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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Cómo salir del estado de alarma sin entrar en el de pánico

Podemos es una fuerza política que en la Comunidad Valenciana, y desde el punto de vista del servicio a la sociedad, ha transitado entre la nada y la irrelevancia desde que debutó con gran éxito de crítica y público en las elecciones europeas de 2014. Por lo que se refiere a Alicante, los grandes hitos que jalonan su corta historia se resumen en haber echado a una dirección por fraude en los comicios internos y en haber colocado en el Ayuntamiento a la tránsfuga que acabó devolviendo al PP el gobierno de la segunda ciudad de la Comunidad. Por lo que toca al ámbito autonómico, estoy seguro de que si les pregunto por alguna ley importante para los ciudadanos que haya sido impulsada por los morados pocos serán capaces de recordar ninguna. Como estoy convencido de que sólo los muy avezados podrían contestar sin errar a tres preguntas en apariencia sencillas: cuántas consellerias dirige Unidas Podemos en la Generalitat, cuáles son y cuál es el nombre de quienes las ostentan. No me vacilen. Las dos primeras... psss. Pero en la última es posible que fallara hasta el president Puig.

Eso sí. Podemos aquí, y hasta ahora, no ha molestado. Es posible que no trabaje. O que el escaso trabajo que haga sólo se dirija a mantener un determinado escaparate, donde los tópicos más viejos se exhiben como el colmo de la disrupción, la revolución se resume en un hilo de Twitter y la inclusión se reduce a dirigirse al público en femenino. Pero más allá de las apariencias es una fuerza mansa, y eso le permite a Puig presumir de tener un gobierno de coalición auténticamente de izquierdas pero con todo bajo control, no como Pedro Sánchez en Madrid.

Esa indefinición de Podemos en la Comunidad Valenciana no crean que no les ha pasado factura. En Alicante, donde sin ni siquiera sacar del cajón sus siglas le habían regalado en 2015 seis concejales a Esquerra Unida, en 2019, ya liderando ellos la plataforma electoral a pecho descubierto, se quedaron en dos. Y en las autonómicas, perdieron cinco de sus trece escaños, lo que no es poca ruina, quedando casi tres puntos por debajo de la ultraderechista Vox. Ocurre que haber entrado a formar parte del Consell, rectificando el error cometido la legislatura anterior, cuando decidieron quedarse fuera, sumado a que el fuego cruzado de Madrid llevara a Pablo Iglesias nada menos que a la vicepresidencia del Gobierno de España, ha hecho las veces de trampantojo que venía disimulando todos los desconchones.

Hasta que toca elegir de nuevo dirección. Entonces se comprueba lo ajadas que están las paredes. En solo un lustro, Podemos va ya por la tercera secretaría general. Jamás ha ofrecido imagen de unidad, ni de coherencia, sino sólo de pelea por el poder. Y nunca hasta ahora sus sucesivos líderes han contado con un respaldo claro de sus bases en la Comunidad Valenciana (a las que ya solo llaman cuando hay que alistarlas para mandarlas a la guerra) ni han podido sustraerse a las injerencias de Madrid, que por su parte también se ha estrellado una y otra vez cuando ha querido imponer un dominio absoluto sobre la organización, pero no ha dejado por ello de zarandearla con el mando a distancia.

Es lo que ha pasado esta semana que acaba, donde de nuevo el enfrentamiento entre facciones ha dejado Podemos roto. Pilar Lima, dicen que de obediencia pablista, se ha proclamado líder por sólo 38 votos de diferencia y con los mismos puestos en la ejecutiva que su contrincante, Naiara Davó, respaldada a su vez por el vicepresidente del Consell, Rubén Dalmau (mira, ya les he respondido parte de una de las preguntas), que ha obtenido el mismo número de representantes en esa ejecutiva, que pide un recuento porque no se fía y que a la hora en que esto se escribe aún no ha felicitado a su compañera. Quedan todos fatal: el vicepresidente de España envenena pero no remata; el vicepresidente valenciano no logra que se imponga la candidata que apoya; el partido está milimétricamente partido (14 contra 14 en la ejecutiva) y el liderazgo de quien alega haber triunfado nace muerto. Un pan como unas hostias.

Nada de eso, de todas formas, tiene gran interés por sí mismo. Allá Podemos en cómo elige cocerse en su propio fuego. El problema es que, como decíamos, es una fuerza política cuyos menguantes votos en el Parlamento son sin embargo necesarios para sostener el Gobierno del Botànic, del cual es parte. Entre los ganadores por los pelos de este nuevo vuelco en la dirección morada hay una marcada tendencia al bombardeo por sistema del sistema, y entre los perdedores por la foto finish ya hemos dicho que está el vicepresidente del Consell, cuya cabeza es la próxima que reclamarán los robespierre en nómina, así que no es aventurado pensar que a Puig se le va a complicar con todo esto la gobernabilidad. Era lo que nos faltaba. Con los sanchistas acumulando agravios contra Puig y los de Compromís esperando el desenlace del duelo entre Oltra y Marzà, llegó Podemos y parió la abuela. En el peor de los momentos.

Esta misma semana que acaba, los empresarios de mayor fuste del sur de la provincia se reunieron con el conseller de Infraestructuras, Arcadi España, y pudieron llevarse un anticipo de lo que viene. ¿Se acuerdan del Plan Renhace, cuyo objetivo era la reconstrucción, transformación económica incluida, de la Vega Baja tras la DANA? Pues ya se pueden ir olvidando de la mayoría de sus proyectos. ¿Por falta de voluntad? No. Por falta de dinero. Y también de coordinación y trabajo en red de los distintos departamentos del Consell. Trasladen eso al conjunto de la Comunidad, en una circunstancia extrema como ésta, derivada de la pandemia que ha colapsado las economías mundiales y está dejando las arcas públicas exhaustas, más aún las de quienes ya las tenían vacías por errores propios (los años de vino, rosas y escándalos de los gobiernos autonómicos del PP) y ajenos (la infrafinanciación, tantas veces denunciada) y coincidirán en lo complejo que se presenta el futuro. Otro ejemplo, más general que el de la Vega Baja. Se habla de Sanidad. De Sanidad pública. De que una de las lecciones, si no la principal, de esta crisis ha de ser el que la Sanidad pública no sufra nunca más recortes y, por el contrario, sea reforzada. Pues aquí nos pilla con un agujero de aproximadamente 3.000 millones de euros. Y otro más: el plan de ayudas al Turismo, que ha dejado de nuevo en pie de guerra a todo el sector, por su mezquindad. Puig se ha puesto del lado de los empresarios y se ha enfrentado a Madrid. Pero, más allá del buen talante de su secretario autonómico, Francesc Colomer, y del buen trabajo que él y su equipo hacen, no tiene materialmente con qué socorrer a una industria que representa, ya lo hemos dicho, más del 14% del PIB y que, sin embargo, a quienes gobiernan en Madrid, ni les gusta, ni la entienden.

Así que, con la que está cayendo, camino de la que será la mayor crisis social y económica conocida, la pregunta que las peleas en Podemos ponen sobre el tablero es si el president Puig tiene un gobierno suficientemente armado para enfrentar los formidables desafíos que se avecinan o tendría que proceder a una renovación en profundidad del mismo. No lo tiene. Hay consellers socialistas muy desgastados ya ( Ana Barceló, Vicent Soler...) y otros, triste es reconocerlo por lo que nos toca a Alicante, que no han aprobado el examen, y me refiero a la consellera de Innovación y Universidades, Carolina Pascual. En Compromís, con competencias esenciales como Dependencia, Educación, Economía, Agricultura y Cambio Climático... casi todos están quemados y muchos, además, enfrentados entre sí. Y en Unidas Podemos son dos (sigo resolviéndoles el acertijo del principio), pero ni se hablan. Y además ahora van a quedarse en medio de la balacera.

Y sin embargo, siendo tan evidente la necesidad de un nuevo impulso en el Consell, Ximo Puig es un rey prisionero, que no puede tocar nada sin desequilibrarlo todo. Que los de enfrente no estén mejor, que el PP también esté a su vez enzarzado en jaques mates, Ciudadanos no sepa, literalmente, dónde tiene la mano derecha y dónde la izquierda, y Vox no sea más que un coro de correveidiles del Caudillo que les maneja desde Madrid, no resulta consuelo ni resuelve nada. Salimos hoy del Estado de Alarma. Esperemos que no sea para entrar en el de pánico. Porque el confinamiento ha sido muy duro, pero también ha disimulado muchas carencias. Y ahora es cuando llega el momento en que los árboles se apartan para dejarnos ver lo profundo que es el bosque en el que nos hemos perdido.

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