Llevo varios días dándole vueltas al asunto de Asia Argento, actriz y una de las precursoras del movimiento #MeToo, que denunció abusos sexuales de Weinstein y a la que algunos medios de comunicación y otros tantos twitteros la criminalizaron por un supuesto abuso de ella al actor Jimmy Bennet. Resulta que él tenía 17 años y ella 37. Resulta que hay una foto del encuentro en la que salen en la cama con el torso al descubierto. Resulta que ella le pagó a él para silenciar el encuentro, porque estaba nervioso. Que ella soltó cerca de cuatrocientos mil dólares parece un hecho. Pero claro, más allá de ese dato y de prejuicios, le vengo dando vueltas a la cuestión: ¿Fue un abuso o fue consentido? ¿Si es lo primero, haces un selfie en la cama? El asunto de Asia Argento es particular, privado, carente de evidencias relevantes, y usarlo para desacreditar al movimiento #MeToo suena revanchista en incoherente. Y digo esto por los numerosos titulares y flashes que viene suscitando.

Leyendo a Javier Cercas en El País me he acordado del caso. No porque crea que Argento es ejemplar, sino por el tratamiento desproporcionado que se le ha dado a la cuestión. Repito, ¿alguien sabe a ciencia cierta si hubo abuso o hubo consentimiento? El ruido en las redes sociales y de los titulares para conseguir clicks no pueden ser la vara de medir, pero desgraciadamente lo son. ¿Contrastar? ¿Qué es eso? "Jamás el engaño ha tenido tanta capacidad de difusión como ahora. Pero una sociedad que pierde el vínculo con la verdad es una sociedad de esclavos", expresa Cercas. Sobre ello, Ricardo Darín da su visión a El Mundo: "La verdad siempre es el camino más corto, pero no todo el mundo lo elige". El actor argentino, en una buena entrevista de Ana del Barrio, también se aproxima a hablar de feminismo. "Mi mujer me dijo que deberíamos hacer algo con respecto a la mujer objeto porque hay toda una parafernalia sobre las actrices que pasan por la alfombra roja, el vestido que llevan, cuánto muestran y cuánto no... En esta nueva era, hay muchas cosas que revisar".

Y me he seguido dando cuenta de ello leyendo "Todos deberíamos ser feministas", de Chimamanda Ngozi Adichie. Ni había leído ni había visto nada de la autora. Es un librito de 55 páginas, reflejo de una charla TED en Lagos. Ella nació en Nigería en el 77 y sobre su experiencia en su país hay muchos comentarios claros y directos. Me gusta mucho su estilo. Como, por ejemplo, cuando en 2003 "un periodista amable me dijo que quería darme un consejo sobre mi novela 'La flor púrpura'. Me dijo que la gente decía que era una lectura feminista y que no me presentara nunca como feminista porque éstas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido. Así que decidí presentarme como feminista feliz". El hilo discurre por los prejuicios sociales. Una escena que representa el juego de roles de mujeres y hombres, en concreto, en Lagos es cuando Chimamanda y su amigo Louis van a cenar por Lagos, aparcan el coche, salen del auto y se topan con un gorrilla. Ella mete la mano en el bolso, saca dinero y se lo da al paisano. Su respuesta es mirar a Louis y decir "gracias, señor". Y como esa, unas cuantas, a lo largo del relato. Léanlo, aquelllas y aquellos que aspiren a vivir en una sociedad más honesta. La valentía de la escritora no es extraordinaria, hay muchas personas que la encarnan y la reflejan en su día a día. Pero mensajes como el de este pequeño libro son geniales por buen enfoque y su buen fondo. Me decía, hace poco, el antropólogo Ritxar Bacete que hay muchos tipos de feminismo. Sin duda, yo me quedo con el de Chimamanda.