado, Ignacio Latierro se vio en una vieja foto en El Diario Vasco, joven, de dirigente comunista, sentado entre Juan Mari Jauregui, que luego sería gobernador civil de Guipúzcoa, y el periodista José Luis López de Lacalle. Su círculo también se estaba cerrando.

Hoy Latierro es el pilar de la librería. No falta ni un día. Setenta de sus 76 años de edad los ha vivido bajo una dictadura: "Primero la de Franco; después la de ETA". La primera perseguía los libros rojos de aquel comercio; la segunda no perdonaba que su escaparate no se alineara con el independentismo.

En 1995, cuando la sociedad vasca empieza a protestar por el secuestro del industrial José María Aldaya, dos encapuchados entran en Lagun y arrojan pintura roja y amarilla. Era el castigo por no haber cerrado; no habían secundado una huelga decretada por la izquierda abertzale tras la muerte de un etarra cuando manipulaba una bomba a cuatro calles de allí.

Curiosamente, la librería que se negaba a cerrar era la misma que, 25 años antes, se negó a abrir, en huelga por el proceso de Burgos. La multa que el franquismo impuso al negocio, que Teresa Castells se negó a pagar, le costó a ella dos meses de cárcel en Martutene.

Aquel día, con los libros empapados en pintura, se cumplían ya 22 años de distintas hostilidades (la de ETA, desde 1983), pero aquel ataque de dos encapuchados con botes de pintura fue el inicio de una escalada.

En 1996 la librería sufrió 20 ataques, sin ningún detenido por ello. Teresa llamaba al Gobierno Civil pidiendo ayuda policial, pero del teléfono llegaba un golpe de sinceridad: "Lo siento. No podemos ir. No podemos controlar esa zona". O sea, los soportales de la Plaza de la Constitución, la "consti" para los donostiarras, en el casco viejo.

En la Nochebuena del 96, a María Teresa, Ramón, Ignacio Latierro y Rosa, su esposa, les avisan de que han destrozado el local. Interrumpen su cena, salen a la calle y protegen la entrada con unos patéticos tablones. Pisando los cristales rotos en la acera, llegándoles de por allí el ruido de la kale borroka, los cuatro se quedan pensativos. "Aquella noche hubo una tentación de dejarlo", relata Luis Castells, hermano de Teresa.

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco, Castells aparca un momento la lectura de una tesis para recordar. "Lagun era y es un símbolo de libertad frente al fanatismo, de tolerancia, de valores democráticos y de libertad de opinión. Por eso la perseguían".

En la madrugada del 11 de enero de 1997, unos jóvenes batasunos rompen el escaparate, sacan los libros del interior y los queman en una pira.

Y entonces una parte del vecindario reaccionó. Al día siguiente, cuando los dueños meditaban de nuevo si no era mejor dejarlo todo, la librería se llenó de gente. Venían a comprar libros quemados. "En días malos, mi hermana solía decir: "Estos quieren que cerremos, pero no nos van a ganar" -relata Luis Castells- La reacción de la gente aquella mañana fue un estímulo extraordinario para ella".

De la pareja Recalde-Castells, "ella era la librera, la que estaba siempre allí. Quería ser una profesional de la venta de libros, y sin pretenderlo se convirtió en símbolo", recuerda Aizpeolea, y añade: "Lagun se convirtió en conciencia ética de una ciudad".

Tres años después, cuando ETA intentó matar a Recalde, probaron a trasladar la librería hasta cerca del Buen Pastor. Fue posible gracias a una cuestación popular. "Fuimos a caer en la calle Urdaneta, cerca de las sedes del PP y del PSE. En el mundo civilizado no había un rincón con tantos escoltas", cuenta Latierro.

Los que vivieron aquella peripecia tienen hoy la sensación de que, a los milenials, o se lo juran o no se creen aquel cruce de libros y balas. "Era una situación en la que no te quedaba alternativa ética a significarte", resume Blanca Recalde.

Aquella izquierda

Con Franco vivo, Lagun vendía libros prohibidos que guardaba en la oficina, algo de Ruedo Ibérico, autores iberoamericanos, un poco de doctrina marxista€"pero no mucho -matiza Latierro-. San Sebastián está a solo 18 kilómetros de la frontera. Recuerdo un libro que la gente iba a buscar a Francia... de Jesús Ynfante, sobre el Opus Dei€ En Biarritz veías pilas de ejemplares en las librerías".

"Lagun es hija de unos tiempos sórdidos, y de una izquierda comprometida", explica Latierro. Ahora el librero, que también fue diputado en el Parlamento Vasco entre 1995 y 1998, ve tiempos líquidos y una izquierda "profesional" que le desconcierta. "Con la desaparición de la responsabilidad política más allá de los intereses partidistas, a veces pienso que vengo de un mundo diferente", suspira.

Es una sensación común entre viejos antifranquistas. En los políticos de las izquierdas de hoy "echo en falta un componente intelectual sólido, menos cortoplacismo", lamenta Luis Castells, y se explica: frecuentaba Lagun una pléyade de intelectuales "que se enfrenta con el franquismo y después rechaza el nacionalismo como forma de egoísmo colectivo, de supremacismo, de división entre la gente. Lagun defendía valores progresistas frente al nacionalismo y sus elementos reaccionarios".

El 'procés'

En eso estaba Recalde, federalista vasco con ojos muy puestos en Catalunya. En la clandestinidad y en la cárcel hizo buenos amigos en la rama catalana del Felipe, el FOC (Frente Obrero de Cataluña), lleno de viejos nombres de la izquierda: Luis Avilés, Pasqual Maragall, Isidre Molas, Ángel Abad y Francisco Montalvo...

A Recalde le gustaba la tradición de una comida anual en Barcelona, una reunión de exfelipes en la que volver a verse y charlar. Pero el entusiasmo de los reencuentros fue dando paso a pensativos viajes de regreso a San Sebastián. "Le contrariaba ver a algunos de sus compañeros derivando hacia una indulgencia con el nacionalismo", relata su cuñado Luis.

Desde su atalaya donostiarra, Castells siente lo mismo cuando sintoniza TV3 y asiste desde su casa donostiarra al estallido del 'procés': "Es la sensación de haber atravesado una etapa muy dura en el País Vasco, de algaradas y asesinatos, y encontrarnos al cabo de los años con un levantamiento comandado por los privilegiados. Resulta chocante".

Visitas

Cuando ETA amenazaba a libreros y clientes, llegaban a Lagun llamadas solidarias de los amigos de Barcelona. Con Ernest Lluch, Ramón y Teresa tenían mucha relación. "Venía mucho a Lagun, y a casa -cuenta Blanca-, aunque luego hubo un relativo distanciamiento, según insistía él en el diálogo con una banda terrorista".

A Lluch lo mató ETA dos meses después de intentar asesinar a Recalde. De joven, Blanca veía al exministro socialista de Sanidad entrar en la librería. La de los hijos Recalde-Castells fue una infancia pasada "en un sitio fascinante, oyendo aquellas conversaciones", entre visitantes como los historiadores Ignacio Arozena y Manuel Tuñón de Lara, el filólogo Joaquín Forradellas, Blas de Otero, Gabriel Celaya€

Y no todos estaban afincados en el País Vasco. Latierro recuerda a Manuel Vázquez Montalbán revisando los anaqueles de su templo. "En pleno festival de cine, un día de calor espantoso, vino a que le presentara un libro Manu Leguineche -relata-. Lagun estaba abarrotada. No se me olvida cómo sudaba Manolo. Luego estuvimos hablando un rato, discutiendo cordialmente: yo era carrillista y él no".

El último odio

San Sebastián es hoy una pacífica ciudad plagada de turistas en busca de la tapa. Pero Ignacio Latierro sabe que en el País Vasco aún hay gente que odia a Lagun: "Los irreductibles siguen quedando, y lamentablemente son bastantes".

Es el último de Lagun. Trabajaba en una oficina bancaria cuando se le cruzó la oportunidad de "ser librero, el mejor oficio del mundo", dice. José Ramón Recalde murió en julio de 2016, y María Teresa un año después.

El día de su entierro, de entre la triste comitiva que se dio cita en el cementerio de Polloe salió el notario José María Segura, parroquiano de Lagun, y depositó en la sepultura uno de aquellos libros quemados. Las heridas no dejan ver el título. Un año después, de visita en el cementerio, una nieta muy niña de Castells y Recalde vio el libro en la tumba, entre las flores, y lo rescató con sus manecitas. Blanca le hizo una foto.