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Análisis: Los deseos de Pablo Iglesias y la estabilidad del Botànic

Hoy comienza la votación para elegir el nuevo liderazgo autonómico de Podemos

Pablo Iglesias y Dalmau durante el acto central de campaña de las autonómicas y generales de abril. efe

Desde que Podemos nació en marzo de 2014, la Comunidad Valenciana siempre ha sido para Pablo Iglesias como esa aldea gala que resistía y resistía al todopoderoso Imperio Romano. Uno de los pocos territorios en los que el ahora vicepresidente del Gobierno nunca ha tenido el poder en su partido. Una situación más llamativa, si cabe, en una organización moldeada a imagen y semejanza de su liderazgo mesiánico. Ese objeto de deseo de Pablo Iglesias por tomar el mando autonómico a toda costa ha convertido a Podemos en esta Comunidad -más compleja para los morados que otras autonomías por la competencia directa de Compromís- en una trituradora de referentes, que han ido cayendo a medida que el «jefe» intensificaba sus injerencias para intentar teledirigir desde Madrid, hasta aquí con poco éxito, su cúpula valenciana.

Hoy empieza la votación para elegir el que será, de facto, el cuarto liderazgo autonómico en cinco años. A uno por cada año y tres meses. Y es la primera vez que el «aparato» de Pablo Iglesias tiene una opción clara de controlar la organización a través de la candidatura de la diputada Pilar Lima con el respaldo de los principales cargos valencianos del Gobierno de España. Pero puede pagar un peaje muy alto. Poner en riesgo la estabilidad del Consell y del grupo en las Cortes Valencianas, aglutinados en la lista que encabeza la alcoyana Naiara Davó, actual síndica parlamentaria, con el apoyo entre otros del vicepresidente segundo del Consell, Rubén Martínez Dalmau. Así que en esta votación que se desarrollará hasta el próximo 17 de junio asistimos a un pulso entre cargos afines a Pablo Iglesias controlados desde Madrid frente a los partidarios de que ese poder orgánico continúe en la Comunidad. Gobierno contra Consell. «La decisión la tenemos que tomar aquí», apuntaba el propio Dalmau el pasado domingo en una entrevista concedida a este periódico.

Esa es la frase que resume el endiablado «sudoku» en el que están inmersos en Podemos. Un partido que ha consumido en apenas un lustro el liderazgo de Antonio Montiel, su primer candidato a la Generalitat y secretario general además del hombre que firmó el apoyo parlamentario de los morados al Botànic que terminó con la hegemonía del PP. Este abogado que coqueteó con Compromís antes de 2015, ligado a Íñigo Errejón y que ahora está alejado de la política, dejó paso en Podemos sin llegar ni tan siquiera a la mitad de la legislatura y a pesar de demostrar gran solvencia y sensatez en las Cortes. En mayo de 2017, entre los errejonistas que proponían suceder suceder a Montiel con Fabiola Meco y los pablistas que apostaban, como ahora, por Pilar Lima emergió la inesperada figura de Antonio Estañ, de Callosa de Segura, entonces diputado en la Cortes y, como Montiel, ahora también fuera de los focos públicos. Aglutinó dentro de su propuesta -vertebradora, muy elaborada y con un discurso desaprovechado- a todos los descontentos de la organización hasta lograr casi un 42% de los votos. Pero Pablo Iglesias ya tenía en el tablero la siguiente jugada para controlar su poder valenciano: la candidatura a la Generalitat.A la vuelta del verano de 2018, cuando Ximo Puig empezó por vez primera a deshojar la margarita del adelanto electoral, disfrazó su maniobra con un supuesto consenso para aupar a Dalmau -entonces uno de los suyos- como cabeza de lista al Consell. Arrinconó a Estañ por la vía electoral. Y justo después de las dos citas con las urnas del mes de abril -generales y autonómicas- y mayo -municipales- de 2019, anunció su marcha a pesar de que Podemos entró en el segundo Botànic, firmado en Alicante. Una salida que Estañ concretó en noviembre tras la segunda convocatoria de generales que, al final, dio paso al gobierno de coalición en Madrid.

El vacío de poder en la cúpula morada le facilitaba a Pablo Iglesias iniciar el asalto final a la dirección de Podemos en la Comunidad. Pero esa operación, en esta ocasión, tiene más trascendencia que nunca. Antes era sólo una fuerza parlamentaria. Ahora Podemos forma parte del Consell y también del Gobierno de España. Cualquier movimiento orgánico, por tanto, afecta directamente sobre su iniciativa dentro de las instituciones. La vía de Dalmau, convertido ya en vicepresidente del Consell, era la de un gran acuerdo de partido que pivotara sobre los altos cargos autonómicos y el grupo en las Cortes. Una organización fuerte, unida, que cuide el municipalismo -talón de Aquiles de Podemos- y que recupere los olvidades círculos. Y la figura que Dalmau veía para interpretar ese papel era la de Naiara Davó, que entró a las Cortes justo cuando el vicepresidente dejó el escaño para dedicarse por completo a la gestión.

Pero a los pablistas no les gustaba ni un ápice. Pablo Iglesias necesitaba todo el poder. Y además la visión de sus partidarios es más crítica con el Botànic. Recurrieron de nuevo a Pilar Lima, la diputada autonómica de tono más duro, por ejemplo, con Compromís. Y ese movimiento, que se anunció sin informar a Dalmau, derivó en lo inevitable. Alrededor de Naiara Davó se ha sumado la mayor parte del equipo del Consell, el núcleo duro del grupo en las Cortes incluyendo diputados notables como Ferran Martínez y Beatriu Gascó, además de una buena nómina de concejales. Y alrededor de Lima, los cargos del Gobierno más próximos a Pablo Iglesias en Madrid como la directora del Instituto de la Juventud, la alicantina María Teresa Pérez, o el responsable de la Seguridad Social, Héctor Illueca, entre otros.

Retrasada la asamblea por el coronavirus, finalmente, la votación telemática se cuadró para mediados de junio. El combate de los avales fue ajustado. Pero, sin embargo, hay dos fichas en el tablero que, en principio, conceden esta vez ventaja al pablismo. Uno. Han integrado en su lista a parte de los anticapitalistas que habían montado una candidatura liderada por la alicantina Lidia Montero, sanitaria en el Hospital de Sant Joan y que ya estuvo en Organización con Estañ. Es una incorporación que refuerza aún más el perfil crítico contra el Botànic. Apostaban desde este grupo, incluso, por no entrar en el Consell. Y dos. Una candidatura por libre: la del edil castellonense Fernando Navarro, también en su día con Estañ. Los terceros en discordia suelen tener pocas opciones. Pero, sin embargo, los votos que reciben pueden ser claves si restan a uno u otro aspirante. A Navarro, entre otros, le apoyan la exdiputada Àngela Ballester, una de los pocos vestigios del errejonismo que queda en Podemos; y Jaume Montfort, de la Marina Alta. La primera era alto cargo con Dalmau hasta que fue relevada hace unas semanas. Y el segundo sigue a día de hoy en una dirección general con el vicepresidente. Fugas en el caladero del que se nutre la lista de Naiara Davó. Ahora deciden los militantes. Y lo que hagan, en esta ocasión, tendrá más repercusión que nunca. O la aldea gala se resiste una vez más Pablo Iglesias; o sale erosionado el proyecto de Podemos en el Consell. Eso es lo que se vota.

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