Tiene 67 años, psicólogo humanista, ha sido orientador educativo y psicoterapeuta. Reside en Lugo y su filosofía de vida le lleva a afirmar que "somos artífices de nuestra obra personal y obreros de la empresa colectiva que es la historia". En cuanto a una frase que le inspire, le viene a la mente una de Dag Hammarskjöld, que fue secretario general de Naciones Unidas y premio Nobel de la paz: “No midas jamás la altura de la montaña antes de alcanzar su cima. Entonces verás lo baja que era”. Hace unos meses estrenó libro, "Cómo construir una vida plena" (Plataforma Editorial), que ahonda desde las pequeñas cosas cotidianas (son suelen pasarse por alto) a las más grandes.

Decir hola por la calle y no cruzar con el semáforo en rojo parece que se nos olvida.

Forma parte de nuestra sintomatología egocéntrica. Vivimos tan centrados en nuestra propia prisa que podemos llegar a ignorar a los demás, ya sea obviando la presencia de los otros o desentendiéndonos de nuestra obligación de contribuir a la armonía de nuestro entorno. Olvidamos, además, que somos punto de referencia para el comportamiento de quien nos pueda estar observando. De ese modo, perdemos muchos microencuentros diarios, desperdiciamos varios minutos que podíamos dedicar a apaciguarnos en medio del bullicio del tráfico y somos mal ejemplo para los niños que aprenden su modelo de ciudadanía a partir de nuestro propio comportamiento ciudadano.

"Es necesario que reconozcamos nuestros errores, aunque tal reconocimiento no vaya acompañado de una sensación de culpabilidad". ¿Qué es la autoestima presente y universal?

La esencia del vivir constructivo es “hacer lo que es necesario hacer”, con independencia de lo que se sienta. Si hemos obrado mal, lo normal es que nos sintamos mal y que ese malestar nos mueva a reparar el daño ocasionado. Pero, aún en el caso de que no sintiéramos remordimiento alguno, la convicción moral de nuestro error tendría que ser motivo suficiente para poner en marcha un comportamiento reparador. Un vivir realmente constructivo, por lo tanto, no se apoya en emociones sino en principio éticos. La autoestima, en el fondo, es también una emoción. Legítima y, en general, concomitante a una conducta ética: nos sentimos bien cuando hemos obrado bien. Pero la autoestima universal es más que el sentimiento pasajero de satisfacción, ligado a una acción concreta y no parte de una emoción; es la constatación de que estamos en un estado de armonía con nuestros principios de “restitución”, de compensación, de contribución a la vida, que formamos parte del todo y, por tanto, participamos en el dinamismo de la vida como beneficiarios pero, también, como canales de difusión de los dones de la vida.

¿La sociedad busca "sentirse bien", en vez de "hacer bien"?

El hedonismo es una de las marcas distintivas de nuestra sociedad actual. Se nos invita a “evitar todo esfuerzo”. Los valores que parecen estar en alza son: permisividad, relativismo, consumismo y materialismo. El auge creciente de la globalización por medio de internet parece que nos está constriñendo en un búnker de consumismo compulsivo en el que permanecemos hechizados con las facilidades de las nuevas formas de comercio. Mientras tanto, están teniendo lugar dramas a nuestro alrededor. Pero no los vemos, hechizados como estamos con la pantalla del ordenador, los juegos y las compras compulsivas. De esta forma, el “sentido de la vida” parece diluirse. Pensamos que la responsabilidad corresponde a otros: el “gobierno”, la “sociedad”, la “coyuntura”. Nos conformamos con ser consumidores pasivos: de series, de tecnología cada vez más sofisticada. Y, de ese modo, envolviéndonos en el bienestar de lo superficial, renunciamos a darle un sentido a nuestra vida. No queremos molestarnos; sólo queremos que no nos molesten. Saramago lo profetizaba en su novela La caverna. Nos resignamos al bienestar de consumo y las redes sociales nos convierten en seres solitarios que, en realidad, sólo se oyen a sí mismos en medio de “likes”. La sociedad del bienestar es la sociedad del oropel, de lo externo. Tenemos que redescubrir las esencias propias en la naturaleza, en el silencio, en el encuentro real -no virtual- con el otro. Es urgente y necesario.

"¿Cuál es nuestro sentido de la armonía?".

La armonía implica respeto por uno mismo y por el entorno. Es un privilegio exclusivo de los seres humanos. En la cultura oriental la armonía está presente en todos los ámbitos de la vida: desde el manejo del sable por parte del samurái a la ceremonia del té que se realiza perfectamente acompasada y en silencio, o el arte floral. En todas estas actividades, el objetivo es “estar presente” en aquello que se está haciendo; concentrarse en “lo que es necesario hacer” en cada momento; vivir cada instante irrepetible que ya no se volverá a dar aunque el nuevo escenario sea similar al ya vivido. A nivel cotidiano, podemos desarrollar esta armonía del “estar presente” en el desempeño de las tareas cotidianas, ya sea fregando los platos o limpiando el baño; haciendo cada tarea porque “es lo que se necesita hacer” en un momento dado y lo podemos ejecutar con ese mismo espíritu de consideración hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia nuestro entorno.

"La tarea del niño consiste en aprender; la del joven formarse..." Y prosigues con el adulto, de llevar un sustento a casa. ¿Este orden que conocemos es inalterable?

Es el orden natural del desarrollo y, como todas las cosas, la alteración del orden natural puede tener consecuencias poco deseables. Aunque, desde luego, todo es cuestión de proporción: un adulto puede trabajar y, al mismo tiempo, formarse; aunque su papel central debe ser la aportación a la sociedad y lo mismo puede decirse de una persona mayor, un jubilado como yo, puede -y debe- seguir activando su mente, aunque ya por cuestión de “mantenimiento” más que de proyección al futuro. El tema del trabajo de los niños es más delicado. Ciertamente, hay situaciones de enorme injusticia social en las que niños de pocos años se ven obligados a trabajar, muchas veces en condiciones deplorables, rebuscando en basureros, llevando a cabo trabajos penosos en angostas galerías mineras o, incluso, luchando como soldados. Ciertamente, esos niños han perdido su infancia y, sin duda, llevarán esa marca toda su vida. Pero también en nuestra sociedad “desarrollada” se dan situaciones parecidas. Todos conocemos historias, a veces dramáticas, de deportistas precoces, cantantes o artistas infantiles que han visto truncada su vida antes de tiempo como secuela de excesos compensatorios de una infancia perdida. A nivel más cotidiano es posible encontrarnos entre nuestros vecinos el caso de la chica abrumada por tener que practicar al piano horas y horas, mientras sus amigos están socializando. En todo caso, insisto, hay que administrar bien las dosis de formación-ocio-negocio en cada fase vital y dar prioridad a lo propio de cada etapa.

"Espíritu Kaizen, minimalismo, una forma de hacer, el resultado de la creatividad de Occidente y la receptividad de Oriente". Llamativo y atractivo.

Todos los años, a primeros de enero, se formulan los grandes propósitos: perder peso, dejar de fumar, estudiar un idioma… Todos los otoños, a la vuelta de vacaciones, se reformulan esos mismos propósitos porque, evidentemente, no se han cumplido. Las causas del abandono de los buenos propósitos son múltiples pero, sobre todo, es la imposibilidad de conseguirlo inmediatamente lo que lleva al abandono. El espíritu Kaizen, en efecto, se centra en conseguir logros mínimos y continuados, o lo que es lo mismo, en tener una vivencia continua de pequeños éxitos. Es como la “montaña” de Dag Hammarskjöld: se sube paso a paso, cada vez un poco más arriba y, desde la cima, uno se da cuenta de que ha sido perfectamente capaz de subirla. El espíritu Kaizen se está infiltrando en muchos modelos tanto de empresa como de desarrollo personal. El “truco” consiste en centrarse no tanto en “todo lo que queda por hacer todavía” (¡subir toda la montaña!), es decir, en no obsesionarse con el “rendimiento final” sino centrarse en el proceso mediante el cual vamos desarrollando una nueva identidad (“yo soy una persona que sube montañas paso a paso”; es decir: “yo soy una persona que lleva una vida sana”, “yo soy una persona interesada en comunicarme con forasteros”, etc.). Desde este punto de vista, el gran atractivo del Kaizen es la vivencia inmediata de logro lo que, por otra parte, facilita el sentido de protagonismo de la propia vida.

"Convivir con la depresión en lugar de salir de la depresión". Entiendo que hablas de aprender a vivir entre la claridad y la oscuridad.

En primer lugar, no es “sano” reprimir ni ahogar los sentimientos de pérdida; hay que reconocerlos y aceptarlos porque la persona o el bien perdido merecen nuestro pesar. Ahora bien, tampoco hay que dejarse abrumar. Lo sensato es retomar la actividad diaria; no ahogar los sentimientos en el frenesí de la actividad, pero estar activos. De ese modo, por un lado, alejaremos de nuestra mente la fuente de pesar y, por otro lado, encontraremos el consuelo de las pequeñas satisfacciones cotidianas de la vida. Hay un cuadro de Edward Hopper que, según yo lo interpreto, retrata muy bien la parálisis de la depresión. Se trata de una habitación de hotel: una mujer recién llegada a la ciudad, con el equipaje aún sin deshacer, permanece indecisa -y pesarosa-, sentada en la cama con un papel en la mano mientras, a su espalda, un gran ventanal irradia la luz del día, como una invitación a la vida. Cuanto más tiempo permanezca esa mujer en la habitación, más negativo será su estado de ánimo ya que, además de mantener su mente centrada en la causa de su pesar, ella se está privando de las pequeñas gratificaciones que se puede encontrar en la calle: amigos, un trabajo, aire fresco, sol… Es lo que tenemos que hacer en una depresión: salir a la vida. Por supuesto que nuestra pérdida va a seguir siendo irreparable pero nosotros seguiremos el curso de la vida, que es lo que hemos venido a hacer a este mundo: subir a la montaña que, al final, no era tan alta.

Observo bastante crítica social hacia los libros de autoayuda.

Hay libros francamente útiles y nada sospechosos. Son libros que fomentan el protagonismo personal, el esfuerzo y la ética de vida. Obras basadas en la Terapia de Aceptación y Compromiso, en la Terapia Racional Emotiva, en la Logoterapia y hasta en la Psicología Positiva. La Psicología está evolucionando hacia planteamiento cada vez más éticos y axiológicos que apelan cada vez más a la responsabilidad personal. Pero el camino más atractivo es el que exige menos esfuerzo; aunque al final, no conduzca a donde queríamos llegar. Y ese es el sentido de buena parte de las críticas hacia las “recetas” psicológicas. Según yo lo veo, la mayoría de los problemas emocionales derivan del hecho de que tenemos la vida desorganizada y nos sentimos “mal”. Pero para resolver ese malestar vital, buscamos el camino equivocado: pensamos que primero tenemos que “sentirnos bien” para empezar a organizar nuestra vida y, de ese modo, buscamos o bien “la píldora rosada” que nos “cure” nuestra desazón existencial o el ritual que nos “rescate” de nuestra angustia vital. Probamos técnicas y sustancias pero, aunque algunas, ciertamente, pueden tener un cierto efecto liberador, al poco tiempo nos volvemos a encontrar con la realidad de que nuestra vida sigue tan desorganizada como al principio, con lo que caemos de nuevo en el mismo ciclo neurótico. El efecto secundario de estos “remedios” es que suelen crear dependencia al tiempo que anulan el protagonismo personal (en el sentido de que, al no dar lugar al desarrollo de recursos personales, se continúa echando mano, una y otra vez, de la técnica o del gurú). Hacia ese aspecto sí que puede haber una cierta crítica. El factor común de la mayoría de las técnicas de autoayuda que pueden desarrollar dependencia es la frase: “cierra los ojos e imagina…”. La propuesta de las técnicas que buscan fomentar el protagonismo es: “Abre los ojos, mira tu vida, márcate una meta y empieza a diseñar el camino”

En "El camino del kaizen", Robert Maurer, explica que la banda de rock Van Halen refleja en sus contratos que en el camerino, antes de un concierto, debe haber un bote lleno de pastillas de chocolate de colores M&M's, pero que no debe haber ninguna marrón. Escribes que el truco de utilizar la chocolatina marrón es advertir faltas de atención en el complejo montaje de cada concierto. Suena una medida tan pejiguera como inteligente.

Es una curiosa aplicación de un principio parecido al examen del “ganglio centinela” en la exploración del cáncer de mama. Se trata del primer ganglio linfático con el que se encuentran las células tumorales al propagarse a través de la linfa; si este ganglio no presenta células tumorales, se puede pensar que el resto de los ganglios axilares estará limpio. En el caso de la banda de rock, la pastilla de chocolate se utiliza como “testigo” de una posible mala organización. Si aparece la pastilla marrón, es que los responsables del montaje, probablemente, habrán descuidado otros detalles importantes por lo que ya no merece la pena seguir la comprobación: se suspende el concierto y se conjura el peligro. Este verano hemos tenido un desastre en un concierto en Vigo, con un saldo de más de un centenar y medio de heridos, por el hundimiento de una pasarela de hormigón… Es el resultado de los “pequeños descuidos” que terminan en catástrofes aéreas, accidentes múltiples, etc. Se trata de lo que la socióloga Diane Vaughan llama la “normalización de la desviación”: se toleran pequeñas “excepciones” y el resultado, a la larga, acaba siendo desastroso. A nivel de desarrollo personal, las “excepciones” son las boicoteadoras de los hábitos, las que nos llevan a desistir de perder esos kilos, de abandonar ese hábito o de iniciar aquellos estudios.

¿Deberíanos hacer como Paul McCartney, que le dijo su madre muerta, en un sueño: "¡Todo irá bien, tranqui!” (let it be)?

Lo cierto es que los trenes de la vida están pasando continuamente. La vida, la naturaleza, la sociedad, no dejan de darnos oportunidades, una y otra vez. Cada día tenemos cientos de regalos que no sabemos apreciar porque “los damos por supuesto”: giramos una palanca y tenemos agua corriente, caliente o fría, a elegir. Lo consideramos “normal”. Consumimos productos de países exóticos con la misma indiferencia que si hubieran brotado en la repisa del supermercado. Derrochamos energía, contaminamos el entorno y la vida, la naturaleza y la sociedad siguen ahí, brindándonos sus dones continuamente, incansablemente. Creo, sinceramente, que las cosas podrían ir todavía mejor si empezáramos a darnos cuenta de que nosotros, cada uno, formamos parte de la sociedad, de la naturaleza y de la vida y que tenemos un papel activo y protagonista en conseguir que todo esto siga funcionando… o que empiece a funcionar de un modo más justo para todos. No es sólo responsabilidad del “gobierno”...

Pienso que la intuición procede de la observación. Y me da la impresión que observamos menos, que estamos más distraídos por la tecnología y las crisis. ¿Saber esperar, tener paciencia, es el camino?

Totalmente de acuerdo. La intuición no es un “don” especial, sino un atributo que todos poseemos pero que no todos sabemos utilizar adecuadamente. Nuestro pensamiento tiene dos modos de funcionamiento: concentrado y difuso. El modo concentrado se activa cuando estamos intentando memorizar, aprender o comprender algo; requiere esfuerzo y dedicación y, aunque resulta esencial para nuestro funcionamiento, no parece muy popular hoy en día. El modo difuso se “dispara” en los momentos de relajación; cuando caminamos a paso vivo (oxigenando el cerebro), cuando estamos absortos contemplando una puesta de sol o mientras dormimos. Lo característico del modo difuso es que consigue conectar datos de campos de memoria aparentemente inconexos y, entonces, le damos el nombre de creatividad. El gran papel de la relajación, en un sentido, no sólo como técnicas específicas sino como actividades de relax, en general, es que activa este modo de pensamiento difuso que es el precursor de la creatividad. El problema de la tecnología, de los ordenadores, videojuegos y demás es que nos demanda un exceso de concentración, de atención a lo que aparece en pantalla y, aunque los juegos pueden desarrollar diversas habilidades y favorecer las respuestas reflejas, lo cierto es que nos merman parte del tiempo que requiere nuestra creatividad. El camino, creo, debería ser la vuelta a la naturaleza, el reencuentro con el arte, todo lo que se pueda considerar como una “espera activa y no exigente”. La intuición, la creatividad, tiene sus propios caminos… sorprendentes.

Por ejemplo, estar agradecido a la vida que tienes producto de alguna incapacidad física. ¿Cómo se llega a aprender a mirar hacia dentro sin exigencias y prejuicios?

Podríamos empezar hablando de Stephen Hawking o de los atletas paralímpicos, de los luchadores de la talidomida, etc. pero hay ejemplos más a mano. Hace algunos años, un afectado de esclerosis múltiple, confinado ya en una silla de ruedas, me decía: “Gracias a mi esclerosis múltiple…” y, a continuación, enumeraba una serie de realidades que él vivía como positivas: ser la clase de persona que era, haber conocido a su mujer… Curiosamente, hace algunos meses, me encontré con la campaña “Gracias, esclerosis múltiple” que ofrecía la posibilidad de escribir una cara ¡de agradecimiento! a la enfermedad. El resultado se puede ver en www.queridayodiadaesclerosismultiple.com que recoge varios testimonios de personas afectadas. Por otra parte, tenemos casos como Miriam, una chica de mi ciudad, aquejada de cáncer desde niña, que llevó adelante sus estudios y está ahí, en la brecha, con su blog quedamuchavida.blogspot.com.es en el que va relatando sus vivencias. Curiosamente, la literatura profesional sobre enfermos terminales refiere cómo estas personas son capaces de apreciar cada minuto de vida con una intensidad, una riqueza y un agradecimiento sorprendentes. Son estas personas las que pueden responder a la pregunta con más autoridad. Personalmente, creo que, sencillamente, se trata del descubrimiento “vivencial” de que somos vida, aun cuando estemos sujetos a alguna limitación. Y esto da fuerzas y claridad.

"Gandhi, Mandela, María Teresa de Calcuta, Vicente Ferrer... Sus biografías constituyen un paradigma claro de la conquista de la independencia", escribes. Sin aspirar a imitar ni pretender llegar a ser ellos, ¿consideras que deberían ser los valores a buscar por el ciudadano? El tema es que muchos vivimos sometidos a lo marcado por el sistema sin atrevernos a hacer lo que nos mueve.

Todos esos personajes son paradigmas de vida en valores y, por esos mismo, son admirables. Sin embargo, mis “héroes” son personajes más próximos a mi realidad cotidiana. Todos los días paso junto a la estatua que representa a un conocido cura de mi ciudad (junto con su inseparable bicicleta) que, entre otras cosas, se dedicó a llevar la cultura a los rincones más alejados de la provincia en una época en la que no había acceso a los medios de comunicación en los pueblos de la montaña luguesa, o un sindicalista, con el que me cruzo a menudo y al que trato personalmente, que lo tengo como el máximo exponente de honestidad y entrega a su labor. Pero también conozco a profesionales y empleados que se entregan “más allá de su deber”. Todos estos son mis héroes y, por supuesto, que la honestidad, el inconformismo, la entrega, la responsabilidad y la constancia que aprecio en cada uno de ellos son las virtudes que quiero para mí y que considero la “vacuna” frente al conformismo alienante en el que solemos refugiarnos para “no complicarnos” la vida.

"En la realidad no existen éxitos ni fracasos. Solo vida que, en cada momento, en cada momento, nos demanda una acción". Entiendo que hablas de la capacidad de naturalizar las situaciones y buscar las mejoras con creatividad. ¿Por qué nos cuesta tanto?

Podríamos utilizar el ejemplo de una partida de ajedrez para entender la dinámica de la vida. Contamos con una situación de partida, que nosotros no hemos elegido pero es desde la que nos corresponde mover pieza. En cuanto llevemos a cabo un movimiento, aunque sea avanzar sólo una casilla el peón más humilde, la realidad nos responderá con otro movimiento que puede que nos convenga o que no, pero ya habremos logrado que cambie la configuración de la partida. Y, de nuevo, nos toca mover pieza; y de nuevo, y de nuevo… En cada momento, hay algo que hacer; en cada momento, la vida nos hace una demanda a la que debemos responder. Y puede llegar a parecer una tarea titánica, como la de Sísifo acarreando, una y otra vez, la piedra hasta la cima de la montaña para tener que regresar, de nuevo, al pie del monte para iniciar, otra vez, la subida. Y es posible que, a veces, sintamos que la vida, como en “Palabras para Julia”, nos empuja “como un aullido interminable” y tengamos la tentación de abandonar. Pero, entonces, hay que recordar que nosotros somos vida, que la vida ejerce su función por nuestra intermediación y que, en todo caso, nos brinda el ejemplo del agua que, a base de bañar, una y otra vez, el obstáculo acaba por erosionarlo y vencerlo. Eso es también el espíritu Kaizen del que hablábamos anteriormente. Entonces, recurriendo al conocido dicho: “Por un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un rey, por un rey se perdió una batalla, por una batalla se perdió un reino”, la proactividad, consiste no en conquistar el reino sino, simplemente, en asegurar el clavo: determinar el compromiso mínimo que estamos seguros de poder llevar adelante, y realizarlo. Y, a continuación, preguntarnos: “¿Y qué se necesita hacer ahora?”

Expongo un caso ficticio: Clara es una mujer de 30 años que ha estudiado Sociología por inercia, por tradición familiar. Se siente perdida porque no le motiva su trabajo como profesora de instituto. Quiere hacer un cambio importante pero no sabe cómo. ¿Cómo puede responder ella a la cuestión que planteas de "esforzarse en hacer lo que hay que hacer en la vida"?

Antes de nada, yo le sugeriría a Clara que diera las gracias a la vida (a sus padres, profesores, autores de libros, compañeros que le pasaron apuntes…) por haber completado unos estudios que le permitieron lograr un puesto de trabajo tan “noble”. A lo mejor, ese mero “movimiento de peón” en su tablero de ajedrez vital ya le supone un cambio de visión de su partida personal. En todo caso, a continuación, debe plantearse la pregunta mágica: “¿Qué necesito hacer en esta situación?” y buscar su propia respuesta empezando por lo más inmediato: tal vez un cambio de enfoque de su propio trabajo, realizar cursos de reciclaje sobre los habilidades docentes que puede que tenga más descuidadas. O, quizás, emprender una nueva carrera; con 30 años todavía hay tiempo para empezar caminos nuevos. Puede estudiar mientras trabaja. O podría buscar un trabajo nuevo en una agencia de estudios sociológicos… Como en el ajedrez, los movimientos son casi infinitos. Pero hay que ir haciéndolos de uno en uno. En todo caso, le respondería con palabras de Thomas Merton: “No es una ley universal que un trabajo tenga que ser interesante, divertido ni emocionante. Yo puedo ser consciente de cómo cada una de mis acciones son una oportunidad de tratar bien a la gente, utilizar los recursos con prudencia, manejar las herramientas adecuadamente y con atención, y devolver mi deuda a la sociedad”. ¿Puede haber algo más motivador que todo esto?

Comentas que tanto en Occidente como en Oriente puede que haya diferencias sobre el enfoque del contrato con la vida, pero crees que es más aspectos terminológicos que de actitud vital. ¿Estamos igual de educados en el egoísmo y la competitividad?

Decía David K. Reynolds, el creador del "Vivir Constructivo", en uno de sus libros que, en último término, no hay diferencias sustanciales entre orientales y occidentales; todos somos seres humanos, constituidos por la misma esencia, con las mismas fuentes de angustia y las mismas esperanzas. Ciertamente, están los estereotipos y, sí; hay algunos rasgos de carácter local. Por ejemplo, en algún lugar leí que los únicos ciudadanos capaces de aguardar para cruzar a que el semáforo se ponga verde, aunque no vengan vehículos, son los alemanes y los japoneses. También he escuchado que dos países donde puedes tener la seguridad de que si te dejas olvidada la cartera alguien acudirá a devolvértela son Japón y Marruecos. Este y Oeste, Norte y Sur. Todos tenemos cosas buenas y malas. En todo caso, con las nuevas tecnologías creo que nos estamos asomando al principio de la uniformización cultural y que todos corremos el riesgo de convertirnos en una nueva especie de “consumidores compulsivos” a través de internet.

"¿No es la comida lo que hace que engordes?".

Es la eterna cuestión del protagonismo vital. Naturalmente que las calorías engordan pero quien decide qué tipo de vida (sana o descuidada) llevar somos nosotros. Y somos nosotros los que decidimos qué comprar en el supermercado y qué porción poner en el plato. Lo que nos engorda es nuestra propia permisividad y autoindulgencia. Los problemas de sobrepeso suelen estar relacionados con desarreglos emocionales, ansiedad, compulsiones. De nuevo, nos encontramos con el viejo problema de la vida desordenada y la sensación de malestar. Y, para acallar el malestar, comemos en exceso… y nos sentimos peor. Pero la decisión es nuestra. De nuevo, la necesidad de desarrollar hábitos saludables: no marcarse metas enfocada en un rendimiento concreto (“tengo que perder X kg.”) sino en el desarrollo de una identidad nueva (“yo soy una persona que lleva una vida saludable”) y, en consecuencia, no centrarse tanto en lo que “no” hay que comer sino en lo que “sí” hace una persona saludable (incluir verdura en dieta habitual, beber agua en abundancia, caminar). Es Kaizen en acción.

¿Qué quieres decir con el concepto de "sensatez incondicional de la vida"?

La “sensatez incondicional de la vida” es un concepto de Viktor Frankl, el autor de “El hombre en busca de sentido”. En nuestro empeño por mejorarnos como personas, en cierta manera, vamos pasando por fases, avanzando y retrocediendo, pero siguiendo una trayectoria. La primera fase es la del “hacer”: nos damos cuenta de que sólo nosotros podemos poner orden en nuestra vida y empezamos a tomar iniciativas sobre “lo que es necesario hacer”. A continuación, lo más probable es entrar en una etapa en la que consideramos que somos “autosuficientes”; nos bastamos a nosotros mismos para tomar iniciativas, llevar a cabo proyectos, etc.; podemos llegar a sentirnos casi todopoderosos. Entonces, si todo va bien, en algún momento nos “caemos de la burra” y empezamos a comprender el papel de los demás (padres, colaboradores, jefes, profesores, subordinados, vecinos…) en nuestra vida; entendemos que formamos parte de un “todo” social y natural y que, en realidad, estamos recibiendo más beneficios que los que nosotros aportamos. Y, así, entramos en una fase de realización, más amplia, en la que podríamos llegar a sentirnos parte de la “totalidad”; nos despojamos de protagonismos y empezamos a sentirnos algo así como “miembros” o “canales” de esa totalidad. Es en este punto donde encajaría la “sensatez incondicional de la vida” al que se refiere Frankl: el punto en el que todo cobra sentido; la razón de por qué cada uno es quien es, en su entorno vital, con los avatares de su historia y con sus dones y sus limitaciones personales. De pronto, la vida deja de ser un “sinsentido” y se convierte en nuestra tarea, en la obra que se va nutrir también de nuestra aportación personal, aunque no seamos “héroes”.

¿Y cuál es el sentido de la vida para ti?

El sentido de la vida suele entenderse “a toro pasado” más que prospectivamente. Es como realizar un viaje de exploración en un barco de vela por un mar del que no existen cartas de navegación. Nos enfrentamos a vientos contrarios y hay que cambiar de rumbo; luego, creemos ver tierra, pero sólo era un reflejo. En definitiva, creo que podemos relacionar el sentido de la propia vida con la lectura nuestra historia personal En mi caso, los vientos iniciales me llevaron a dedicarme a la enseñanza; luego, alguna galerna me hizo cambiar de rumbo hacia la psicología; encontré alguna zonas de calma en la escritura y, dado mi carácter inconformista, decidí dedicarme a explorar los aspectos menos convencionales de las propuestas de desarrollo personal, con espíritu crítico e integrador para dar a conocer los puntos de vista que yo considero más realistas y efectivos. En pocas palabras, para mí, la vida es una exploración continua, una reflexión honesta y una divulgación constante.