Hace dos veranos participé en Stand OUT Program, un curso intensivo enfocado a que lleves las riendas profesionales de tu vida. Para mí fue disruptivo, principalmente, porque modifiqué mi valor del tiempo. Por un lado, me di cuenta que se puede funcionar bien (durante unos días) habiendo dormido tres horas. La mayoría de las cinco jornadas se alargaron hasta las veinte horas. Producto de ese ritmo y del mío, siempre llegaba con diez minutos de retraso. Era el único, al parecer. Qué desgracia la mía. Y como los organizadores querían ser rompedores me caían duchas a modo de castigo bendito. Por otro lado, aprendí a mejorar mi enfoque con el tiempo fue a la hora de diferenciar las tareas mas importantes del día. Llevado al terreno de un freelance, el consejo se reducía a que solo hay 2 o 3, que sí o sí se tienen que hacer en ese día. "Para todo esto, lo más importante es que uno quiera hacerlo y, de verdad, se de cuenta de la cantidad de tiempo que perdemos", se escuchó en una de las clases subterráneas del ULab.

El tiempo es nuestro mayor perseguidor. Algo que se traduce en que no nos guste cumplir años a partir de los 30, realicemos ansiosos un viaje en coche por querer cumplir con los plazos marcados o no terminemos de solucionar como seres (teóricamente) humanos nuestros errores de no enterrar a los que fueron asesinados en la Guerra Civil, como escribió Jaime Gil de Biedma. En este caso, para los familiares de aquellas personas que sufrieron tal barbarie hay más pasado que presente. Entonces, para debatir sobre esta cuestión organizamos una tertulia en la librería Pynchon hace una semana bajo el título de "El valor del tiempo". El evento estaba enmarcado dentro de la actividad semanal que llevamos a cabo en el Club de Librepensadores (la localización siempre está ubicada en el centro de Alicante. Hasta la fecha, el lugar de encuentro ha sido librería o bar. Es posible que en el futuro conectemos con otros espacios culturales). El caso es que, la sesión de hace una semana, fue una de las mejores conversaciones entre librepensadores que he experimentado hasta ahora y no han sido pocas. Hemos de debatido desde diciembre sobre feminismo, dinero, sectas, memoria histórica, franqueza, monogamia y poligamia, la aceptación, la verdad...

Yéndome a casa el pasado viernes sobre la una de la mañana pensé: "Librepensadores ha sido una pasada" y se lo comenté a mis hermanos. Fue nuestra sesión #31 y la que más me sorprendió por los fluido que fue todo. Desde que subí las escalerillas de Pynchon, tarde, a las 19:38, y eso que el tema era "el valor del tiempo", me sorprendí. Era 3 de agosto y a la sesión 30 (Monogamia y poligamia) habíamos asistido no 4 gatos, 4 motivados. Que el debate fue estupendo porque los 4 tenemos confianza y salió interesanteiempre es interesante. La cuestión es que me senté en la única silla, en la que me quedé contemplando a los doce asistentes, mientras mi compañero Alexis explicaba las reglas del juego. Álvaro remarcó algunas ideas que queremos incorporar a partir de septiembre y pasamos a presentarnos. Hasta siete personas nuevas se estrenaron: seis mujeres (Daiana, Cristina, Trini, Cristina, Alicia y Elena) y un hombre (José Luis). A ellas, se sumaron los habituales Antonia, Toya, Eva, Alexis, Álvaro y un servidor.

Recuerdo que Daiana abrió la tertulia haciendo una comparativa entre el valor objetivo y subjetivo del tiempo; Cristina mencionó que el ritmo en el pueblo y en la ciudad es distinto; Trini, canaria de nacimiento, puso en valor la calidad del tiempo en Alicante para hablar de la ausencia de prisa; José Luis mentó a Aristóteles y a Marx, entre otros; la otra Cristina hizo hincapié en el "aquí y ahora" para subrayar que si ponemos la atención en el presente no hay pasado ni futuro; Alicia nos atrapó con su tono de voz suave y su enfoque de que la buena educación con los niños requiere pasar tiempo de verdad; Eva defendió las bondades del empleo del smartphone para fomentar relaciones; Elena remarcó que es imposible que la sociedad se despegue de los iPhone para poner sentido común; Álvaro comentó que a sus hijas las educa poniendo énfasis en la lectura y no en la tele (y están encantadas); Alexis, como buen tecnólogo, recordó que quizá el WhatsApp nos ha llevado a justificar con tranquilidad la impuntualidad; Toya escuchó atentamente; Antonia expresó apasionadamente sus pareceres poniendo en valor su tiempo, que no regala a cualquiera; yo me centré en preguntar.

El debate #31 transcurrió con tan buena onda que acabamos tomando cañas nueve y cenando seis. No parecía que sintiéramos que perdíamos el tiempo ni pasáramos el rato ni quisiéramos llenar vacíos. Eso fue tiempo de calidad, libre, con calma, mirando a los ojos, con sensibilidad, sin protagonistas ni obligaciones ni penalizaciones por retrasos. Porque el tiempo no tiene que ir relacionado siempre al dinero, a la productividad, a la competitividad. Puede ser valorado de otra manera. "Quizá más importante que el tiempo es lo que sembramos", dice un dicho popular. Y pensábamos que por ser verano la actividad no daría juego y no asistiría ni el Tato...