La nave ocupada por "A puntadas", y sufragada por Pikolinos, impresiona. La estructura interior es amplia y organizada. Parece haber de todo, hasta una sala dedicada al desarrollo personal. Cuando Rosa Escandell (Alicante, 52 años), premiada en eWoman, muestra la hoja de ruta de sus proyectos cuesta captarla, de primeras, pero se perciben ideas claras. Esa sensación aumenta al escucharla. "De mi proyecto personal en Kenia con los Masáis he aprendido dos cosas: la presencia y ls aceptación sin conformismo. Hay cosas que no están en mi mano, así que no merece la pena dedicarles un minuto", comenta.

¿Cómo son los Masáis?

Con una situación complicada, con un entorno difícil, son extremadamente felices. Viven en un sitio privilegiado. Esa naturaleza te reconduce.

¿De qué manera aprendiste a estar presente?

Conviviendo con ellos. Tuve la suerte de vivir con ellos en el Masái Mara, una reserva natural. Ellos la tienen desde que nacen. Ese entorno ya te lleva a eso.

¿De qué estamos hablando?

De la Sabana, un entorno de paz absoluta. Ese contacto con la naturaleza, de entrada, te para. El 50% de un terapeuta, solo por estar, ya lo tienes hecho allí.

Interesante.

Luego, está el tema de soñar. Yo soy una persona superdisciplinada. Procedo del mundo de la banca. Era especialista en comercio exterior y en blanqueo de capital. Por lo que gestiono el sector social como una empresa.

¿Qué hacías hace más de 30 años?

Trabajaba en Banesto. Entré un verano para sacarme un dinero para irme de viaje. Era una venta de una cuenta puerta a puerta. Yo ya hablaba inglés y no era habitual. Entonces, vieron potencial en mí. Conseguí ser directora de zona de la provincia de Alicante en el departamento de extranjeros. Cuando pasó la época del Banco de Madrid y de Mario Conde, mi departamento se centralizó en Madrid. Entonces, el banco me colocó como directora de oficina y ahí es donde se produjo mi insatisfacción.

¿Y qué hiciste?

Aprender. Tenía atribuciones para dar créditos de extranjero. Era la época que se empezaba a hablar de los plásticos en Murcia.

¿Plásticos?

Todo el trabajo de los inmigrantes en los invernaderos. Entonces, pensaba: "Una persona que se va de su país para mejorar es emprendedor y nadie le da dinero". Y les concedía créditos sin que lo supiera alguien en el banco. Después me enteré que aquello eran microcréditos.

Anda.

Llegó un día en que fui consciente de que me gustaba emprender, me gustaba el trabajo. No era buena gestora para mí misma, pero me apeteció gestionar más el dinero de los que no tienen, que de los que tienen.

¿Y?

Desmonté mi vida en dos minutos. Dejé el banco, una agencia de viajes que tenía en Pilar de Horadada. Porque lo que tenía no lo quería.

Acto seguido, ¿dónde vas?

No lo sabía. Dejé todo lo que tenía en mi vida por nada. Esto es muy importante.

¿Por qué?

En el momento que tú eres lo suficientemente valiente para hacer eso, significa que quieres algo con mucha fuerza. Todo lo que te viene después es más fácil. Es cierto que me iba a Australia a pensar qué iba a hacer con mi vida...

...

Pero no llegué nunca a Australia.

¿Qué pasó?

Tenía unos veinte años. Fui a Madrid para hacerme el visado y volar. Conocí a una persona, que me preguntó que hacía. Y lo único que le supe contar del banco era lo que hacía con los inmigrantes. Y me dijo: "Mira, eso que estás haciendo se llaman microcréditos. Hay un señor en Bangladesh que se llama Yunus. Y no te vas a ir a Australia a pensar. Te vas a venir a trabajar conmigo en la campaña mundial en Bangladesh".

¿En una conversación lo decidiste?

En una noche.

Sorprendente.

Y así empezó mi camino de cooperación durante 20 años en Asia, Europa y América. Estuve trabajando en la ONU en Nueva York, con la UNESCO en París.

¿Para qué decides volver?

Por un lado, para hacer mis propios proyectos. Considero que he aprendido y quiero desarrollarme por otros caminos. Por otro, era una vida supersolitaria y tenía ganas de volver a casa después de tanto tiempo.

¿Qué es para ti Alicante?

Mis padres, la Albufera dónde crecí.

Después de saber que has estado en tantos sitios, ¿qué dicen tus padres?

Mi madre tenía fotos en las que salía con la reina Sofía, con el presidente de Brasil Lula. La gente que veía las fotos, le preguntaba: "¿Ésta es tu hija?". "Sí". "¿Qué hace?". "No lo sé". Al principio, no sabían que hacía. Entonces, cuando empiezo con el programa de la cárcel de Villena, le comento a mi madre: "¿Te vendrías a coser?". "Por su puesto". Ahí empezó a entender a qué me dedicaba y fue superbonito.

¿Y tu padre cómo lo llevaba?

La llevaba. Mi madre estaba unas cinco horas cosiendo y como yo llevaba todo el proyecto no podía estar siempre ahí, así que iban juntos hasta la cárcel, mi padre esperaba sentado leyendo un libro y, cuando acababa ella, se marchaban. Él se ha conocido a todos los presos y familiares durante 3 años.

Aha. ¿Sobre qué año nos situamos?

2005. Paralelamente fue surgiendo el proyecto ADCAM de Kenia. Estaba trabajando en Nueva York y allí conocí a Wangari Maathai, una novel keniata que falleció en 2011. El proyecto de ella era sobre el cinturón verde, reforestación. Entonces, me invitó a conocer su país para que le ayudara a montar un programa de microcréditos con mujeres.

¿Y qué te pareció?

En África siempre había querido trabajar, pero no me sentía preparada. Quizá por ser muy exigente conmigo misma.

Con la invitación de ella la cosa cambió.

Además, iba de la mano del gobierno. Porque una de mis normas de cooperación es que tu no puedes ir a intervenir a ningún país por tu cuenta. Tienes que tener una red local.

¿Qué tal fue la inmersión?

Estuve viendo proyectos durante 10 días desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, como una loca, agotada. Y, a falta de dos días de marcharme, me llama la embajada de España en Nairobi y me dice: "Hay un masái, que lleva casi 10 años viniendo a pedir ayuda para montar una escuela. ¿Puedes recibirlo?". ¿10 años? Lo menos que podía hacer era recibirlo. Solo pedí que viniera con el proyecto por escrito. Que yo pensé, a ver cómo se las ingenia. Y William, el guerrero, lo trajo.

¿Sí?

Estuvo toda la noche viajando, quedó con una amigo, se lo pasó por ordenador y me lo enseñó. Empecé a indagar en su vida. Michael Jordan tiene programas en África para becar a superdotados y William fue uno de los elegidos para ir a Estados Unidos. Pero dijo que no porque entendía que había nacido para ayudar a su pueblo.

Menuda joya.

Su madre fue la única que vendió una vaca para que él pudiera estudiar. Y ahí fue donde tomó conciencia de que si las mujeres tuvieran dinero, los niños estudiarían y el mundo iría mejor. Con lo cual, ya estaba haciendo un trabajo de empoderamiento en la cultura masái desde dentro. Pensé, no me cuentes más. Éste es el proyecto.

¿Cómo lo arrancas?

Me fui a vivir con ellos al poblado. El primer año fue una toma de contacto con la comunidad y de aceptación.

Aha. ¿Cómo lo hiciste para planificar esto que vemos ahora?

Cuando diseñé el organigrama, recuerdo que fue en Madrid, en una semana y me dije: "Ahora quiero diseñar el proyecto de mi vida"

¿Y qué ha cambiado desde entonces?

La estructura está igual. Lo que sorprende es que aquellas cosas que visualicé se están produciendo. Lo más importante es tener claro lo que quieres. Tener mucha claridad a dónde quieres ir, tardes más o tardes menos.

Por concretar, en tu proyecto, ¿cómo se reinsertan las mujeres?

A través de talleres de confección textil en el Psiquiátrico de Fontcalent y aquí. Tenemos un Programa de Reinserción de Mujeres desde 2007. Proceden de la exclusión social en la provincia de Alicante. También, hay hombres. Es decir, personas que llevan más de un año en el paro sin prestación, son víctimas de violencia de género, inmigrantes o están en la cárcel. La duración es de 9 meses, 5 horas diarias, de lunes a viernes.

Para dotarles de disciplina.

Con la intención de querer cambiar sus vidas. Ven los resultados del programa, porque si no es inasumible.

¿Qué tal el trabajo en la cárcel?

El primero surgió en Villena y ahí ha venido lo demás. Por ejemplo, en los talleres de orientación laboral se llevan a cabo en el CIS de Fontcalent, el Centro de Inserción Laboral, que es donde están los que mejor se portan y se les lleva a ese centro porque se les da una salida antes de la cárcel, siempre que encuentren empleo.

Y si no tienen hogar, le ofrecéis uno.

Tenemos un piso de acogida que sirve para las personas que están presas y no tienen arraigo familiar puedan acceder a permisos y salgan. También sirve para dar cabida a mujeres que han sufrido violencia de género y vienen de otras ciudades, porque salen del entorno, hacen el curso de formación, buscan, encuentran empleo, estabilidad y dejan el piso.

¿Con un piso es suficiente?

Pueden vivir seis a la vez.

Al final estáis ofreciendo un cobertura integral.

Circular, que abarca todo. En lugar de crear un taller con un montón de gente de 4 meses, lo que pretendemos es menos gente pero que, al final del proceso, la persona encuentre un empleo estable para no retornar a servicios sociales. Hablamos de más de quinientas personas que han pasado por el proceso.

Cuestión de tiempo, entonces.

Por eso son perfiles concretos, personas que quieren salir de su situación. Hacen lo que haga falta. Si tú le das, aporta.

¿Has sido creativa siempre?

Me iba a las basuras de los polígonos para recoger madera, plástico.

¿Para qué?

Para hacer cosas. Siempre me ha gustado el arte. Por eso, tiendo a incluir en los programas la música, como lenguaje universal.

¿Crees que los microcréditos combaten, realmente, la pobreza?

A ver. Es una herramienta increíble. Y la frase de Yunus de que todo el mundo tiene que tener derecho al préstamo me parece bien. Pero si nos vamos a los más pobres, de los pobres, si no les haces un acompañamiento para gestionar ese negocio, los microcréditos ahogan más que benefician. Ellos son honestos. Si les confías dinero, te lo van a devolver. Pero no saben cómo gestionarlo.

¿Y qué es necesario?

Tener un mercado. De ahí el proyecto con Pikolinos. Yo te doy una pauta de diseño y te formo, para que tú puedas vender en los mercados y tengas una sostenibilidad económica. Porque si no se queda muy local.

¿Qué tal fue el mercadillo social del pasado viernes?

Muy bien. Fue una jornada de moda sostenible y economía circular. Hubo un rastrillo, un desfile de moda de las mujeres del Psiquiátrico de Fontcalent con la ropa que han elaborado ellas.

¿Crees que el sello de calidad GOTS es necesario para que el mundo de la moda apuesto menos por el consumismo y más por la responsabilidad social?

El que tú hagas todo en GOTS, que es la excelencia, no es lo más importante, sino concienciar y llevar a ese camino. ¿Cómo le voy a pedir a las mujeres de exclusión, que no tienen para comer, que no compren en Primark? Es inviable. Pero lo que sí es cierto que es que vamos creando una conciencia medioambiental y social de cambio. Los gobiernos y las empresas tienen una responsabilidad importante. Y el consumidor, después. ¿Es que no tenemos nada que ver en esta película?

Dice José Antonio Marina que la máxima inteligencia es la bondad.

Es un camino. Lo más inteligente es llegar a un estado en el que tú te sientas bien cada día. Luego, también, centrarte en las pequeñas cosas.