Cuando hace un año y medio el papa Francisco le quitó al cardenal Antonio Cañizares el suntuoso hábito de prefecto de la Santa Sede y lo envió de vuelta a España para asumir el Arzobispado de Valencia, el purpurado de Utiel tomó posesión de su diócesis con una primera homilía en la que prometió ser «un pastor que huele a ovejas, que da la vida por ellas, las defiende y las alimenta». Pero al tiempo que se quería oveja, dejó muy claro que veía a su rebaño en peligro. «Sabiendo que los lobos son lobos, y que los hay y muchos», dijo, advirtió que se desgastaría en oponerse a «relegar a la fe al ámbito de lo privado».

En esas tres ideas se esconden algunas claves que explican las polémicas que está generando en los últimos días un arzobispo que ha colocado a la Iglesia en el debate público con todas las televisiones pendientes de las palabras de un purpurado. Que ha mezclado a la Iglesia con la política, como en los tiempos de Rouco Varela, al cuestionar leyes concretas de la Generalitat (como la de la transexualidad), al criticar las políticas con los refugiados, o al clamar una y otra vez por la unidad de España, incluso ordenando oraciones en cada una de las parroquias valencianas. Un cardenal que ha instalado un lenguaje duro, de enfrentamiento, al más viejo estilo «nosotros contra ellos», a todo lo que rodea homilías, cartas pastorales o conferencias públicas.

«Vuelven la Inquisición y las hogueras» deslizaba ayer un síndic en las Corts en un comentario rodeado de indignación bajo el aparente tono sarcástico. Más allá del contenido, la frase revela un aspecto que no debería pasar inadvertido: el cardenal Cañizares ha conseguido erigirse en una especie de líder de la oposición en la sombra al gobierno autonómico de Ximo Puig y Mónica Oltra. Con un PP debilitado y en pleno proceso de recomposición, la voz de Cañizares está sonando más fuerte que la de Isabel Bonig o Alexis Marí a nivel estatal.

Un vuelco político apetecible

Cuando el cardenal Cañizares llegó a Valencia, en octubre de 2014, las más altas magistraturas políticos de su jurisdicción las ocupaban Alberto Fabra, Alfonso Rus y Rita Barberá. Tras el vuelco del 24-M, los han sustituido el tándem Ximo Puig-Mónica Oltra, Jorge Rodríguez y Joan Ribó. Un escenario diferente y muy apetecible para un arzobispo-político que se niega a confinar la fe a las iglesias y que, en su última carta semanal, condensa su espíritu beligerante en aquello que cree con un título explícito: «Sacerdotes, espíritu de fortaleza, no de temor». El episodio de las cartas privadas a Ximo Puig y Mónica Oltra es un peldaño más en su política de tierra quemada y sin temor contra los «lobos» de los que ya advirtió.