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Análisis: El plan de Mazón para la Diputación y sus tres riesgos

En un año, el dirigente del PP ha dotado a la institución provincial de un relato propio del que adoleció en los dos mandatos anteriores. Pero esa estrategia está condicionada por la sobreactuación, pendiente del papel de Ciudadanos y mediatizada por su propio partido

Carlos Mazón, presidente de la Diputación, el pasado martes. a. I.

Hace ahora justo un año, el PP salvó por los pelos la Diputación de Alicante, corporación en la que encadena la friolera de 25 años de gobierno sin interrupción. Es la principal institución que conserva el PP en la Comunidad Valenciana y el feudo en el que la nueva dirección de Génova, controlada por Pablo Casado y Teodoro García Egea, colocó a Carlos Mazón, convertido en su gran esperanza blanca para liderar el partido de cara a los próximos ciclos electorales. El desenlace fue muy ajustado. Ni siquiera llegó el PP a ser la fuerza más votada en el Palacio Provincial aunque empató con los socialistas a 14 escaños. Pero sí acabó beneficiándose de dos variables: la caída de Compromís, que se quedó con un diputado; y el buen resultado de Ciudadanos en la comarca de l'Alacantí, con dos representantes que a la postre le dieron la llave para decidir. Negociar fue coser y cantar. Más sencillo que las elecciones. En un ratito de una tarde, Mazón se llevó al huerto a Toni Cantó, líder autonómico de Ciudadanos, a cambio de un buen puñado de asesores. Y a mediados de julio tomaba posesión como presidente de la Diputación, institución de la que ya formó parte durante el gobierno de Joaquín Ripoll entre 2007 y 2009. Justo antes de marcharse como gerente de la Cámara de Comercio a lo largo de una década.

Y en menos de un año en el cargo, Mazón, vinculado siempre al bando zaplanista en el PP, ha sido capaz de tejer un plan para la Diputación. No era sencillo. Tenía que recuperar una década perdida. Remodelar y actualizar el proyecto que esa institución perdió con el registro del Palacio Provincial en julio de 2010 y la detención de Ripoll por su implicación en el caso Brugal. Una etapa a la que siguió la transición de corte técnico y sin perfil político de la fallecida Luisa Pastor durante los últimos coletazos, además, de la entonces ya moribunda hegemonía del PP en la Comunidad Valenciana. Y un mandato previo en la Diputación que nunca terminó de salir del cascarón con César Sánchez. Presidente entonces por accidente y hoy exiliado en un escaño del Congreso en Madrid para no estorbar demasiado, nunca llegó a comprender que recurriendo a los juzgados casi por sistema y con el «no» a todo como único argumento era imposible poder construir nada. Pero en estos meses, decía, Mazón sí ha revertido todo ese proceso de deterioro político y de irrelevancia en el que había caído la institución.

Para verificar ese giro, sólo hubo que seguir con detalle la conferencia telemática que ofreció esta semana en el «Foro Alicante» organizado por este periódico. Sin recurrir al comodín de los juzgados y pactando o discrepando con la Generalitat, según el caso, Carlos Mazón ha conseguido en ese periodo que la opinión de la Diputación vuelva a tener valor en los grandes asuntos estratégicos de la provincia. Ejemplo: el Turismo. Tiene reabiertas líneas de interlocución con los agentes sociales. Ha rebajado los decibelios, al menos por ahora, en asuntos muy ruidosos para la gestión de la institución como los criterios de reparto de las obras. Y se ha visibilizado durante esta crisis sanitaria con una institución que funciona a base de grandes consensos. A pesar del durísimo choque en los debates de corte ideológico, a lo largo de esta emergencia, Mazón ha acordado con el socialista Toni Francés y con Gerard Fullana, diputado de Compromís, todas y cada una de las medidas de respuesta a la epidemia.

Ahora bien, en un escenario político tan complejo, el relato de Mazón se enfrenta a tres riesgos. Uno: la sobreactuación. En ese conferencia, sin ir más lejos, atacó al Consell reivindicando una «cogobernanza» que no le corresponde. Ximo Puig es el representante ordinario del Estado en la Comunidad. Y Mazón no es el presidente de la provincia sino de una administración municipalista. Con peso en el caso de Alicante. Cierto. Pero una corporación local que está obligada a coordinarse con la Generalitat y a ejercer, eso sí, esa «cogobernanza» con las 141 localidades alicantinas. Sobreactuar sólo conduce a perder credibilidad. Dos: Ciudadanos. El entorno de Mazón defiende, hasta aquí con razón, que el acuerdo de gobierno es sólido. Pero mientras Toni Cantó intensifique su estrategia de acercamiento a los socialistas en las Cortes, el foco de la duda se mantendrá sobre los pactos de Ciudadanos en la provincia. Y tres: el propio PP. Como referente institucional, Mazón no se podrá quitar de encima las tensiones internas, cada vez más públicas, sobre ese discurso. ¿Moderados o duros? Una dicotomía con la que jugó en esa conferencia para atacar a Puig. Pero también le va a condicionar la posición de una parte del PP. Muy recelosa en València de su ambición como agraviada en la provincia por su pasado y que, aunque nadie lo diga en público, no derramaría ni una lágrima si algún día le mueven la silla en la Diputación.

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