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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Vienen a por ti, Isabel

¿Cómo descabalgaron a aquel personaje a ratos gritón y prepotente, que había sido llamado a renovar la viejuna Alianza Popular?

No sé a ustedes. Pero a mí Isabel Bonig cada vez me recuerda más a aquel presidente que tuvo el PP, al que recurrieron cuando el partido no había por dónde cogerlo y al que le dieron la patada en cuanto que la organización estuvo rearmada y lista para el combate. Se llamaba Pedro Agramunt y lideraba el PP en 1993, cuando por primera vez en la historia la derecha sacó más votos que la izquierda en la Comunidad Valenciana, en las legislativas que se celebraron ese año. Pero en 1995, cuando lo que se disputaban eran unas elecciones autonómicas y había posibilidades reales de desbancar al socialista Joan Lerma de la presidencia de la Generalitat, el candidato no fue Agramunt, sino Eduardo Zaplana. ¿Cómo descabalgaron a aquel personaje a ratos gritón y prepotente, que había sido llamado a renovar la viejuna Alianza Popular? Pues como se hacen estas cosas: arrinconándolo congreso a congreso, hasta el congreso final. ¿Y por qué? Entre otras muchas razones, porque aunque sobre el papel su liderazgo era nuevo, en realidad era de otra época: a Agramunt lo había puesto en el sitio Fraga, y el que mandaba ahora era Aznar. Como a Isabel Bonig la puso Rajoy, y el que ahora manda, al menos de momento, es Casado. Al que, por cierto, Bonig no apoyó.

Lo que pasó entonces es historia. Primero se hizo el congreso provincial de Alicante, en el que Eduardo Zaplana fue elegido presidente porque, aunque muchos pensaran que el ungido iba a ser el entonces alcalde de Orihuela, Luis Fernando Cartagena, a quien quería Aznar en ese puesto era a Zaplana. Pacificado Alicante, se pactó con Castellón, mientras se dejaba que en València los clanes siguieran haciéndose la guerra entre ellos. Para cuando, pasito a pasito, se llegó al congreso regional, Agramunt, aunque él no lo supiera, no tenía posibilidad alguna de levantar cabeza. «Alicante, Castellón y Bosnia-Herzegovina», titulé yo, en aquellos años en que la antigua Yugoslavia estaba despedazándose, mi artículo el primer día del cónclave, del que Zaplana salió catapultado a la Generalitat y Agramunt desterrado al Senado.

La historia nunca se repite. Ya nos dejó dicho Heráclito que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Pero suele deparar consecuencias parecidas siempre que se den circunstancias similares. Todos los actores sobre el nuevo escenario son distintos. Pero el río fluye hoy de la misma forma que lo hacía entonces.

Bonig (igual que entonces Agramunt) no era partidaria de que orgánicamente se moviera nada en estos momentos. La delicada situación derivada de la Covid-19 jugaba a favor de su posición. Pero la Junta Directiva Nacional del PP se reúne mañana para dar vía libre a la celebración inmediata de congresos provinciales y locales, allá donde a la cúpula de Génova le convenga, lo que incluye a la provincia de Alicante y a la de València. Dirán ustedes: ¿en medio de la que está lloviendo están en estas, reuniendo a su máximo órgano directivo por primera desde enero, no para hablar de la reconstrucción de España sino de la del partido? Pues sí. ¿Y a qué las prisas? Pues a que hay motivos internos y externos, que tienen que ver con el contexto nacional y con el de la Comunidad, y que urgen a Casado a empezar a mover las fichas sobre el tablero si quiere mantenerse en él.

¿Y cómo está el PP aquí? Pues, en lo que toca al orden regional, no está. Ni se le espera. No hay estrategia. Ni hay mando. Y en cuanto a las organizaciones provinciales, que son las que ahora se renovarían contra el criterio de Bonig, València es, como en los noventa, una jaula de grillos, eso mismo que Casado reprocha ser al Gobierno de Sánchez. Y Alicante, la provincia que históricamente ha contado con más afiliados de entre las tres de la Comunidad, vive en una situación paradójica: hay un líder de referencia, el presidente de la Diputación, Carlos Mazón, pero el partido está en hibernación, por la provisionalidad derivada de la dimisión de sus anteriores líderes tras las elecciones y la victoria de Casado en las primarias, frente al que se habían posicionado.

Así que a partir del lunes empezará la cuenta atrás para volver a reactivar el PP, comenzando por resolver esa disfunción que supone Alicante. Confiando a Mazón todos los poderes, los institucionales y los orgánicos, en un congreso mitad presencial, mitad telemático, que se convocará para julio, el día de reflexión de las elecciones gallegas y vascas. La fecha, si finalmente cuadran los plazos y es esa, tiene significación. Casado sabe que los resultados del PP en Euskadi van a ser malos y que en Galicia van a ser espléndidos, pero si las encuestas se cumplen quien los rentabilizará es el presidente Alberto Núñez Feijóo, representante de una estrategia moderada, que incluye pactar con el PSOE aquello que pueda presentarse como una acción patriótica, no dar a Vox ni agua y no dejar crecer a Ciudadanos pero sí estar preparados para recoger sus restos. Ya sabemos que Feijóo es gallego, lo que conlleva la imposibilidad de determinar si sube o baja la escalera. Pero lo que Casado tiene seguro es que la presión en favor de que Feijóo abandone en algún momento el Palacio de Rajoy (lo siento, así se llama la sede de la Xunta) para trasladarse a Madrid se va a redoblar en los próximos meses.

Así que, siendo Alicante y la Comunidad Valenciana, por número de delegados, una pieza importante en la pelea nacional, y siendo Mazón cada vez más descaradamente el hombre de Casado en esta tierra (el anuncio de la dirección nacional del PP de que se retomaban los cónclaves pendientes se hizo 48 horas después de que Mazón estuviera reunido en Génova), ya tienen ahí una primera razón para que el congreso que todo el poder recaiga en esta provincia en una misma persona se haga cuanto antes.

Ítem más. El PP necesita como el agua no sólo trasladar a su organización lo que ya rige en el ámbito institucional, sino activar al propio partido, muerto ahora mismo. Aunque sobre el papel haya responsables ( Eduardo Dolón en la provincial, el concejal Toño Peral, pásmense, en la ciudad de Alicante), lo cierto es que el PP está a motor parado, por no decir cosas peores. Hay temas internos pendientes que resolver: los líos en Alcoy, San Vicente, Elda... Pero sobre todo, al PP le apremia movilizarse porque cada día que sigue parado es una sangría de votos hacia Vox, que tiene ya más gente activa en la calle que los populares y la mayoría de todos esos activos eran, hasta hace dos días, militantes populares de comunión diaria.

¿Quieren más razones para acelerar esto? Ciudadanos. El PP no tiene, ni en Alicante ni en la Comunidad Valenciana, interlocutor de quien fiarse en Ciudadanos. El que fue en su momento el «boss» al que acudir, digo de Emilio Argüeso, sólo es alguien hoy que lucha por su supervivencia, pactaría con el diablo con tal de asegurársela y no parece tener más capacidad que la de enredar. Por su parte, Toni Cantó tampoco posee el control de la formación. Pero resulta que las dos instituciones más importantes que gobierna el PP en la Comunitat Valenciana, la Diputación de Alicante y el Ayuntamiento de la segunda ciudad de la autonomía, dependen de Cs. Y puesto que no hay con quien entenderse aquí que tenga autoridad suficiente, el PP tendrá que moverse a otros niveles. Ahora bien, ¿quién lo hace? ¿Mazón? ¿En calidad de qué?. No es lo mismo que sea como presidente de la Diputación que si habla al mismo tiempo como presidente del partido con capacidad de llegar a compromisos y hacerlos cumplir en todos y cada uno de los municipios donde las dos fuerzas tienen acuerdos. Y mucho más, si aunque de momento formalmente Mazón sólo sea presidente del PP de Alicante y de la Diputación de esta provincia, en Valencia y en Madrid se le percibe como un referente para toda la Comunidad. La primera regla de oro de la política es que la realidad no importa: lo que cuenta es la percepción. A ese Mazón, así visto, sí sería capaz de cogerle el teléfono una Inés Arrimadas., si se encienden de verdad las alarmas. Por eso necesitan, contemplando los líos que ya hay en Madrid, o en Murcia, y los continuos roces en Alicante, darle esa condición de interlocutor acreditado, lo mismo en esta provincia como en las de al lado.

Pero en lo tocante a Cs hay más, porque si fue Bauman el que definió el mundo aceleradamente en cambio en el que vivíamos ya antes de la pandemia como el de la «sociedad líquida», Ciudadanos es el partido que ha hecho de esa definición su ideario. Y lo digo sin atisbo de crítica alguna, mientras sea para colaborar en encontrar salidas al túnel en el que estamos, como creo que a escala nacional está haciendo. Pero en definitiva eso significa que sus nuevos derroteros le pueden llevar a romper con el PP en muchos sitios y, de todos, donde más fácilmente por aritmética y por ley podría ser es, precisamente, en la Diputación de Alicante. Es muy difícil que eso ocurra, pero si sucediera Casado necesita que Mazón, si pasa de la presidencia a la oposición en el Palacio Provincial, al menos ostente el poder orgánico. Que tenga garantizado, en definitiva, ser la mano que mecerá la cuna de las listas de las próximas elecciones.

Así que tenemos a Mazón, que con todo el respaldo de Génova, va a ser pronto presidente provincial del PP de Alicante. Y lo tenemos también escenificando cada vez con menos tapujos su condición de jugador regional: él fue el que tuvo la iniciativa el pasado lunes, un día antes de viajar a Madrid, de provocar la foto de la cervecita en València con el alcalde de Alicante, Luis Barcala, la todavía presidenta regional, Isabel Bonig, y la portavoz en el Ayuntamiento del Cap i Casal, María José Catalá. Hay que reconocerle la habilidad: en una sola imagen se pone al nivel de Bonig y coloca a Catalá en el lugar que Casado y él esperan: en disposición de competir, no por la presidencia de la Generalitat, sino por la Alcaldía de la capital autonómica. En esa foto, él va acompañado (por Barcala, con el que hoy por hoy no hay pelea porque tienen ambiciones distintas) y viene, gracias a Puig, de participar en una reunión en el Palau para diseñar la reconstrucción de la Comunidad. Es decir, de mostrar poder real. Mientras que Bonig, harta de desgañitarse en las Cortes, es la que está sola en el retrato, porque Catalá sólo espera a que caiga y porque ya ni siquiera cuenta como escudera con la alicantina Eva Ortiz, prácticamente desaparecida durante la pandemia y de la que las malas lenguas dicen que ha empezado a preparar los papeles para reincorporarse a su antiguo puesto en el Ayuntamiento de Orihuela. Como decía al principio, cuesta poco imaginar a Bonig como Agramunt, teniendo al cabo que exiliarse. O como a aquel ministro de la Dictadura del que cuenta la leyenda urbana que un día recibió en casa la visita del motorista con el cese e, incapaz de asumir que el Caudillo pudiera prescindir de él, se apresuró a ir al Pardo, donde había una recepción, para acercarse al Generalísimo y decirle: «¡Excelencia, me han enviado al motorista, a mí, que tanto he hecho por la Patria! ¡Seguro que su Excelencia no sabía nada y responderá a estos traidores!». A lo que Franco, que metía y sacaba a la gente en el Consejo de Ministros a discreción y sólo para demostrar que aún mandaba, pasándole el brazo por encima del hombro, le contestó: «Desengáñese, Menganito: ¡vienen a por nosotros!». Y lo dejó allí plantado, no sé si con una cervecita como la que el otro día se tomó, con la sonrisa forzada, la que fuera consellera de Infraestructuras con Camps y Fabra y antes alcaldesa de la Vall de Uxó. Qué tiempos tan distintos aquellos, en los que los empresarios hacían cola aunque solo fuera para conseguir cobrar las subvenciones que tenían concedidas, con estos de hoy, donde el aislamiento del PP en València de su base social es tal que Bonig ni siquiera fue capaz de proponer como ponentes llamados por el PP en la comisión de reconstrucción de las Cortes a patronales como Hosbec o la CEV. Con errores así, difícil tiene Bonig que no le pasen la mano por el hombro para poder empujarla entre todos hacia la puerta.

Los políticos alicantinos que han sido capaces de obligar a Valencia a tener que escucharles desde la recuperación de la autonomía se cuentan con una mano, y aún sobra un dedo. García Miralles, sin el que ni Joan Lerma habría sido presidente ni la historia de esta Comunidad podría entenderse, y Antonio Fernández Valenzuela, por los socialistas; y Eduardo Zaplana y José Joaquín Ripoll, por el PP. De los cuatro, sólo uno de ellos, sin embargo, quiso ir más allá y presidir la Generalitat: Zaplana. Y lo consiguió. Mazón, que precisamente ha tenido como amigos, jefes o mentores a tres de los cuatro (Valenzuela, Ripoll y Zaplana), se incorpora ahora a esa lista de los que, residiendo su poder en Alicante, pesan en Valencia. Él dice que no ambiciona más. Pero lleva meses con el bañador puesto para meterse en el río y ahora Casado le ha dado la toalla para que no tema congelarse. Que se ahogue o no, ya es cosa suya.

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