Su trágica experiencia se recoge en el documental 'La Maleta de Marta', donde da testimonio de la mañana en que su exmarido la atropelló y le asestó 16 puñaladas. El calvario se acentuó después, con una sociedad y una familia que sospechan de ella como causante del desenlace, además de topar con un infierno burocrático sin ayudas asistenciales para sus hijas ni medidas protectoras cuando su agresor sale de prisión.

Ni Marta Anguita ni su exmarido cumplen con los tópicos de la violencia de género, ambos universitarios y de familia de clase alta. Amnistía Internacional se hizo cargo de su caso y se convirtió en la protagonista de 'La Maleta de Marta', en la que también se recoge el testimonio de maltratadores austríacos en un programa de rehabilitación.

Hace 17 años que su exmarido la intentó matar. ¿Todavía vive escondida?

Sí, él no sabe donde vivo y se supone que estoy protegida por la Policía Nacional, pero no es así. Él sólo cumplió once años de una condena de quince y ya ha acabado la orden de cinco años de alejamiento. Precisamente, Amnistía Internacional impulsó 'La Maleta de Marta' para que las víctimas tuviéramos más protección.

El director del documental, Günter Schwaiger, le propuso ocultar su identidad. ¿Por qué se decide a dar la cara?

Doy la cara, mi voz, mi nombre y apellidos porque yo no tengo que sentir vergüenza ni ocultarme, sino mi agresor. Ya estamos suficientemente victimizadas como para que lo hagan aún más y seamos nosotras las que nos escondamos, mientras que él está tan a gusto.

¿Se dio cuenta de que no contaba con protección cuando su agresor sale de la cárcel?

Exactamente, no hay coordinación entre Instituciones Penitenciarias y la policía. A los siete años de su condena, comienza a disfrutar de permisos y me avisan de que no me mueva de dónde esté, porque desconocen su paradero. Llegué a tener cuatro partes de la Guardia Civil por errores en sus salidas, hasta que fui a ver al subdirector de la prisión y le expliqué que estaba jugando con mi vida y la de mis dos hijas. Un mes antes de su salida definitiva, yo pensaba que tendría algún seguimiento al ser en libertad condicional, pero no era así. No le podían poner la pulsera telemática, porque su caso era anterior a la ley de violencia de género y eso vulneraría sus derechos. ¿Y los míos? El sistema no funciona, no hay medios para aplicar las leyes y a los jueces les falta más sentido de la justicia.

¿Amnistía Internacional se interesa por su caso porque su vida vuelve a estar en peligro?

Él estaba aún en la cárcel. En 2003 sale la sentencia y a mí me tiene que pagar una indemnización y pasar pensión para las niñas. Los juzgados no sabían solucionar el caso, porque tenía sociedades y acciones repartidas. Siempre presentaba recursos desde la cárcel cada vez que avanzaba el proceso y así durante seis años, mientras yo estaba con invalidez total. Había ido a toda clase de asociaciones y al Instituto de la Mujer y me sentía desamparada, hasta que en Amnistía Internacional vieron que mi caso supone una vulneración de los derechos humanos porque no se cumplía el resarcimiento que prevé la ley. No podía ser que esperara seis años para cobrar la indemnización y la pensión porque a los jueces no les da la gana.

Después de estar a punto de morir a cuchilladas, ¿cómo afecta sufrir esa burocracia?

La justicia no es justa porque no es rápida y no hay derecho que, al cabo de dos años, yo deba revivir todo lo que me hizo. Encima, si no me llego a defender, él no hubiera sido culpado de asesinato, sino de homicidio.

¿El papel de su familia fue otro gran trauma?

Yo no he tenido familia. Después de estar una semana en la UVI, mi madre vino con mi padre a verme al hospital y lo primero que hizo fue echarme en cara el escándalo que se había armado.

O sea, ¿usted era culpable de que intentaran matarla?

Le importaba más lo que decían los demás que la vida de su hija. Después de mes y medio en el hospital, mi hermana me llevó a casa en silla de ruedas y allí me dejaron, con dos niñas de 12 y 15 años. Eso es culpa de una sociedad machista en su mayoría. Después, mi madre me desheredó por participar en el documental.

¿Su familia es de la alta sociedad?

Sí, y de una ciudad pequeña, que es peor todavía. Mis hijas, con todo el trauma que pasaban, debían limpiarme y preparar la comida. Él no está arrepentido, no ha tenido ningún tratamiento en la cárcel y ahora está en la calle. Su familia no se interesó por mi estado ni por las niñas, encima lo excusan.

Hasta ese momento, usted no había sufrido agresiones físicas. ¿Estaba silenciado el maltrato psicológico?

En el año 2000 casi no había conciencia. Los golpes se ven, pero, ¿qué pasa cuándo te quitan la autoestima? Yo estuve con él 25 años, hasta que me separo, porque me di cuenta de que acabaría conmigo y no quería que mis hijas vieran ese acoso. Él espera, porque tiene una actitud psicópata, y al cabo de un año y medio viene a por mí. En ese momento, una hija estaba conmigo y otra con él, porque así lo había decidido un juez.

¿Tuvo que renunciar en parte a sus hijas para esconderse?

La mayor tuvo que salir de Sevilla con 18 años, porque los psiquiatras y psicólogos avisaron de que era mejor que cambiara. Allí no podía estar ella. Luché mucho con su instituto porque decían que no tenía capacidad para estudiar, pero ahora mismo es quiromasajista, osteópata y fisioterapeuta, con la máxima nota de su promoción.

¿Tuvo que contactar con maltratadores durante el rodaje?

No, pero sí con su terapeuta y la abogada y presidenta del Instituto de la Mujer en Austria. Allí utilizan mucho mejor los medios de que disponen y me di cuenta que aquí el Instituto de la Mujer no tiene ni puñetera idea de lo que es la violencia de género.

¿Cómo reaccionan los adolescentes en sus charlas?

Los chicos reciben el mensaje de que deben ser un macho alfa, la mujer no se valora porque no hay igualdad y yo les explico que hay unos límites que no se deben sobrepasar, como que te quieran controlar. Me doy cuenta de que muchos chavales están viendo situaciones de violencia de género en casa. Por otra parte, me preguntan cosas que una persona mayor no hace porque cree que me va a incomodar, como si siento rencor o lo he intentado superar.

¿Y siente rencor?

No, porque sería hacerme daño a mí misma y no le deseo la muerte, aunque estaría más tranquila si estuviera en la cárcel, pero así es la ley. Los hijos de los maltratadores también son víctimas, pero mis hijas no han tenido ningún derecho ni ayuda a la asistencia, como sí lo tienen las de ETA, cuando no debería haber víctimas de primera y segunda como en el caso de la violencia de género. Es tu padre el que mata a tu madre, ¿cómo le haces entender a un niño esa aberración?

¿Y se puede llegar a rehacer la vida después de una experiencia tan traumática?

Si quieres, sí, pero con ayuda, sola es imposible. Yo llevo 12 años de tratamiento por estrés postraumático. Si a mi psiquiatra, que ya es mi amigo, le pregunto cómo está, él bromea y me replica que lo importante es cómo esté yo. En la primera consulta, yo iba de víctima, pero él me preguntó quién me hizo creer que la vida era justa. A partir de allí, me di cuenta de que debía salir adelante, a pesar de que la sociedad sea hipócrita y pasé de ser una víctima a ser activista.