Ha llegado el día de regresar a Alicante, porque así lo marca el billete pero el corazón y parte de la cabeza quieren más, quieren seguir conociendo mundo con una compañera maravillosa como es mi hermana Ana (y con Elena, María, Gabi...) y quieren seguir conociendo el sudeste porque las personas que hemos ido encontrando nos han dejado boquiabiertos con sus bondadosos gestos.

El broche final ha sido de ficción. El jueves (27 de septiembre) me levanté a las 2:55 para ver en directo el Sevilla-Madrid, gesticulé feliz, en silencio, mientras Ana dormía y cuando acabó la clase magistral nos recogió un majísimo conductor de tuk tuk para llevarnos a ver Angkor, la zona con mayores restos arqueológicos del Planeta, conocida (popularmente) como la octava maravilla del mundo (Ankor Wat). Empezamos viendo amanecer en el templo central y acabamos contemplando el atardecer en un templo al este. Son obras maestras que, en muchos casos, están siendo reconstruídas por el paso del tiempo y la fuerza de la naturaleza. Y es que una de las imágenes que más nos llamaron la atención fue el crecimiento de árboles imponentes encima de los templos. Qué cosa más inesperada, qué bonito. Porque hay raíces enormes (con parentesco a piedra) que tocan el suelo pero otras que no. Son árboles vetustos y hermosos. Ahí la sorpresa. El inmenso lugar deja sin aliento. El terreno no te lo acabas. Son miles y miles de hectáreas de bosque, con momumentos cada dos por tres. Por eso estuvimos 14 horas de visita y por eso hay tours que llegan a los tres días. Aún así, quedará mucho en el tintero por visualizar. Como decía antes, el final de fiesta ha sido estupendo. Quisimos pornerle la guinda con una copa y se quedó en caña. Apenas había fuerzas y la Pub Street de Siem Reap las requiere.

Ahora bien, echando la vista atrás, poniendo la lupa en aquello que nos ha aportado más vitalidad, no hay duda, las relaciones con la gente de Camboya se llevan la palma. ¿Por? Su forma de ser. Y argumento con casos concretos. En Kampot, como comenté en la anterior entrega, descubrimos una joya, un bar regentado por una familia atenta y generosa en el trato y en los platos. En Phnom Penh recibimos una magistral clase de yoga en un centro de ayuda social por una profesora de 21 años que acabó dándonos un masaje en la cabeza con aceites esenciales (homólogas/os en España va por ustedes). En Battambang, al llegar allí en minibus, nos recibió un señor que hablaba muy rápido mientras nos enseñaba una lista de nombres occidentales de teóricos huéspedes del Lucky Hotel, nuestro hospedaje tres noches, y se ofrecía a llevarnos gratis. Es verdad que estaba a la vuelta de la esquina y que la lista podía ser de mentirijilla, pero se portó. Le acabamos contratando actividades turísticas por su talante y ese día fue como la seda. Mr. Blue se mostró paciente, encantado de recibir sugerencias (para variar algo la ruta) y emplear su altavoz portátil para conectar nuestra música. Al primer toque. Hasta cuando parecía que el día se iba al garete mantuvo sus maneras. Porque del sol matinal pasamos al tormentón del anochecer. Vamos que al entrar en el pueblo había tanta agua en la carretera que se le paró el tuk tuk y tuvimos que acercarlo de aquella manera a la acera con el agua por las rosillas. Allí los dejamos a los dos y él, algo preocupado, seguía con su buena onda. En Siem Reap se han dado varias situaciones inolvidables: los dueños de nuestro hotel se levantaron a las cuatro de la mañana para prepararnos el desayuno y abrirnos la puerta el día que madrugamos para ir a Angkor. Apenas pasadas 35 horas, cuando les comentamos si conocían un lugar donde pudieran cosernos el agujero de un pantalón se movilizaron en moto en el acto y a la media hora estaba arreglado sin coste. Así reaccionó el dueño de una tienda de bicicletas. Alquilamos dos y se las llevamos con 12 horas de retraso. Ni pago de una jornada adicional ni multa. Y todo con una sonrisa. Ah, que se me pasaba la anécdota del restaurante cool también en Siem Reap. Una tarde salí a la calle en búsqueda de un ordenata con el que trabajar. Como había detectado una sala abierta al público por la mañana fui directo. Tanto que una vez dentro, una señora me soltó: "Señor, ¿a dónde va? Lo siento está en medio de una clase". Me disculpé y empecé a dar vueltas preguntando. Ni rastro de hoteles con PC (he visto unos cuantos). Hasta que me paré de sopetón al ver en un bar chic un iMac. Se lo comento a un hombre, éste llama a su encargado, que tarda nada en abrirme el camino. Total, que acabo en la administración del sitio, con un plato de comida, cerveza y dos personas ofreciéndome todo tipo de comodidades. Que si cacahuetes, que si quedese el tiempo que desee. Claro, no les llevé la contraria.

El "Real Cambodia" que tanto se escucha y se lee, más que campo y casas auténticas de lugareños, son las ejemplares maneras de los locales. O'Kún (gracias), Camboya. Y por esa forma de tomarse la vida, tengo la seguridad de que a Ana la cuidarán ya sea allí, en Naipyidó o Yakarta.