Cruzar la frontera de Vietnam a Camboya fue particular, un juego de pruebas. Tuvimos que bajar del bus dos veces, hubo quien tuvo que pagar un dolar por no volver a entrar en el país y lo más gracioso es que íbamos preparados con fotos porque ponía en los foros que se necesitaban dos para acceder a Camboya. Al final, resultó que ni dos ni una, me la hicieron ellos y a mi hermana ni eso.

Estábamos expectantes por detectar diferencias entre ciudadanos de países vecinos. De entrada, percibimos que el color de la piel de los camboyanos, por lo general, es más morena. La primera impresión es que son menos sociables pero sería más adecuado decir que son menos comerciales. En Hanoi eran una detrás de otra las constantes peticiones para comprar algo, mientras que en Phnom Penh, por poner el ejemplo de la ciudad donde más actividad sentimos, no fue tanta la presión.

Es más que llamativa la actitud de los camboyanos, porque nos parecieron, desde el primer instante, personas súper serviciales y risueñas. Qué ocurre, que esta información choca cuando realizas una visita a The Killing Fields (campos de la muerte) y además ves la premiada película de 1984. Son historias de un genocidio que se produjo cuatro años después de la Guerra Civil Camboyana entre 1970 y 1975. Pol Pot se coronó en líder de un comunismo despiadado y todo aquel que fuera distinto o inquieto era ejecutado. En ese grupo entraban mujeres, bebés, profesores, actrices, filósofos, personas con idiomas, personas con las manos sueves, personas con gafas... El despreciable Pol Pot se armó con campesinos y chavales menores de edad para que fueran más manipulables. Las historias que escuchamos en la visita a los terrenos eran espeluznantes. Los miembros de las familias eran separados por los trescientos campos de concentración que había instalados por el país y se acababa con todos para evitar futuras venganzas. Así fueron asesinadas alrededor de tres millones de personas. Pero, ¿cómo podía ser la gente tan maja, tan alegre, con lo que había sufrido hace apenas cuarenta años? Pensábamos que no encontraríamos una explicación porque, entre cosas, a aquellas a las que se lo habíamos preguntado se habían mostrado esquivas. Pero hizo acto de presencia en nuestras vidas Nao Sok. Nos estábamos yendo del espacio dedicado al Genocidio organizado por Pot Plot, tocados por lo que estábamos escuchando en la audioguía y lo que imaginábamos. También nos dolía irnos sin foto. Debido a que no teníamos ni móviles operativos, poco se podía hacer. Encaramos la última recta para salir del recinto, cuando apareció Nao Sok con simpatía y cercanía. En seguida, se generó buen rollo, nos confesó que estaba estudiando para ser guía allí y nos habló de las conexiones entre Camboya y España, cuando ésta colonizó Filipinas. Terminamos recibiendo cuatro postales preciosas de regalo y un extra en forma de respuesta a nuestra inquietud. Según su visión, parte del cambio de actitud de algunos camboyanos se debe a que se realizó un juicio público, recientemente, a los Jemeres Rojos, los culpables de la atrocidad, y el pueblo pudo desquitarse. Ahora bien, nos remarcó que muchos lo siguen llevando dentro.

Hay motivos de sobra para calmarse en el sudeste y también alguno para cargarse, sobre todo, si estás al menos tres días en alguna de las grandes ciudades como Hanoi, Ho Chi Minh o Phnom Penh. Para salir de los ruidos y de la contaminación, decidimos pasar tres días en una isla llamada Koh Rong. Si buscas fotos en Google verás como se trata de un lugar paradisíaco. Vivimos momentos que realmente fueron especiales hasta que apareció el diluvio durante dos días y medio. En concreto, una tormenta nos despertó una noche con unos truenos que sonaban tan fuertes que pensábamos por momentos que estaban atizando sin cesar cerca de la cabaña. Aquello se convirtió en una complicada velada al costarnos volver a conciliar el sueño por el miedo que nos entró. El sonido de las ratas de otras noches o las salidas estruendosas de un restaurador escocés fueron la nada en comparación.

Salimos pitando de la isla, subiendo al barco con otro chaparrón marca de la casa. La huida la dirigimos hacia un lugar llamado Kampot, con las únicas refencias de estar también en el sur y que a un mochilero italiano le había enganchado. Nada más llegar ya nos dimos cuenta que allí se respiraba otro rollo. Casas bajas, poco tráfico y gente tranquila. Al día siguiente, conocimos The Family Bar para desayunar y ya no hicimos otra comida en otro lugar durante tres días lloviera más o menos. No es que tuvieran una receta mágica es que nos acogieron como lo que son. Y a esa rutina le sumamos unas clases de yoga. Hasta el final del capítulo fue tan especial como inesperado. Normalmente, para movernos de una zona a otra, la realizamos en buses o minibuses llenos. Rara vez se vio un asiento vacío. Pues en esa ocasión, nos tacaba irnos de Kampot en lo segundo. La sorpresa vino porque parecía nuevo, tenía wifi y fuimos solos... Nos vamos a Siem Reap.